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De repente, la voz de Taylor Swift cantando Style[1] inunda el espacio vacío entre los dos. No
puedo apartar mis ojos de los suyos.
—Otra vez llevas uno de esos vestiditos —susurra sensual pero a la vez salvaje, absolutamente
indómito—. Eres la cosa más sexy que he visto en mi vida.
Coloca su mano en mi rodilla y suavemente me acaricia con el pulgar. Mi cuerpo se enciende
con esa efímera caricia y de pronto me vuelvo más consciente de cada pequeño detalle.
Los rayos perezosos de sol se filtran entre las nubes y el inmenso ventanal e iluminan su rostro.
—Ahora son verdes —murmuro antes de pensar con claridad.
—¿El qué? —pregunta con una sonrisa suave, serena, sexy.
—Tus ojos —vuelvo a susurrar.
Suspiro suavemente y su mano se desliza bajo mi vestido.
—¿Por qué no me besaste ayer? —musito.
No contesta. Durante unos segundos sólo me mira y sus ojos me dominan por completo.
Finalmente sonríe y por inercia yo también lo hago.
—Porque sólo estaba jugando —susurra—, como ahora.
Su sonrisa se transforma en otra impertinente y endiabladamente sexy y aparta brusco la mano
de debajo de mi vestido a la vez que se levanta. Yo lo observo y me siento como si me hubiesen
despertado de golpe de un sueño. Ha vuelto a reírse de mí y yo he sido tan estúpida de volver a
reaccionar exactamente como él quería.
Me levanto como un resorte y camino hasta el sofá.
—Me alegra divertirle como siempre, señor Brent —comento mostrando mi monumental
enfado.
Él ahoga una sonrisa malhumorada en un breve suspiro y toda su expresión se endurece.
—Ya te lo dije —me replica presuntuoso—. Para eso estás, Pecosa.
Le dedico una sonrisa fingida y fugaz. ¿Cómo he podido ser tan estúpida de pensar que lo que
estaba pasando hace menos de dos minutos era real?
Tiro el iPhone sobre el sofá y voy hasta la puerta.
—¿Adónde vas? —me apremia con la voz endurecida.
—A por su café —contesto arisca.
Salgo del despacho sin darle oportunidad a responder. Es un gilipollas odioso y yo, la estúpida
más tonta, crédula y confiada sobre la faz de la tierra.
Regreso a la oficina y me sorprendo al encontrar a otro hombre charlando con el señor Brent.
—Te estaba esperando —me dice el desconocido nada más verme.
Sonríe y yo lo hago por acto reflejo. Es muy muy guapo. Con el pelo castaño y unos ojos verdes que cortan la respiración.
—¿En qué puedo ayudarlo? —pregunto profesional y, la verdad, algo confusa.
El señor Brent nos observa sentado en su sillón, pero yo me esfuerzo en fingir que en estos
instantes ni siquiera compartimos continente. Dejo su taza en la mesa, frente a él, pero ni siquiera me
molesto en mirarlo.
—Soy Jackson Colton —se presenta.
El socio que me quedaba por conocer.
Me ofrece su mano y yo la estrecho.
—¿Qué te parecería trabajar hoy conmigo?
El señor Brent va a decir algo, pero yo me adelanto.
—Me encantaría —respondo con una sonrisa de oreja a oreja.
Aunque no lo veo, sé que ahora mismo me está fulminando con la mirada.
—Todo dicho, entonces —confirma el señor Colton—. Estás al corriente de la cuenta Foster,
¿verdad?
Asiento entusiasmada.
—Pues espérame en la sala de conferencias.
Asiento de nuevo, cojo mi bolso y mi tablet y salgo del despacho. Soy tan estúpida que, en cierta
manera, me siento desilusionada al pensar que no pasaré el día con él.
Soy patética.
«Y necesitas desesperadamente una copa.»
El señor Colton no tarda en llegar a la sala de reuniones. Entra sonriente y me invita a sentarme
en la silla frente a la suya a la vez que lo hace él.
—¿Qué tal con Donovan? —me pregunta jugueteando con una estilográfica de platino entre los
dedos de la mano derecha.
—Bien; lo normal, supongo.
De pronto me siento increíblemente nerviosa.
—Bien —repite el señor Colton abriendo una de las carpetas que ha dejado sobre la mesa y
centrando su mirada en ella.
Frunzo el ceño y sonrío con la sensación de que está diciendo más de lo que parece a simple
vista. Tengo mucha curiosidad e incluso abro la boca dispuesta a preguntar, pero hasta yo, la más
bocazas entre todas las bocazas, sabe que una no le puede preguntar esa clase de cosas a su jefe,
aunque se muera de ganas.
La mañana con Jackson Colton resulta ser de lo más interesante. Es sencillamente brillante.
Como me pasó ayer con el señor Brent, creo que sólo con escucharlo ya he aprendido muchísimo.
Repasamos todo lo que tengo sobre Foster, pero, como me explica el señor Colton, resultan ser unas
inversiones ligadas a otras que también debemos revisar. Por lo tanto, mañana por la mañana también
trabajaré con él.
Como con Lola y con Mackenzie y, justo al salir del ascensor, recibo una llamada del señor
Colton ordenándome que vuelva lo antes posible, ya que tenemos una nueva reunión en la sala de
conferencias. Acelero el paso y, cuando entro en la enorme estancia, el señor Fitzgerald y el señor
Colton ya están allí, charlando animadamente con unos clientes.
—Buenos tardes —saludo discretamente y tomo asiento.
Mis jefes me sonríen amables y continúan hablando de fusiones estratégicas, me parece entender.
La reunión empieza. Me sorprende que Donovan Brent no esté. Aún no hemos pasado del primer
punto cuando él entra. Parece de un humor de perros. Echa un rápido vistazo a la sala y finalmente se
sienta a mi lado. Yo lo ignoro por completo. Es un capullo engreído y no se merece ni una pizca de
mi atención.
Cuadro los hombros profesional y me centro en el señor Colton, esforzándome en ignorarlo a
él, sobre todo cuando noto que clava sin ningún disimulo sus ojos en mí. A pesar de mi enfado, no
puedo evitar que me afecte. Enciende mi cuerpo absolutamente en contra de mi voluntad.
—Espero que te divirtieras con Jackson —susurra malhumorado, ladeando la cabeza
discretamente.
Su voz está endurecida. Definitivamente está enfadado, y mucho, pero yo también.
—Por supuesto —murmuro furiosa—. Mucho más de lo que me divierto contigo.
—Pecosa, tú no sabes lo que es divertirse conmigo.
Suena exigente y arrogante, aún más molesto que hace unos segundos.
—Ni quiero —farfullo.
—Claro que no —continúa irónico—, pero recuérdatelo la próxima vez que te quedes
mirándome embobada.
—Eres, eres… —Un gilipollas, un capullo, un bastardo engreído y presuntuoso que no podría
ser más guapo, ¡joder!
—¿Qué? —me apremia desafiante con esa mirada tan presuntuosa.
—La reunión ha acabado —anuncia el señor Colton—. Gracias por su tiempo.
La voz de Jackson Colton se abre paso en mi mente y decido agarrarme a ella como a un clavo
ardiendo. Me levanto y salgo de la sala de conferencias como una exhalación. Con un poco de suerte,
Colin o Jackson tendrán algo que comentar con Donovan y lo entretendrán lo suficiente como para
que yo pueda entrar en su despacho, coger mi bolso y largarme.
No he llegado al sofá cuando oigo pasos acelerados irrumpir en el despacho y cerrarse la puerta
de un golpe tras de sí.
—Pero ¿tú quién te crees que eres? —pregunta furioso casi alzando la voz.
—No, ¿quién te crees que eres tú? —replico girándome. ¡Estoy muy cabreada!—. Trabajo para
ti, punto. Eso no te da derecho a reírte de mí, ni a comentar mi vestuario, ni a ponerme en situaciones
en las que…
Otra vez no sé cómo seguir. ¿Situaciones en las que queda completamente claro cuánto te deseo?
Sí, esa sería la respuesta adecuada, pero muerta antes que admitirlo.
—Situaciones en las que... ¿qué? —me apremia arisco y exigente.
Dios, ¿por qué tiene que ser tan rematadamente atractivo y tan condenadamente odioso?
—Situaciones en las que nada —casi grito absolutamente exasperada.
Suspiro con fuerza. Mi frustración parece divertirle, porque su expresión se relaja y me sonríe
otra vez de esa manera que parece decir «nunca, jamás, me han dicho que no». ¿Cómo puede ser tan
sexy? Consigue que me olvide de todo, incluso de lo enfadada que estoy.
Da un paso hacia mí y algo bajo mi piel me dice que ya estoy perdida.
—Normalmente las chicas me lo ponen más fácil, ¿sabes? —susurra dando otro paso.
—Imagino que mucho más fácil.
Otra vez me siento tímida, sobrepasada, inquieta, nerviosa, acelerada… viva.
—Sí —vuelve a murmurar tan cerca que casi puedo notar sus labios sobre los míos—, por eso
aquí el control lo tengo yo, ¿entendido? —pregunta deliciosamente exigente.
—Sí —musito con la voz llena de deseo.
Va a besarme y yo no he deseado nada tanto en toda mi vida.
—Bien —susurra sensual, pero entonces se separa bruscamente y todo mi cuerpo se queja
soliviantado—, pues tenlo en cuenta la próxima vez que decidas huir de mí con el primero que te lo
proponga.
¡¿Qué?!
Lo observo boquiabierta recoger unas carpetas de su escritorio y dirigirse hacia la puerta como si nada acabase de suceder. Sale del despacho y yo vuelvo a quedarme como una tonta en el centro de
su oficina excitada, enfadada y frustrada; menuda combinación.
No entiendo cómo puedo ignorar todo lo que pienso, todas las señales de alarma, sólo por
tenerlo cerca. Desde luego mi sentido común huye ante su proximidad. Ahora mismo sólo quiero
gritar. Soy una estúpida y otra vez he dejado que se marche de este despacho pensando que me tiene
exactamente donde quiere.
«Porque te tiene exactamente donde quiere.»
¡Oh! ¡Cállate!
Después de recuperar la compostura y que mi enfado se calme un poco, continúo con todo lo
que aún tengo pendiente. Afortunadamente, el señor Brent no ha vuelto a aparecer por su despacho,
así que he podido trabajar tranquila.
Estoy peleándome con la impresora láser, tratando de cambiar el tóner, cuando llaman a la
puerta.
—Adelante —doy paso.
No me pongo automáticamente en guardia porque sé que no es el señor Brent. Él no llamaría a
la puerta en su propio despacho.
—¿Cómo va?
Es Mackenzie.
—Bien, la batalla con la impresora la voy ganando yo.
Ambas sonreímos.
Vuelvo a tirar del tóner y por fin sale, llenándome todos los dedos de tinta. Odio esta impresora
y odio a su dueño.
—Espera, que te ayudo —me propone acercándose.
—Pásame el tóner nuevo, por favor.
Mackenzie asiente y me lo da. Entre las dos conseguimos engancharlo, aunque ella también
acaba manchándose de tinta.
—Lo siento —me disculpo observando cómo se mira los dedos salpicados de borrones azules.
—No te preocupes. Vamos al baño del señor Brent —me propone socarrona—. Nos lavamos las
manos y te invito a una copa. Tienes pinta de necesitarla.
Sonrío. No podría tener más razón, sobre todo después de escuchar ese «aquí el control lo tengo
yo». Lo cierto es que sólo con recordarlo cerca de mí me tiemblan las rodillas.
Soy ridícula.
—¿Qué tal con Donovan? —me pregunta mientras abre el grifo del lavabo.
—Bien, pero... si le dejamos su impoluto baño lleno de tinta en cada rincón, mejor.
Volvemos a sonreír y en ese momento se oye la puerta. Entran varias personas y en seguida
entendemos que son los chicos. Con rapidez, Mackenzie entorna la puerta y me chista suavemente.
—Será divertido —me anima en un susurro.
Las dos nos acomodamos sigilosas junto a la madera. Se oyen risas al otro lado.
—Genial. —Es la voz de Donovan. Algo dentro de mí me dice que podría reconocerla en
cualquier parte—. ¿Queréis torturarme con otra cena de negocios con esa pandilla de gilipollas ricos
e inútiles?
—¿Por qué no te traes a Katie? —propone el señor Fitzgerald.
¿A mí? Antes de que pueda evitarlo, una boba sonrisa se dibuja en mis labios.
—¿A Pecosa? No, ni hablar —responde tajante.
La estúpida sonrisa acaba de evaporarse.
—Esa chica te gusta —sentencia el señor Colton y parece absolutamente convencido.
—Que haya pensado puntualmente en follármela no significa que me guste. Me saca de quicio.
Es insolente, incompetente, patosa y lo peor de todo es que se comporta como si fuera adorable.
—Es adorable —replica su amigo.
—Que rápido te convencen, Jackson.
Mackenzie me mira y yo sólo quiero desaparecer. Acaba de superarse a todos los niveles y yo
no podría sentirme peor. No quiero alargar más la agonía y tampoco quiero estar aquí para escuchar
cualquier otra lindeza que tenga pensado comentar, así que, armándome de valor y con la idea de
dimitir para no volver a verle más flotando sobre mi cabeza, trago saliva y empujo la puerta.
Él es el primero en vernos salir del baño. La sonrisa se le borra de golpe, pero no dice nada.
Mackenzie me sigue y por un momento todas las miradas se centran en mí.
—Bueno, ya nos vemos —me despido nerviosa.
Cruzo la sala y recojo mi bolso del sofá. Nadie dice nada y toda la situación se vuelve aún más
incómoda.
—¿Nos tomamos esa copa? —intenta animarme Mackenzie.
—Mejor otro día.
Ella me sonríe llena de empatía y yo sólo quiero desaparecer.
—Buenas tardes, señor Brent.
Lo llamo así a propósito, marcando una ridícula frontera que a estas alturas ya no vale de nada
pero que por algún motivo mi maltrecha autoestima necesita poner.
—Buenas tardes —susurra sin levantar sus ojos de mí.
Salgo del despacho y prácticamente corro hasta la parada del bus número 5. Como siempre, no
tengo la suerte de que esté aguardándome como si fuera mi carroza y me toca sentarme a esperar. No
pienso cederle mi asiento a nadie. Mi vida es un asco. Hoy me lo he ganado. Pero entonces llega una
ancianita con pinta de abuelita de anuncio de galletas cargando una bolsa de la compra que
probablemente pesa más que ella y acabo levantándome.
«La vida siempre te tiene preparada una alegría más.»
Sonrío irónica y me apoyo, casi me agarro, a la barra de la parada. A unos metros de mí veo
detenerse el jaguar negro y poco después Colton, Fitzgerald y Brent salen del edificio y caminan
hasta él.
No sé por qué me siento tan mal. ¿Qué esperaba? ¿Escuchar que me procuraba amor eterno a
través de la puerta del baño? Supongo que me hubiera conformado con que simplemente hubiese sido
un poco amable, aunque tampoco entiendo por qué iba a serlo. No creo que ni siquiera sepa cómo.
Los observo murmurar y discutir y finalmente el señor Brent comienza a andar hacia mí.
Probablemente le hayan obligado.
—Hola —dice a unos pasos de mí.
Yo finjo no oírle. Será mi jefe, pero no lo es fuera de la oficina y fuera del horario laboral.
Por suerte veo el autobús girando desde la Sexta. Como el resto de las personas de la parada,
doy un paso para acercarme al bordillo de la acera.
—Vamos, Pecosa —se queja colocándose frente a mí —. No te pongas así.
¿Qué no me ponga así? Esto es el colmo. ¿Qué pretende?
—Ha sido una tontería —continúa—. Es cierto que eres un poco incompetente, pero confío en
que puedas aprender y la verdad es que no tendría ningún problema en echarte un polvo.
Antes de que la idea sea un pensamiento claro en mi mente, lo abofeteo. Es un engreído que
encima ha vuelto a hablarme con ese tono tan presuntuoso, como si encima tuviera que darle las
gracias.
Él se lleva los dedos a la mejilla y se la roza con suavidad, con la expresión sorprendida y la
mirada tan endurecida como impertinente.
—Eres tan mezquino que sería inútil tratar de explicarte todas las cosas que odio de ti, ni siquiera sabría por dónde empezar.
Su rostro se mantiene imperturbable, pero algo en su mirada, un destello, me hace comprender
que mis palabras le han afectado aunque sólo sea un poco. Me alegro. Las suyas a mí me han dolido
mucho más, aunque no vaya a permitirme admitirlo ni una vez más.
Sin mirar atrás, me monto en el autobús que, gracias a Dios, arranca en cuanto entro. Tomo
asiento y me concentro en no pensar en él. Ahora mismo me siento como si tuviera a un grupo de
música pop cantando una canción triste a mi espalda. No es divertido y lo peor de todo es que ni
siquiera sé cómo he llegado al punto de que me importe lo que piense de mí.
«¿Pudo ser la primera vez que te quedaste embobada mirándolo, es decir, a los tres segundos de
conocerlo?»
Suspiro brevemente y apoyo la cabeza con brusquedad en el asiento de enfrente. Mi voz de la
conciencia es una hija de puta.
Llego puntual al restaurante y me cambio rápidamente. Hoy no me apetece trabajar por
demasiados motivos.
Una de las veces que entro en la cocina a buscar un pedido, mi móvil suena avisándome de que
tengo un mensaje entrante. Lo saco del bolsillo del mandil y miro la pantalla. Es Donovan Brent.

Manhattan Crazy Love - Cristina Prada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora