—Es de Marco. Una nueva esclava. —Me llevo la mano derecha por encima de la cabeza y deshago la operación a modo de saludo. La mujer a la que se dirigieron las últimas palabras me corresponde con una sonrisa—. Ella es Julia —explica para mí— y ella —dice y ahora me señala— es Fern.
—¿De dónde es ese nombre tan extraño? ¿Es flavina? ¿Sabe nuestro idioma? —Se me escapa una sonrisita por ese lado curioso de la mujer y decido que la quiero como amiga.
—El nuestro y muchos más. —La manera jocosa en la que él lo dice me demuestra cierto aire de complicidad entre los dos—. Y sí que lo es. ¿O no? —consulta mirándome.
—Sí. —No logro contener mi explicación por más de dos segundos—. En realidad mi nombre sigue el patrón del idioma flavino —explico con la velocidad de un trabalenguas. Julia asiente abriendo y cerrando sus gruesos labios hasta dejarlos en una sonrisa amplísima.
—Bueno, no los detengo más. Adelante. —Recoge el cubo de agua que había dejado y se pierde por los corredores del inmenso hogar. Curio me hace una seña para avanzar, dejándome ir delante y no para de hablar.
—¿Qué pasa entre ustedes dos? —Sus ojos se agrandan por un segundo, seguidos de una sonrisa que se va extendiendo a medida que los primeros disminuyen su tamaño.
—¡Y además perspicaz! Hice bien en elegirte. —Curvamos hacia la izquierda.
—¿Intentas distraerme para no responder? —Sus mejillas se colorean de forma ligera.
—No estoy cambiando el tema, solo no tengo mucho que decir. —Sus ojos se pasean de un lado a otro adquiriendo un brillo extraño en tanto que su sonrisa se agranda—. Julia y yo nos conocemos desde que teníamos tu misma... ¿Qué edad tienes?
—Dieciseis.
—Ella tenía quince. —El pasillo que ahora atravesamos es largo y está lleno de puertas, entradas sin trabas y una que otra cortina cubriendo otros accesos; al fondo puedo vislumbrar un jardín—. Era igual de bonita que ahora y, bueno, tú ya la has visto. Le pedí que se casara conmigo apenas tuve el permiso de mi amo.
—¿Y entonces? —Casi habíamos llegado al final del pasadizo, aunque yo me detuve unos segundos al preguntar eso; él siguió avanzando con una pícara sonrisa.
—Dijo que no. —Mi boca se abre por la sorpresa y Curio se ríe—. Eres muy fácil de impresionar. Bueno, ya llegamos.
—No, no, no, termina de contar. ¿Por qué se negó?
—Ella es... fuerte, decidida. Me dijo que no deseaba casarse siendo una esclava, y que solo aceptaría a un hombre libre. Yo ya había servido a los Valens por nueve años, así que mi amo prometió liberarme luego de 20 años más de servicio, al igual que a ella.
—¿Entonces ustedes se van a casar? —Curio vuelve a sonreír.
—Tal vez pronto. Pero nos estamos retrasando, entra al jardín.
Da por finalizada la conversación y extiende una mano invitándome a cruzar el umbral; con solo un paso se abre delante de mí una gama de colores chispeantes. Un decametro de caléndulas purpureas llama mi atención seguido de la salvia nemorosa que en un primer momento me entrega un olor acre, aunque este es eliminado al instante por las gardenias brighamii que dominan en ambiente. Más allá también hay lavanda.
—Vaya que les gusta el morado aquí, ¿no? —consulto señalando unas amapolas de ese color.
—En realidad, sí. —Caminamos entre las flores mientras él las va señalando y nombrando; he de confesar que las conozco todas, pero no podría quitarle el placer de hablar—. Y esa de ahí es medicinal, se utiliza para bajar la fiebre —comenta señalando una violeta—. Y esa de ahí se llama laurel benjamín. Como no es medicinal no tengo idea de qué hace.
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Una historia de letras
General FictionFern es alegría, sagacidad y monotonía. Los libros son su vida. Marco es frustración, valor y una maraña de dudas. Las letras vuelan en su cabeza y se hacen borrosas delante de sus ojos. Fern ahora es una esclava, Marco ahora es su amo. Fern sabe en...