Karma.

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- ¿Por qué estás aquí, Leonor? ¿qué te trajo a este manicomio? - Cuestionó aquella joven psicóloga con una delicadeza un tanto exagerada para mi gusto, pero yo ya estaba acostumbrada a que todos me trataran así.

"pobre niña" debían pensar "sólo tiene 12 años y es una psicópata".

Yo no le veía el problema a contar la razón por la que me internaron, después de todo, sólo le hice a ese hombre lo que él le hacía a muchos, así que comencé a hablar con total naturalidad.

Yo vivía en un pequeño pueblo alejado de toda la sociedad, todas las mañanas debía ir al centro a comprar pan o cosas para mi cabaña, y siempre veía la misma asquerosa escena: el carnicero llegando de su cacería, con miles de cadáveres de conejos u otros animales colgando en sus manos, veía como los cargaba con orgullo para luego sentarse afuera de su carnicería a quitarles el pellejo, siempre con esa sonrisa egocéntrica en su rostro, era asqueroso.

Una mañana, lo ví obligar a su hijo, que era lo más cercano a un amigo que tenía, a degollar a un cordero, sin importarle las lágrimas en sus ojos y las súplicas entre sollozos que emitía, él simplemente lo miró con decepción, le arrebató el cuchillo de las manos y lo hizo él mismo para luego gritarle que no era digno de llamarse hombre.

Esa misma noche, me escapé de mi hogar y fui a la carnicería, en donde lo encontré sentado en la misma silla que usaba para despellejar a los animales, me acerqué a él y me miró con indiferencia "No deberías andar tan tarde afuera, mocosa, vuelve a tu pocilga si no quieres que algún borracho te viole" había dicho, y me hizo enojar.

En un segundo, tomé el mismo cuchillo que usaba para despellejar a los animales y lo clavé repetidas veces en su abdomen, no me detuve hasta que me sentí satisfecha y empapada de su sangre.

Después de eso, aprovechando que todo el pueblo dormía (a excepción de un par de hombres en la cantina, que estaban demasiado ebrios como para caer en cuenta de lo que sucedía), arrastré su cuerpo con dificultad hacia la parte trasera de la carnicería y le saqué el pellejo con una sonrisa en mi rostro, tal como él hacía todas las mañanas.

Cuando terminé mi obra de arte, até una soga en su cuello y, con una fuerza que no sabía que tenía, lo colgué de las vigas del techo de su carnicería y admiré la escena con satisfacción.

A la mañana siguiente, cuando volví al centro para comprar pan, observé como la gente del pueblo miraba con horror el cadáver sin piel del carnicero.

Cuando ví a su hijo, me acerqué a él y le sonreí amigablemente "ya no tienes que preocuparte por tu padre, me encargué de que no asesine a más seres inocentes, nunca más" le dije, y gritó con horror que era una asesina. Eso fue lo que más me dolió. "Yo no soy ninguna asesina" había pensado "yo soy el karma".

Al terminar mi relato, la psicóloga me miró con horror y abandonó la habitación con la excusa de haber terminado la sesión. Nunca volví a verla.

The feelings that we lost.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora