La indicada.

44 10 1
                                    

En mi familia, solían pensar que yo era homosexual en secreto, y no los culpaba, es decir, cada "novia" que yo llevaba a casa de mis padres para las cenas familiares de los domingos iba sólo una vez y ya, jamás se repetían.

Al principio preguntaban por ellas con ilusión, pero con el tiempo supongo que se dieron cuenta de que no volverían a verlas nunca, ni ellos, ni nadie.

Un día, llegué a casa con una pelirroja realmente hermosa, la cual cenó y compartió con mi familia, sin despegarse de mí ni un segundo.

A la hora de despedirnos, mi madre la abrazó con cariño, lo cual me dejó bastante aturdido, pues hacía ya tiempo que no tenía ese gesto con mis conquistas. Cuando yo fui a despedirme de ella, me susurró al oído algo que no entendí hasta después.

Ya en el auto, de camino a mi casa para lo que supuestamente sería una noche de sexo alocado, ella no paraba de hablar, y yo la escuchaba en silencio, más que nada por consideración. Quería que sus últimas horas fueran amenas.

Al llegar a nuestro destino, encendí las luces y colgué las llaves detrás de la puerta, giré hacia ella y comenzamos a besarnos con fiereza mientras yo la guiaba sin despegarnos hasta mi habitación, una vez allí, visualicé de reojo el cuchillo con el que más tarde iba a quitarle la vida en la mesita de noche. Me deshice de mi camisa y ella de su vestido. Estaba ansioso.

Con la excusa de sacar un condón, me acerqué a la mesita de noche y empuñé el cuchillo con fuerza, pero antes de poder darme la vuelta para apuñalarla, sentí una fuerte y repentina quemazón en mi espalda. Un impacto después de otro sentí cómo el acero de un cuchillo penetraba en mi piel repetidas veces.

Fui consciente de la humedad que mi propia sangre le daba a mi espalda.
Giré la cabeza para mirar a la pelirroja y al cuchillo que empuñaba con incredulidad y asombro. "Dulces sueños, amorcito" me había susurrado con sorna al oído mientras observaba con deleite cómo la vida me abandonaba poco a poco.

No pude evitar soltar una risa (o un intento de esta) al darme cuenta de la ironía de todo lo que estaba pasando.

Yo creí que ella sería una más en la lista de mis víctimas, qué tonto fui.

Todo este tiempo, la víctima era yo.

Antes de dar mi último aliento, le sonreí como un idiota mientras las palabras que mi madre me había susurrado hace un par de horas resonaban en mi cabeza: "Ella es la indicada" había dicho.

Y qué razón tenía.

The feelings that we lost.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora