II.

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Campo de concentración, 5:32 a.m

El sol comenzaba a salir, los esclavos estaban listos para la jornada de trabajo que se aproximaba. No había ni siquiera un buen desayuno para comenzar, simplemente así los mandaban a trabajar. Una larga jornada de 10 a 12 horas seguidas, sin contar con el maltrato y la humillación extra que los nazis les hacían. Ahí era simple, si servías para cumplir con el trabajo te dejaban para seguir explotándote hasta a morir, al contrario de los más débiles, que eran siempre los primeros en morir a falta de hambre, trabajo forzado, maltrato y la exterminación de ellos, que era la prioridad de los nazis.

Emilio despertó al escuchar las voces de los hombres con los que compartía la habitación, todos se frotaban sus rostros para despertar bien y así cuando los militares entraran ya estar listos. El judío quitó algunas lagañas que tenía y limpió la baba seca que tenía en su rostro.

La noche había sido pésima, realmente no había dormido y descansado nada. Y ahora se estaba por venir lo verdaderamente malo, el principio de su muerte.

-¿Qué están esperando inútiles? ¡Salgan de aquí! ¡Ya saben cada uno lo que tienen que hacer, apúrense pedazos de escorias!

Gritó uno de los militares realmente furioso, como si hubiera tenido una mala noche y se hubiera desquitado con todos ellos, pero la verdad era que todos tenían ese temperamento con ellos.

-¡Muévanse, muévanse!.— gritaba aquel hombre dándoles palazos con un bastón de metal.

Emilio recibió uno en el hombro asiéndolo doblar y causándole un gran calambre de inmediato. Siguió su recorrido y todos los hombres salieron de la habitación, todos juntos y amontonados. Parecían una sequía de hormigas moviéndose de un lado a otro todos en bola.

-¡Tú! ¡Ven aquí!.— un hombre gritó a Emilio y éste se acercó de inmediato.–– eres un maldito jodido de mierda, tu padre te alimentaba muy bien, ¿no es así?.— dijo y con el bastón que sostenía de metal tocó sus brazos y abdomen. Emilio tenía un torso muy bien trabajo y sus brazos podían matar a cualquiera de un solo golpe.

-Muy pronto terminarás como todos ellos.– dijo y dio una mirada a todos los esclavos que estaban ahí, todos desnutridos y con el rostro muerto.— lo que te queda de vida la pasarás aquí, quiero todo el maldito trabajo bien echo y cual mínimo error te costará caro, llevas y traes es todo, hazlo bien jodido de mierda.

El trabajo consistía en cargar unos costales de alrededor 25 kilos llenos de alimento para puerco. Unos costales llenos de comida podrida, nada diferente a las comidas que les daban ahí.

Emilio empezó en cuanto antes y conforme pasaron las 4 horas se sentía desfallecer. Le dolían los brazos a sobre manera, tenía la garganta seca y sus ojos cansados. Pero tenía que seguir, sobrevivir.

En eso, unos pasos se hicieron resonar y todos guardaron silencio.

-¡Apártense y háganse a un lado! El Sr. Bondoni está aquí.- hizo un énfasis en la última oración el militar y por instinto todos parecieron quedarse helados.

-Gracias, Ruffel.— dijo Joaquín con elegancia y su porte cambió, su voz se hizo más alfa y habló por todos.——Escúchenme inadaptados. Para los que no me conozcan, Mi nombre es Joaquín, Joaquín Bondoni Gress y soy el nuevo líder aquí, todos acatarán mis órdenes y el que no lo haga exactamente como yo lo pido puede ir despidiéndose de su miserable vida... también va para ustedes.– mencionó y señaló también a todos los soldados y militares que estaban a cargo ahí.

-Quiero que dividan a todos aquí. No quiero a los de insignia marrón con los verdes. Y los de negro, quiero que empecemos con ellos. Mattiel, ven aquí.

Mi Plebeyo - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora