Capitulo 13

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Cora le despertó de madrugada. Harry , rápidamente, se levantó de la cama para ir a por la niña antes de que su llanto despertara a Mia.
Cora le dedicó una adorable sonrisa cuando él se inclinó sobre ella.
–Hola, cielo.
Por la forma de mirarle, era evidente que Cora le reconocía. Cuando la tomó en sus brazos, el olor del bebé le dejó extasiado. En ese instante, se dio cuenta de que adoraba a Cora, la quería profundamente.
Harry le cambió el pañal mientras ella pataleaba y emitía sonidos infantiles. Cora era una niña dulce, perfecta y... necesitaba un
padre.De repente, Harry se sintió incómodo, conocía sus limitaciones. Cora iba a ser una niña inteligente, de eso estaba convencido. Pero Cora y Mia iban juntas.
Envolvió al bebé con una manta de algodón, se dirigió al dormitorio y se sentó con la niña al borde de la cama. Entonces, sacudió a Mia suavemente. baja. –Aquí hay alguien que necesita a su mamá –dijo Harry en voz
Mia se sentó en la cama y se apartó un mechón de pelo del rostro. Estaba desnuda. Debió de darse cuenta de repente porque se sonrojó y se fue al cuarto de baño.
Harry besó a la niña en la mejilla.
–No te preocupes, ahora viene.
Cuando Mia regresó, unos momentos después, estaba cubierta de pies a cabeza con una bata negra cuyo tejido de punto se le ceñía al cuerpo. Se puso a darle el pecho a la niña y él se tumbó a su lado. Reflexionó sobre su vida y se dio cuenta de que tenía todo lo que un hombre podía desear, a excepción de una esposa y un bebé. Mia y Cora podían ser esa esposa y esa hija.
Imaginar su casa sin ellas era impensable.
Con los ojos cerrados, sintió a Mia levantarse de la cama para llevar a Cora a la cuna. Unos minutos después, Mia regresó y se acostó; esta vez, en el lado opuesto de la cama.
A pesar de lo tarde que era y de la necesidad de dormir, el deseo pudo con él. En la oscuridad, agarró un preservativo y después tiró de Mia hacia el centro de la cama. Mia se acercó a él al instante. Estaba desnuda otra vez: suave, cálida e intensamente femenina.
Aunque el deseo era potente, se tomó su tiempo acariciándola y besándola.
–Me tienes atontado –murmuró Harry.
–Es la testosterona –respondió ella acariciándole el cabello. Harry le separó las piernas, se colocó entre los muslos y la
penetró despacio. Un suspiro. Quizá de ella. Quizá de él. No había prisa.
Aquello era lo único que les importaba en el mundo, ese contacto físico.
Mia tuvo un orgasmo antes que él. Entonces, sus arremetidas se aceleraron y consiguió el físico alivio que anhelaba.
–Mia –le susurró Harry al oído unos minutos después, antes de que se durmiera.
–¿Mmm? –Mia estaba refugiada en sus brazos y con las nalgas pegadas a su entrepierna.
–Cuando el apartamento encima del Silver Dollar esté habitable, no quiero que Cora y tú os vayáis ahí, sino que os quedéis aquí.
–¿Por qué? –preguntó Mia.
«Porque os quiero en mi casa, te quiero en mi cama». Pero era demasiado serio para decírselo a una mujer en mitad de la noche.
–Creo que será mejor para Cora, el cambio podría afectarla. Además, aquí puede jugar en el jardín.
–Harry, Cora solo tiene tres meses. Para cuando empiece a andar ya nos habremos ido de Silver Glen.
–Te tengo mucho cariño –dijo él torpemente–, y también a Cora. Mi casa es mucho mejor para un bebé que un pequeño apartamento encima de un bar. Prométeme que, por lo menos, lo tendrás en cuenta.
Mia bostezó.
–Yo también te tengo cariño a ti, Harry. Y sí, lo tendré en cuenta. Y ahora, por favor, duérmete. Ya hablaremos mañana.
A la mañana siguiente, cuando Mia se despertó, Harry ya se había ido. Pero esta vez había dormido en su cama. Poco antes del amanecer había vuelto a hacerle el amor.
Tras ponerse una bata y cambiarle los pañales a Cora, Mia se dirigió a la cocina.
–Buenos días, Gertie –dijo Mia a la mujer que, como de costumbre, estaba preparando beicon y huevos revueltos.
–Buenos días –respondió Gertie con una sonrisa–. ¿Ha dormido bien la niña?
–Sí, muy bien. Solo se ha despertado una vez para mamar, y ya está. Menos mal.
Gertie puso un plato encima de la mesa y, con un gesto, le indicó a Mia que se sentara.
–Come, no dejes que se enfríe.
Mia, con Cora sentada en sus piernas, devoró todo lo que había en el plato. Tanto sexo la tenía hambrienta.
–¿Se ha ido Harry ya a la ciudad? Gertie sacudió la cabeza.
–No. Está por ahí, con los chicos. –¿Qué chicos?
–Da trabajo en el campo a los chicos sin padres que están en casas de acogida. Les amenaza con descuartizarles si se entera de que se gastan en drogas el dinero que ganan.
–¿Y le hacen caso?
–Ya lo creo. Harry sabe ponerse serio cuando es necesario. Tras el aspecto despreocupado, es un hombre de principios. Ayuda a todo el mundo que puede; sobre todo, a los más débiles.
Mientras bebía café, la euforia que había sentido hasta ese momento se fue disipando. En mitad de la noche, cuando Harry le dijo que quería que su hija y ella siguieran en su casa, el corazón le había dado un vuelco. Había oído la palabra cariño, había creído que Harry sentía algo por ella, que quería profundizar en la relación que tenían.
Pero ahora, a la luz del día, después de que Gertie hablara de la personalidad de Harry, le pareció que la invitación de él a que Cora y ella siguieran ahí se debía más a su altruismo que a otra cosa.
Se limpió los labios con una servilleta y le dedicó a Gertie una amplia sonrisa.
–¿Te importaría cuidar de Cora unos minutos mientras yo me doy una ducha rápida?
–Ya sabes que no me importa en absoluto.
Mia se dirigió a la zona de la casa donde estaban su habitación y la de Harry. Al pasar por el dormitorio de él, se dio cuenta de que cuando Gertie fuera a hacerle la cama se daría cuenta de que Harry no había dormido en ella. La mujer ataría cabos y llegaría a la conclusión de que Harry había dormido con ella.
Con cuidado, Mia abrió la puerta del dormitorio de Harry. No había puesto los pies en ella hasta ese momento. Estaba decorada con el mismo lujo que la suya, pero los colores eran más varoniles.
Rápidamente, se acercó a la enorme cama y la deshizo para que pareciera que Harry había dormido allí. Cuando se dio por satisfecha de su trabajo, se volvió y se chocó con el dueño de la cama.
–¡Harry!
Él sonrió y ella se sonrojó.
–¿Qué estabas haciendo, Mia?
–He deshecho la cama para que Gertie no se dé cuenta de que has dormido conmigo.
–Soy un hombre adulto –respondió él con un brillo depredador
en los ojos–. Donde yo duerma o deje de dormir no es asunto de Gertie.
Antes de que ella pudiera defenderse con alguna explicación racional, Harry la agarró y la despojó de la bata.
Mia protestó y trató de apartarle las manos.
–¿Te has vuelto loco? No estamos solos.
Con calma envidiable, Harry se volvió y cerró la puerta con llave. –Gertie se ha llevado a Cora a dar un paseo. Te deseo, Mia.
La intensidad de la mirada de Harry traicionó el tono grave de sus palabras. Sin saber por qué, la timidez la sobrecogió. Harry la había visto desnuda ya, la había acariciado y la había besado...
De súbito, Harry la levantó en sus brazos. Pero en vez de llevarla a la cama, le pegó la espalda contra la pared. Y, automáticamente, ella le rodeó la cintura con las piernas.
–Harry, no podemos –pero fue una protesta débil y él lo notó.
Sin dejarla caer, Harry se desabrochó el cinturón, se bajó la cremallera de los pantalones y liberó su miembro. Después, se puso un preservativo.
–Vamos, cielo, agárrate bien. Va a ser rápido y furioso.
Sin darle tiempo a protestar, Harry se metió dentro de ella, profundamente.
Mia oyó voces de jóvenes en el jardín, el canto de los pájaros, una máquina cortacésped... Pero en la preciosa habitación de Harry, nadie hablaba. La poseyó con dureza, con urgencia, como si hubieran transcurrido meses desde su última copulación. Harry sabía a café, a beicon y a mermelada de naranja. Su grande y duro cuerpo la sujetaba con facilidad.
No hubo juegos amorosos, sino copulación pura y dura. Alcanzó el orgasmo con fiereza, él la siguió a los pocos segundos.
Harry se aclaró la garganta.
–¿Crees que debería disculparme?
–No lo sé –respondió ella–. Para estar segura, creo que deberías repetirlo.
En vez de soltarla, la llevó en los brazos a su cuarto de baño, pensando que Mia querría arreglarse un poco antes de ir a su dormitorio. Al dejarla en el suelo, le sonrió.
Mia le afectaba. Le despertaba un deseo que, en cierto modo, le hacía sentirse incómodo. De hecho, también le alarmaba la respuesta de ella. ¿Cómo era posible que una mujer tímida y reservada le volviera del revés y le hiciera dudar de sí mismo?
–Mia, ¿te vas a quedar? ¿Por ahora?
Le temblaron las piernas cuando ella le sonrió.
–Sí, Harry. Por ahora.
Harry se aclaró la garganta, conteniendo el repentino júbilo que le embargó.
–Bien –hizo una pausa–. Hace un día precioso. ¿Qué te parece si le pedimos a Gertie que nos prepare un picnic? –¿Con Cora también?
–Claro, forma parte del grupo.
–Me encantaría.
–Entonces, voy a ir a decírselo –declaró Harry–. Avísame cuando estés lista. Mientras tanto, iré a hacer unas cosas que tengo que hacer.
Mia se alegró de quedarse sola. Tras una incrédula mirada en el espejo, se alisó el pelo, se abrochó la bata y volvió a su dormitorio para ducharse y vestirse. Después, preparó la bolsa con las cosas de Cora y eligió ropa cómoda para comer al aire libre.
Mia se puso ropa de andar por casa, camiseta color ámbar y pantalones vaqueros usados; pero después de recogerse el pelo en una cola de caballo, no se encontró nada mal.
Apareció en la cocina justo en el momento en que Gertie y Cora entraban por la puerta posterior. Al ver a su madre, la niña tendió los
brazos hacia ella.
Mia la tomó pensando que cada día que pasaba quería más a su
hija.
–Ven aquí, ángel mío. ¿No le has dado mucho la lata a Gertie? –Es una niña maravillosa, no da ninguna guerra –comentó
Gertie–. Harry me ha pedido que prepare un picnic. ¿Te apetece algo en especial?
Mia sacudió la cabeza.
–Todo lo que cocinas me parece maravilloso. Evito la comida picante desde que doy de mamar a Cora; aparte de eso, lo que tú quieras.
Harry se presentó también en la cocina.
–Mientras Gertie prepara el picnic, ¿quieres que te enseñe el piso de arriba?
Mia no confesó que ya lo había visto.
–Bien, me parece bien.
Las habitaciones del primer piso eran preciosas.
–Me han ayudado a decorarlas –confesó Harry.
Todas eran diferentes y bonitas.
–Te gusta tener visitas, ¿verdad?
–Sí. Algunos de mis amigos del colegio se han ido a vivir fuera.
Cuando vienen con sus familias, se quedan en mi casa. Me gusta que me visiten.
–¿Y mujeres solteras?
–Si te refieres a novias, la respuesta es no. Nunca he invitado a una amante a mi casa.
–¿Ni siquiera a Tara? –Mia arqueó las cejas.
–Cuando estaba con Tara vivía en la ciudad. Construí esta casa después de que nos separáramos. Esta casa es mi refugio, mi espacio íntimo.
–Sin embargo, aquí estamos Cora y yo. Harry se encogió de hombros.
–No había otra alternativa.
–Sí la había. Podrías habernos alquilado una habitación en un hotel. ¿Por qué no lo hiciste?
–Tenía una deuda pendiente contigo por lo que me ayudaste en el pasado. Además, Cora me ha traspasado el corazón.
–¿Y yo?
Harry le clavó los ojos en los labios con deseo.
–Digamos que lo que siento por ti ahora es diferente a lo que sentía cuando íbamos juntos al colegio. Venga, vamost –Harry la agarró del brazo y salieron al pasillo.
–¿Otra habitación?
–No. Vamos a subir al ático. Deja que lleve yo a Cora, los escalones son muy empinados.
Mia le pasó a su hija e, inmediatamente, se alegró de haberlo hecho. Las escaleras eran muy empinadas.
Cuando llegaron arriba, Harry encendió la luz. El ático, todavía en obras, olía a serrín.
Harry le entregó a Cora; después, agarró una palanca y, poco a poco, parte del tejado comenzó a abrirse.
Con la luz del sol, vio un telescopio muy grande en la pared opuesta.
–Estoy construyendo un observatorio –declaró él con entusiasmo–. Subo aquí las noches despejadas a mirar las estrellas. Por eso es por lo que compré esta propiedad, lejos de las luces de la ciudad.
–¿De dónde has sacado el telescopio? ¿Cómo has aprendido a utilizarlo?
–Hice un curso por Internet. Ordené las partes y lo monté. –Harry–dijo ella con exasperación.
–¿Qué? –preguntó él con perplejidad.
–No quiero que vuelvas a decirme lo lista que soy y lo tonto que tú eres. ¿Está claro?
Harry esbozó una traviesa sonrisa.
–Sí, señora.
Antes de poder disculparse por la vehemencia con que había hablado, un trueno les hizo sobresaltarse. Una enorme nube de verano apareció de improviso, el viento comenzó a soplar y empezaron a caer gotas.
Harry cerró el tejado rápidamente.
–Me parece que ya no hay picnic –dijo ella.
–Podemos poner una manta en el cuarto de estar, delante de la chimenea, y ya está. A Cora le va a encantar. –Por supuesto.
Harry llevó las cosas de la cocina al cuarto de estar algo acobardado. Mia le había echado un rapapolvo en el ático, convencida de tener razón. ¿Tan poco consciente había sido de sus propias habilidades?
Sonrió al sentarse en la manta junto a Mia y Cora. Fuera, el viento y la lluvia golpeaban los cristales de las ventanas. Gertie, al ver lo que se avecinaba, se había ido a su casa hacía media hora; por suerte, no vivía lejos. Por si acaso, él le había enviado un mensaje al móvil, que ella había respondido, asegurándole que estaba en su casa sana y salva.
Cuando Cora se durmió, la tumbaron y la rodearon de cojines para protegerla. Después, volvieron a acomodarse y él le acarició la mejilla.
En silencio, escucharon la tormenta y el fuego. Harry le acarició los cabellos mientras se preguntaba si recordaría ese día como un punto de inflexión en su vida. Ahora sabía lo que quería. Quería a Mia y a Cora. Y quizá, con el tiempo, otro hijo.
No obstante, estaba el asunto del trabajo de Mia. Él, por su parte, no podía imaginarse a sí mismo viviendo en otro sitio que no fuera Silver Glen. Pero, en una situación extrema, elegiría a Mia y a Cora por encima de cualquier otra cosa.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó a Mia.
Ella le miró y Harry podría haber jurado ver en sus ojos lo que él mismo sentía con el corazón.
–Estaba pensando en la suerte que he tenido al venir a Silver Glen y encontrarme contigo. Mi vida era un auténtico caos; pero, con tu ayuda, comencé a pensar que Cora y yo íbamos a lograr sobrevivir.
–No tenías por qué haberlo dudado, eres una mujer muy capaz e inteligente. No obstante, todo el mundo necesita ayuda de vez en cuando.
–¿Es por eso por lo que estamos juntos? ¿Querías solo ayudarme?
Harry le puso las manos en el rostro.
–Ha sido un placer ayudaros. Pero no, estamos juntos porque nos gustamos.
Ella sonrió.
–¿Los polos opuestos se atraen?
Harry la besó suavemente.
–No somos polos opuestos, Mia. No, en lo importante, no lo somos. A los dos nos importa la familia, las raíces...
La chispa del deseo se avivó. La tormenta les había hecho refugiarse, creando una atmósfera íntima.
Mia ladeó la cabeza con una expresión que reflejaba lo que él sentía.
–Cora está dormida.
–No podemos dejarla aquí sola. Pero si la movemos, quizá se despierte.
–Tu sofá parece bastante cómodo, ¿no?
Harry tragó saliva.
–¿Tú crees? –la pregunta no se refería al sofá.
–Sí –respondió Mia, comprendiéndole.
Harry la ayudó a ponerse en pie y se acercaron al sofá de cuero y, sigilosamente, se desnudaron.
Era mediodía, la oscuridad de la noche quedaba muy lejos. Mia
le miraba a los ojos, aunque él podía ver en ella vestigios de su natural timidez. Al arrodillarse para bajarle las bragas, Mia se quedó quieta, delante de él, completamente desnuda.
Harry se quitó los calzoncillos y sintió una oleada de calor subirle por la espalda cuando Mia tomó su miembro y comenzó a acariciarle la punta.
–Las damas primero.
Harry contuvo la respiración por lo erótico de la postura cuando Mia, tumbada en el sofá, apoyó un pie en el respaldo.
Rápidamente, se puso un preservativo y se tumbó encima de ella.
–Lo necesito... te necesito –dijo él con voz ronca y gutural. Quería decirle que durante toda la vida, que lo abandonara todo,
pero era demasiado egoísta. Por eso, trató de expresar con su cuerpo lo que sentía por ella. Conteniendo la pasión que le consumía, rindió homenaje a la discreta belleza de Mia.
Pronto, Mia dejó su actitud pasiva y le besó con urgencia.
–No voy a romperme, Harry. Y no quiero esperar. Quiero sentirte dentro.
Harry no pudo rechazar la invitación.
La penetró mirándola a los ojos, ella sosteniéndole la mirada. Continuaron así mientras Harry se movía dentro de ella. Nada nunca le había parecido tan natural, tan honesto.
–Mia...
–Lo sé, Harry , lo sé.
¿Cuánto tiempo estuvieron así? Imposible de saber. Un minuto, quizá una hora o unos segundos. El mundo se desvaneció a su alrededor. Por fin, incluso mirarla le resultó demasiado esfuerzo y cerró los ojos.
El sofá crujió por la fuerza de sus movimientos. Deslizó una mano por debajo de las nalgas de ella, alzándola, penetrándola lo más profundamente que pudo... y entonces oyó los suaves gemidos de Mia anunciando la proximidad del orgasmo.
–Mia... Mia...
El final fue rápido e increíblemente extenuante.
Al dejarse caer sobre ella, la oyó susurrar algo, pero el corazón
le latía con tal fuerza que no le permitió oír las palabras que Mia había pronunciado.

Una oportunidad para amar |HS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora