Capitulo 5

3.6K 163 1
                                    

Después de asegurarse de que la cuna estaba perfectamente ensamblada, Harry puso el colchón encima y dio unos pasos atrás para admirar el trabajo que había hecho. Afortunadamente, tenía una especial habilidad para construir cualquier cosa a base de madera, tornillos y clavos.
–¡Vaya, qué rápido!
Mia y Cora le miraban fijamente, ambas con los ojos muy abiertos.
–No es complicado. Por cierto, no he podido hacer la cuna porque no sé dónde están las sábanas de la niña. Las tres maletas las he metido en la habitación de la suite. ¿Dejamos las cajas para mañana? –Harry se miró el reloj–. Lo siento mucho, pero tengo que marcharme. El jefe de bomberos me ha pedido que vaya para examinar los daños y, además, había quedado con unos amigos para jugar al billar esta noche y no puedo cancelarlo. De todos modos...
Mia enderezó la espalda.
–No tienes que darme explicaciones, Harry. No es necesario que cuides de nosotras, estamos bien. Ve y haz lo que tengas que hacer.
Unos minutos después, mientras se alejaba de la casa en el coche, se dijo a sí mismo que el vacío que sentía en el estómago no se debía a que estaba desilusionado. Mia no le necesitaba. Lo que estaba haciendo por ella era un intento de quitarse el sentimiento de culpa que tenía respecto a ella. Además, Mia iba a ganarse el sustento a pulso arreglándole el lío ese de la contabilidad.
Harry había tratado de leer algunos archivos en el ordenador; pero, al final, solo había logrado sentirse sumamente frustrado. Aunque había logrado aprender a disfrutar con la lectura, el proceso era lento. Los números continuaban siendo una pesadilla para él.
Al aparcar delante del bar, el jefe de bomberos le indicó con la mano que se acercara.
–No se puede subir al primer piso, es peligroso. Pero puede sacar lo que quieras del piso de abajo.
El punzante olor a madera quemada le hizo arrugar la nariz.
–Mañana van a venir los de la compañía de seguros, que está en Asheville.
–No va a tener problemas. Pero las reparaciones van a costar
Sí, ya lo sé. Espero que las obras se hagan rápido, me gustaría volver a abrir el bar dentro de un mes. ¿Cree que es factible?
El jefe de bomberos sacudió la cabeza.
–No lo sé, señor Styles. Con dinero se consigue mucho, pero esto... Ah, tenga cuidado, el suelo está muy resbaladizo.
Harry cruzó la puerta del Silver Dollar y lanzó un gruñido. El establecimiento estaba completamente destrozado.
Su objetivo principal era recoger del despacho todo lo que Mia pudiera necesitar para la contabilidad. Por suerte, en casa tenía una copia de seguridad de todos los archivos relacionados con el negocio. El ordenador estaba mojado, así que no podía ponerlo en marcha.
Encontró una caja de cartón casi intacta y en ella metió todos los papeles que había encima del escritorio. Se secarían; y, si no, tendría que pedirle a los proveedores que le reenviaran las facturas.
Se conformó pensando que podría haber sido peor; al menos, la fachada no había sufrido daños.
Después de cargar en la furgoneta todos los papeles se reunió con sus amigos y, mientras tomaban unas hamburguesas y unas cervezas, se vio sometido a un interrogatorio respecto al incendio.
Al cabo de un rato, Harry logró desviar la conversación, consciente de que algunos de esos hombres apenas lograban llegar a final de mes con sus sueldos. No quería que le compadecieran, a él le sobraba el dinero para solucionar su problema.
Ser uno de los poseedores de la fortuna Styles le hacía sentirse incómodo.
Quitándose de la cabeza la idea de que era un fraude, se acabó la cerveza y se puso en pie.
–¿Qué, nos ponemos a jugar?
Mientras Cora dormía la siesta, Mia se paseó por la casa sin sentir un mínimo de vergüenza. Había encendido un monitor para vigilar a Cora, por lo que se vio libre para pasearse por la casa de Harry a su antojo.
Empezó por las habitaciones del piso de arriba, muy bien decoradas y listas para que cualquiera pudiera ocuparlas. Sin embargo, algo en ellas daba la sensación de vacío. ¿Cuánta gente iba a casa de Harry y se quedaba a pasar la noche?
La cocina, abajo, era un sueño; sobre todo, los modernos electrodomésticos. El refrigerador, enorme, estaba lleno de comida; el congelador repleto de paquetes etiquetados con nombres como pollo con queso parmesano, sopa de verduras, pan... Harry le había dicho que la empleada que se encargaba de su casa le tenía bien abastecido, pero tanta comida era una exageración. Podía pasarse un mes allí sin necesidad de comprar nada.
Como Harry le había dicho que se sintiera como en su casa y se preparara lo que quisiera para cenar, no perdió el tiempo y eligió una porción de pastel de pollo. Mientras la comida se calentaba en el microondas, miró el monitor y vio que Cora seguía durmiendo.
Comenzaba a anochecer cuando terminó de cenar. Tendría que despertar pronto a Cora; de lo contrario, se pasaría la noche en vela.
Cora mostró su acostumbrado buen humor cuando Mia la levantó de la cuna. Como todavía tenía la bañera de plástico de la niña en el coche, decidió meter a Cora en la pila y la bañó rápidamente.
Después de ponerla el pijama, jugaron durante una hora en la enorme cama de la habitación que Mia iba a ocupar durante las próximas semanas.
Cora aquella noche decidió cooperar y se quedó dormida mientras su madre la acunaba y le cantaba una canción. Al dejarla en la cuna, la niña se movió un momento antes de descansar los brazos a ambos lados de la cabeza.
Mia apagó la luz y, de puntillas, salió de la habitación y cerró la puerta. El corazón le dio un vuelco al chocarse con algo grande y cálido. Una mano le cubrió la boca para sofocar un grito.
–Tranquila, Mia, soy yo.
–Me has dado un susto de muerte.
–Perdona, creía que me habías oído entrar en la casa –dijo Harry en tono de disculpa–. ¿Te apetece un helado?
La prosaica pregunta contrastó con la forma como Harry paseó la mirada por su cuerpo. Ella se había cambiado de ropa y ahora llevaba unos pantalones de pijama ajustados y una camiseta de tirantes. Era un atuendo perfecto para una noche de verano, pero se le notaban los pezones demasiado.
–Sí, gracias –respondió ella cruzando los brazos a la altura del pecho–. Deja que me ponga una bata.
La sonrisa de Harry hizo que le temblaran las piernas.
–No lo hagas por mí –dijo él–. Me gusta la ropa que llevas. Vamos, sígueme.
Mia se sentó delante de una mesa en un recoveco de la cocina y se quedó mirando a Harry mientras servía unas porciones enormes de helado de nueces. A juzgar por su condición física, que no tenía grasa en ninguna parte del cuerpo, debía quemar muchas calorías. Harry era esbelto y musculoso.
Se sentó a la mesa y le pasó un cuenco con helado.
–Vamos, come.
Después de cuatro cucharadas, Mia dejó la cuchara en el
cuenco.
–Me estás mirando.
–Perdona –Harry se inclinó hacia ella y le limpió un poco de helado que tenía en la barbilla–. Todavía no puedo creer que seas la misma Mia que conocía en el colegio.
–Me sorprende que te acuerdes de cómo era. Tú eras mayor que yo, una auténtica estrella y no nos movíamos en los mismos círculos.
Harry, sin apartar los ojos de ella, dijo:
–Lo pasaste mal en el colegio, ¿verdad? Lo siento mucho, Mia. Ella se encogió de hombros.
–Acabé acostumbrándome. Además, no era la única a la que despreciaban. Por cierto, nunca supe por qué después de las últimas Navidades en el colegio un montón de chicos cambiaron de actitud respecto a mí. No puedo decir que fueran simpáticos conmigo, pero dejaron de tratarme como a un bicho raro. ¿Tuviste tú algo que ver con eso?
–Quizá. Me fui a pasar el fin de año en una estación de esquí con un grupo de amigos. Un par de ellos empezaron a hablar de acostarse contigo para demostrar que podían hacerlo. Yo les hice callar.–¿Tú protegiéndome, Harry? ¡Vaya sorpresa! Harry sonrió.
–No me pongas en un pedestal. Soy perfectamente consciente de que te lo hice pasar muy mal.
–Y, sin embargo, una vez me besaste.
Mia no podía creer lo que acababa de decir. Se quedó helada.
A Harry le sorprendió que Mia hubiera mencionado el incidente. Se sintió algo incómodo.
–No debí hacerlo –murmuró él antes de llevarse otra cucharada de helado a la boca mientras rezaba para que Mia no le notara el sonrojo.
Aquello había ocurrido cuando Mia tenía quince años, a dos meses de cumplir los dieciséis; él, dieciocho. La había abrazado y le había dado un furtivo beso, deliciosamente dulce e inapropiado.
Mia apoyó la barbilla en una mano.
–Nunca comprendí por qué me diste un beso. ¿Habías hecho una apuesta?
–¡No, claro que no! –la pregunta era insultante–. Me dieron ganas, eso es todo. Llevábamos el año entero juntos y estábamos a punto de graduarnos. Pensaba que no íbamos a volver a vernos.
–¿Vas a decirme que eras un sentimental? No, eso sí que no me lo creo.
–Estabas guapa a la luz de la luna –contestó Harry.
Los dos, por separado, habían ido al autocine de Silver Glen. El autocine aún seguía abierto.
–Habías ido con una chica, ¿no?
–Sí.
–Repito, ¿por qué?
–No lo sé, Mia. De verdad que no lo sé –Harry se levantó y llevósu cuenco al fregadero–. Me gustabas y me intimidabas.
–Eso es lo más increíble que te he oído decir. Hubo un tiempo en el que me detestabas; después, apenas me tolerabas.
–Eso no es verdad –Harry se apoyó en el mostrador de la cocina–, yo nunca te detesté. Puede que te lo pareciera al principio, pero el problema era que no me soportaba a mí mismo y lo pagué contigo. Aunque me portaba mal contigo, me parecías muy dulce y
terriblemente compleja.
cola. Mia se lo quedó mirando como si le hubieran salido cuernos y
–¿Por qué no me dices el verdadero motivo por el que me besaste, Harry?
Harto de la obstinación de ella y de que estuviera tan convencida de su falta de atractivo, se acercó a la mesa, agarró a Mia por las muñecas y la hizo levantarse.
–Te besé porque me excitabas físicamente y soñaba contigo casi todas las noches –sin pensar en las consecuencias, Harry bajó la cabeza y le rozó los labios con los suyos–. Fuiste maravillosa conmigo, fuiste la única persona que me salvó del desastre que era mi
vida. Estaba a punto de besarla, pero Mia se había puesto muy tensa. Permanecieron así treinta segundos. Entonces, ocurrió algo
inesperado: Harry se sintió como si se encontrara en medio de un chaparrón de verano, completamente empapado y feliz.
Mia le abrazó tímidamente y él sintió una inmensa ternura por ella. Ya no era una adolescente, sino toda una mujer con un cuerpo suave, pechos voluptuosos y pronunciadas caderas.
Si se quedaban así más tiempo iba a poseerla. «No, Harry, mala idea». Rompió el contacto y dio unos pasos atrás.
Mia se lo quedó mirando con una expresión imposible de descifrar.
–Has estado a punto de besarme –dijo ella.
Harry se encogió de hombros.
–Lo he pensado mejor. No te crees que te
besara porque quería
aquella noche en el autocine, pero es verdad. Me gustabas. –¿Te gustaba?
–Sí, pero eras demasiado joven para mí, a pesar de estar en la misma clase. Estabas fuera de mi alcance.
–¿Crees que debería darte las gracias por no tocar me?
Harry notó que Mia se había enfadado.
–Mia, ¿qué quieres de mí?
Se hizo un prolongado silencio. Por fin, cuando Mia respondió,
no llegó a contestar su pregunta.
–Si vamos a sincerarnos, será mejor que te diga que no he
venido a Silver Dollar por casualidad.
Harry arqueó las cejas.
–¿No?
–No. Quería verte y me resultó fácil enterarme de que tenías un
bar.
–Pero no es posible que supieras que me había quedado sin
contable. Dime, ¿por qué viniste?
Mia volvió a sentarse, apoyó los codos en la mesa y el rostro en
las manos.
–He hecho muchas tonterías en mi vida. En estos momentos,
soy una madre soltera sin casa y sin dinero. Me pareció que me sentiría mejor si supiera que a ti te había ido bien, que te habían servido las clases que te di. Vine a Silver Glen a hacerte una visita.
–¿Cómo sabías que iba a sentarme a tu lado en la barra?
–Eso no lo sabía. Me bastaba con ir al bar, no necesitaba verte cara a cara. Vi que tenías un negocio que te iba bien y lleno de gente. Eres todo un éxito, Harry. Y eso hace que me sienta mejor.

Una oportunidad para amar |HS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora