Capitulo 10

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Harry estaba encima de Mia y apenas podía respirar. ¿Qué demonios le había pasado? Instintivamente, se retrajo, no quería que ella se diera cuenta de que hacer el amor con ella no había sido algo extraordinario. Mia ya le conocía demasiado bien como para relajarse completamente con ella. A un hombre le gustaba ocultar sus debilidades.
Cuando le pareció que ya podía moverse, se apartó de ella, se levantó de la cama y se fue al cuarto de baño para quitarse el preservativo y lavarse la cara. Se miró al espejo y vio que tenía los ojos brillantes.
Al volver al dormitorio vio que Mia se había dormido. Estaba boca arriba con postura de abandono: los brazos estirados, el cabello revuelto y desnuda.
Harry no sabía si se sentía alivio o si estaba decepcionado.
Mia necesitaba dormir. Aunque él estuviera medio excitado y quisiera volver a poseerla, sería cruel despertarla. Cora daba trabajo y Mia necesitaba descansar para poder cuidar a su hija.
Agarró su ropa sin hacer ruido y luego se detuvo al lado de la cama. Mia no se parecía en nada a Tara, ni en el aspecto físico ni en el temperamento.
Tara y él lo habían pasado bien en la cama y fuera de la cama, siempre incitándole a la aventura. Quizá Tara era una versión femenina de él mismo; al menos, de él de adolescente.
Podía ser que hubiera sido eso lo que le había atraído de ella. La había comprendido.
Mia, por el contrario, era un misterio. A pesar de su timidez, era difícil comprender por qué no tenía un anillo de casada en el dedo. Mia era cariñosa, divertida, leal y valiente. Le dejaba atónito que hubiera tenido que recurrir a un banco de esperma para quedarse embarazada.
El hecho parecía indicar que Mia no quería relaciones duraderas con un hombre. ¿Había estado enamorada alguna vez?
Y él... ¿qué iba a hacer ahora con Mia y con Cora?
Mia se dio media vuelta y echó un vistazo a su móvil para ver la hora. Le dolían los pechos, los tenía llenos de leche. Cora podía despertar en cualquier momento.
¿Y Harry? ¿Dónde estaba Harry? ¿Por qué no estaba a su lado abrazado a ella, endurecido y dispuesto a otro asalto?
Temblando, se dirigió al cuarto de baño a toda prisa. Con un poco de suerte, le daría tiempo a darse una ducha antes de que Cora exigiera su desayuno. Bajo el agua de la ducha, trató de que el agua borrara las huellas de las caricias de Harry.
La ausencia de él era significativa, debía de estar arrepentido de lo ocurrido. ¿Por qué no estaba ahí?
Conteniendo la pena, volvió al dormitorio a vestirse. Cuando acabó, Cora se despertó. Al ir a levantar a su hija de la cuna para cambiarle el pañal, se recordó a sí misma la suerte que tenía. Cora era un rayo de luz en su vida y sabía que debía anteponer el bienestar de su hija al suyo propio.
Mia estaba en Silver Glen para que Cora tuviera un techo sobre su cabeza mientras ella buscaba trabajo. Harry la había ayudado y, a su vez, ella le estaba ayudando a él. Pero esa relación era pasajera, con un principio y un final.
Amamantar a su hija le dio algo de paz y tranquilidad. Harry no le pertenecía, como no le había pertenecido a los quince años. Se había equivocado al pensar que acostándose con él se le pasaría el enamoramiento que arrastraba desde la adolescencia.
No tenía superlativos para describir lo que había sido el sexo con él, pero no iba a hacerle sentirse incómodo exigiéndole más.
Cuando acabó de dar el pecho a Cora, Mia le puso a la niña un vestido de verano amarillo. Después, hambrienta, se dirigió a la cocina. Como había sospechado, Harry no estaba a la vista.
–Ah, ya estás aquí –dijo Gertie apartando los ojos de la sartén en la que estaba friendo beicon–. Me da la impresión de que alguien no te ha dejado dormir bien.
Mia enrojeció.
–Sí, como de costumbre. Pero por fin, después de venir aquí a por un vaso de leche, Cora se durmió.
Sin preguntar, Gertie le indicó el plato que había puesto en la mesa con fresas y arándanos.
–Dentro de un minuto voy a sacar del horno los bollos de canela. Vamos, ponte a comer.
–¿Sabes si Harry tenía que ver a alguien hoy por la mañana? – preguntó Mia, que ya tuteaba a Gertie.
–Que yo sepa no. Se ha marchado hace una media hora, al bar. ¿Por qué? ¿Tenías que decirle algo?
–Quería preguntarle una cosa sobre la contabilidad, pero puede esperar.
Mia acababa de terminar el desayuno cuando sonó el teléfono. Gertie contestó a la llamada y luego le pasó el auricular.
–Es para ti. La señora Styles.
Gertie agarró a Cora para que Mia pudiera hablar.
–Buenos días, Mia, soy Maeve. Zoe y yo lo hemos arreglado para que tú y Harry vengáis a cenar esta noche. Zoe va a cocinar. No te preocupes por Cora, tenemos cunas portátiles en el hotel, así que subiremos una a las habitaciones de Liam y Zoe para que pueda dormir tranquilamente.
–Pero... Señora Styles, yo no sé si Harry está libre esta noche.
–Por favor, llámame Maeve y tutéame. Ya he hablado con él esta mañana y me ha dicho que por él no hay problema, que tú tienes la última palabra.
Mia estaba en una encerrona. Las normas sociales dictaban que debía aceptar la invitación, pero le mortificaba la idea de sentarse a la mesa delante de la madre del hombre con el que se había acostado la noche anterior. Sin embargo, no tenía más remedio que aceptar.
–Bueno, en ese caso, sí, claro. Muchas gracias por invitarme. Y gracias por lo de la cuna. Como estoy dando el pecho a mi hija, no puedo pasar mucho tiempo separada de ella.
–Lo comprendo perfectamente. En fin, hasta las seis y media. Ah, Mia...
–¿Sí?
–¿Podrías vestirte de fiesta para la cena? Zoe se va a pasar el día entero cocinando y me gustaría que fuera una especie de celebración.
–Sí, claro, no hay problema –mintió Mia–. Hasta la tarde.
Mia colgó el teléfono. ¿Vestido de fiesta para la cena? ¡Cielos! Le preguntó a Gertie si podía cuidar de la niña mientras ella iba a
comprarse algo.
–Después de dar el pecho a la niña, déjala en la cuna y yo me encargaré de echarle un ojo. En Silver Glen hay una tienda de ropa muy buena. Tienen cosas estupendas para mujeres jóvenes. Seguro que encontrarás algo que te guste.
–Siento mucho tener que molestarte, Gertie.
La mujer, con Cora en los brazos, hizo un gesto de no darle importancia.
–Entre cuidar de la niña o fregar, prefiero cuidar de la niña. Vamos, dedícate unas horas a ti misma. Y no te preocupes, te aseguro que cuidaré bien de ella.
–Eso ya lo sé.
El problema era gastar dinero, con lo poco que tenía. Por otra parte, sentirse femenina y atractiva aquella noche le daría fuerzas para enfrentarse a Harry.
Necesitaba darle a entender que era una mujer fuerte y que no iba a poner en peligro su soltería.
Después del almuerzo, cuando Cora se durmió, Mia estaba deseando salir de la casa. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo encadenada que estaba a Cora y a la bolsa de pañales. Por supuesto, no le pesaba para nada ser madre, estaba encantada; pero un par de horas sola tenía su atractivo.
Siguiendo las instrucciones de Gertie, no le costó nada encontrar Silver Linings. La tienda, que no estaba cuando ella vivía allí, ocupaba el piso bajo de un edificio histórico al lado del banco. Después de aparcar, le sobrecogió un súbito entusiasmo al ver, en un maniquí, justo el vestido que había imaginado.
Sin perder el tiempo, entró en la tienda.
La dependienta era una chica unos años más joven que ella. –Soy Dottie. ¿En qué puedo ayudarte? –preguntó la dependienta
amablemente.
–Me gustaría probarme el vestido que tenéis en el escaparate.
Hace poco he tenido una niña y necesito ropa nueva.
Por suerte tenían su talla.
En el probador, se quedó en sujetador y en bragas y se lo puso.
Era un vestido de cóctel, nada convencional, de seda pesada, ceñido a la cintura y con una falda en forma de campana; la espalda subía hasta el cuello, pero era muy escotado por delante y en forma de pico.
Antes de subirse la cremallera, se dio cuenta de que iba a comprarlo.
Mientras, con esfuerzo, tratando de subirse la cremallera del cuerpo del vestido, la dependienta le preguntó desde el otro lado de la puerta:
–¿Qué tal?
Mia, mirándose al espejo, hizo una mueca. –Es la talla de siempre, pero...
–No se preocupe si todavía tiene que perder algo de peso, ya verá como acaba perdiéndolo. De todos modos, ¿quiere que le traiga una talla más grande?
–No, no es eso. Pero... mire –Mia abrió la puerta del probador–. ¿Qué le parece?
La joven agrandó los ojos y sonrió.
–Ah, ahora entiendo, está amamantando, ¿verdad? Disfrute mientras dure. A mí me pasó lo mismo cuando tuve a mi hijo. A mi marido le encantaba.
Mia enrojeció.
–¿No le parece que el escote es un poco exagerado? Sobre todo, teniendo el pecho tan lleno.
–¿Exagerado?
–Sí.
–No, en absoluto. Creo que no está acostumbrada a enseñar su
cuerpo, le pasa a mucha gente. Pero el hecho de ser madre no significa que una tenga que esconderse. Tiene una figura estupenda. Y, si no me equivoco, quiere que alguien se fije en usted, ¿verdad?
–Lo voy a llevar a una cena.
–No ha respondido a mi pregunta, así que daré por contado que es un sí. Compre el vestido, está claro que le gusta. Y el rojo le sienta muy bien.
Mia tragó saliva.
–Está bien, me lo llevo.
Tres horas más tarde estaba a punto de un ataque de nervios.
Harry iba a estar listo en menos de media hora. No le había visto, pero había recibido un mensaje en el móvil en el que Harry le indicaba la hora a la que iban a salir.
De nuevo, Mia se miró en el espejo. Las sandalias negras no eran nuevas, pero le sentaban bien y eran cómodas. Se había dejado el pelo suelto, cuyas ondas le acariciaban los hombros.
Pero entre la cabeza y los pies había toda una revolución. El vestido, ahora, le parecía más escandaloso aún que en la tienda. Se le ajustaba a la cintura a la perfección, la falda era elegante y se veía bien las piernas con ella. Pero el cuerpo... El pecho parecía querer salírsele por el escote en toda su abundancia y esplendor.
Mia se recogió el cabello detrás de las orejas, hizo una pirueta y se tocó el estómago. Para bien o para mal, empezaba la función.

Una oportunidad para amar |HS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora