Capítulo IV

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Unas Disculpas Sinceras
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Ya había decidido que iba a intentar ser más amable pero me costaba ignorar mi lado frío y calculador, ese que me susurraba al oído que era mejor hacer que la expulsen de la universidad. Me regañaba mentalmente por pensar así y de inmediato me ponía a hacer algo que mantenga mi perversa mente ocupada sin embargo muy pronto me sentía abrumado.

Estar dando vueltas entre cuatro paredes blancas me daba la sensación de estar en un manicomio y a lo mejor eso merecía luego de idear planes tan despiadados contra personas que aveces ni conocía. Nunca me han interesado los sentimientos de nadie que no sea yo mismo pero tenía que aparecer Elizabeth con sus ojos de perrito mojado a echarlo todo a perder.

—Joder y ni siquiera siento algo cuando veo cachorros —grité sin importarme que alguien me escuchara.

Sin pensarlo tanto tomé mis llaves y salí a caminar sin rumbo, solo para evitar el ataque de ira que estaba por tener y quizá también para pensar en la manera más adecuada de acercarme a Elizabeth para pedirle disculpas por mis groserías.

Caminaba con la vista al frente y sin mirar nada de lo que pudiese pasar por delante mío, eso casi ocasiona que me atropellen un par de veces pero no me importaba.

—Jovencito ¿Quiere comprar una rosa? —habló una voz femenina haciéndome parar en seco.

—¿Me lo dice a mi? —pregunté serio.

La anciana me miró y sonrió, me hizo una seña para que me sentara a su lado y por alguna razón la obedecí de inmediato.

—Claro que si, eres un jovencito muy guapo y seguro que tienes una novia hermosa.

—No tengo novia, de hecho ni siquiera estoy interesado en alguien —respondí con el ceño fruncido.

La anciana no dijo nada ante mi respuesta, se quedó viéndome fijamente y ante su silencio voltee a verla.

—Sostén esta rosa por mí —extendió una hermosa rosa roja hasta mis manos.

Inevitablemente pensé en Elizabeth, quizá podría darle una rosa en señal de mi arrepentimiento pero recordar que en el pasado he regalado muchas con malas intenciones me hizo descartar la idea. Estoy tan arrepentido que quiero hacer algo especial por ella, algo que la haga olvidar la horrible imagen que seguro tiene de mí.

—¿Estás pensando en alguien justo ahora, no? —cuestionó sonriente.

Al verme descubierto empecé a reír con ella, sin darle alguna respuesta ambos sabíamos que ella tenía razón. Me sentí muy cómodo hablando con la anciana, me inspiraba confianza y generalmente no muchas personas lo hacen por ello me animé a extender un poco más la conversación.

—La chica en la que pensaba, una compañera para ser preciso, esta triste por culpa de mis malas actitudes y no sé que hacer para pedirle disculpas —confesé mirando al suelo.

—No pierdas tiempo atormentándote con lo que pasó, habla con ella, estoy segura que podrán solucionar las cosas —tomó mi mano dándome su apoyo y continuó —El brillo en tus ojitos me dice que la quieres de verdad así que búscala y abre tu corazón.

Lo que decía la anciana era bastante dulce y sólo por eso decidí ignorar la parte en la que hablo del supuesto brillo en mis ojos. Tenía algo importante que preguntarle porque a pesar de lo que hablamos aún no hallaba una respuesta a mi principal dilema.

¿Amor o capricho?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora