—Eh~ ¿de dónde has sacado ese Toonie?
—¿Ah?— esa mujer llevaba puesta una cazadora llena de estampas chillona, su pelo rubio descendía largo por su derecha dejando ver su curioso pendiente rojo —Sí...— ¿le había respondido que sí?
—¿Sí qué?— se echó a reír, apoyándose en el banco en el que estaba sentada. Traté de recordar qué me había preguntado, pero me habían volado los papeles de la memoria —Digo que de dónde has sacado a tu Chill. ¿Lo has capturado tú?
—A-ah, no no, me lo dio mi padre...
—Vaya, debe de ser un gran entrenador, no es fácil dar con uno de estos, ni siquiera lo tengo en la Chilldex, ¿cómo se llama?
—Tun— lo cogí para ponerlo en mi regazo, protegiéndolo de esa desconocida.
—Encantada Tun, yo soy Marta— se giró, y me sorprendió que tuviera su nombre bordado en la espalda, me quedé muda. —No eres de por aquí ¿verdad?
—Me trasladé hace poco...— la vi esperando algo más de mi respuesta, pero no se me ocurrió nada que decir.
Silencio incómodo...
—Bueno, tengo que volver al gimnasio, creo que alguien quería desafiarme al mediodía y tengo que preparar a mis Chills. ¡Suerte!
Me transformé en un pedrusco, ¿gimnasio? ¿preparar a los Chills? ¿no sería ella una líder? Eso explicaría su ropa pero, ¿en serio?
Lo busqué en la Chilldex, líder del gimnasio de Masinu, Marta, ahí estaba. Acababa de hablar con ella, o bueno, más que hablar, balbucear cuatro palabras, yo y mis tremendas habilidades sociales.
Jamás me acercaría a ese gimnasio.
Con Tun más despierto, decidí volver a casa antes de que el campeón de la región decidiera pasarse por ahí a hablar conmigo también.
Tuve un par de combates más de camino a casa, fui con más prisa que cuidado, con algún rasguño, nada importante.
Me dejé caer en el sofá cual Globox deshinchado, creando inquietas olas en mi mente. Tun se revolcó por encima como de costumbre.
Era nivel seis, casi siete de hecho, tardé en caer en la cuenta de que ese era mi primer día como entrenadora de Chills. Me pregunté qué pasaría a partir de entonces, ¿podría dedicarme a ello? Papá dedicó su vida a la investigación de los Chills, mamá disfrutaba de su juventud desafiando a los entrenadores en todo tipo de rutas, pero yo...
Jamás llegaría a ser tan lista como papá, y las cosas no estaban como para perder el tiempo en batallas, necesitaba encontrar un trabajo de verdad, hacer algo en lo que fuera buena, ¿pero qué?
Mamá me ahogó a preguntas cuando volvió por la tarde, sentí en sus palabras la ilusión de sus mejores tiempos, pero no creo que pudiera aguantar la presión de una batalla reñida contra otro entrenador, era demasiado para mí. Le conté por encima mi encuentro con la líder Marta y alucinó, como si hubiera combatido con ella o algo.
Los días pasaron, el camino por la ruta entre nuestra casa y la tienda se hizo trivial, Tun se las apañaba sin problemas y llegó a subir al nivel ocho, pero de ahí no pasaría si no avanzaba hacia el este. Y seguía igual, sin saber qué hacer conmigo misma.
De camino a casa, un niño demasiado imprudente invadió mi espacio.
—Uah, ¿eso es un Chill?— empezaba a molestarme que la gente se sorprendiera de él, cómo si no hubieran Chills extraños —¡Luchemos!— pero ese chico no era sólo curioso.
—¿Qué~?
—Vamos, Pikotaro, ¡te elijo a ti!— y ahí estaba, metida de llena en una pelea.
No parecía gran cosa, Tun se lo ventiló en un par de turnos, pero entonces sacó otro.
—¿¡Pero cuántos tienes!?
—Seis, ¿y tú?— llevaba un par de pociones, nada más, estaba perdida.
Logré de alguna forma terminar con tres, pero al cuarto recibí un crítico que no me dio oportunidad a usar la última poción, Tun se quedó sin fuerzas.
Lo cogí con cuidado, temblando, mientras ese niñato me llamaba estúpida por ir con un sólo Chill. Corrí tan rápido como pude para llegar a casa, fui a por el revivir que teníamos y lo usé ahí mismo en la cocina.
—Tun~— respiré como si llevara horas aguantando la respiración, y un torrente de emociones me hizo ponerme a llorar.
Volví a sumergirme en el mar de depresión en el que tanto había nadado los pasados meses, habían debilitado a Tun y no pude dejar de pensar en mi padre.
No me levanté de la cama, quedé tumbada con él enfrente, atada a la idea de que no sería capaz de salir de allí, que iban a derrotarme una y otra vez. Era una perdedora, eso era lo que era, una inútil que sólo perdía el tiempo con un Chill que ni se merecía.
Ignoré a mamá cuando llegó, la ignoré después cuando me llamó, y la seguí ignorando cuando entró en la habitación.
—Eh... ¿te encuentras bien?
—Hm.
Esperé que se fuera para hundirme un poquito más en la miseria, pero no tuve suerte.
—¿Has merendado ya? Iba a hacerme un bocadillo de aTún— y ahí estaba de nuevo —¿no? EsTún riquísimos, y tiene muchas vitaminas como la be, la de, la e... también la te, la u y la ene...— no la vi a venir, pero no fui capaz de aguantar mi sonrisa —oh venga, esa era buena, ¿qué te pasa? ¿quieres que hablemos?
—No...
—Tunterías, venga~ dímelo~— buscó unas cosquillas que ya no tenía.
—Déjame...
—Bueno, te haré el bocadillo igualmente— me dejó en paz, no sin antes darme un beso en la sien.
Me entró hambre pasados unos minutos, pensé en ir sigilosamente a la cocina, pero un huracán se acercó a la habitación.
—¿¡Has usado el revivir!? No me digas que has perdido un combate, ¿ha sido con un entrenador? Seguro que sí, ¿cómo ha sido? ¿ha estado igualado? Era el primer entrenador que te desafiaba ¿verdad?
Me escondí debajo de las sábanas para no escucharla.
—¡Cállate! ¡Vete!
—Oh eso sí que no, ven aquí a contármelo todo— me sacó de la cama con todas sus fuerzas —¿a quién hay que patear el culo?
De alguna forma, supongo que por su don de ser como es, terminamos la noche entre risas, metidas en el programa de simulación de combates de la Chilldex hasta las tantas.
No sé qué haría sin ella.