[Parte III]

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Como la amistad va, el resentimiento crece, caminaremos caminos diferentes.

+Bastille.

-Esto parece provocar las reacciones más fuertes y desmedidas de nuestra especie- su voz, su expresión, todo te hacía pensar que jamás te tocaría ni un cabello, cuando su mirada se fijó sobre Bella, a quien había llamado esto, sin que nadie pareciera notarlo, así como tampoco el que se incluyó en ese paquete, clavándose como dos dagas. Intentó en vano, dañarla con su don. Ese escudo estaría ahí por siempre. Al menos que una vampira Bella, lograra averiguar cómo quitárselo de encima.

Aunque si yo fuese ella, jamás lo quitaría. Su lista de enemigos crece cada día más.

-¿Tendrías la bondad de no hacer eso?- la tensión en el enamorado era palpable. Jane volvió a reír.

-Solo era una prueba. Al parecer, no sufre daño alguno.

Romeo abrazo con fuerza a una asustada Julieta.

-Bueno, parece que no nos queda mucho por hacer. ¡Qué raro!- la apatía volvía a mi hermana, ya que opto por ocultar su molestia ante el don de Bella-. No estamos acostumbrados a desplazarnos sin necesidad. Fue un fastidio perdernos la pelea. Da la impresión de que habría sido un espectáculo entretenido.

Entretenido, mis cojones. Más fácil de entender, eso es. Porque el extraño olor junto con ningún rasguño… Esto no es normal.

-Sí. Y eso que estaban muy cerca. Es una verdadera lástima que no llegaran media hora antes. Quizá entonces podrían haber realizado su trabajo completo.

Algo en la voz de Edward no me gusto. La manera en que pronunció las palabras, sonaban a una acusación, la aludida lo noto, pero lo dejo para después.

-Sí. Que lastima que las cosas hayan salido así, ¿Verdad?

El vampiro asintió, mi hermana se giró a la neófita.

-¿Felix?- el grandulón se irguió en su lugar, esperando la orden completa.

-Espera- le cortó, Romeo.

-Podemos explicarle las reglas a la joven…

Edward y su padre se lanzaron en la defensa de la chica. Misma que no hacía más que mirarse sorprendida y esperanzada.

No lo estés. Quise decirle, pero solo la miré fijamente. Ella solo conectó con mis ojos una milésima de segundo, alejando la mirada entre estremecimientos. Asentí para mí mismo. Confirmándome que hubiera sido divertido, si la hubiera conocido meses atrás, si la hubiera atrapado antes que el monigote de Riley.

Lástima.

-No hacemos excepciones ni damos segundas oportunidades. Es malo para nuestra reputación, lo cual me recuerda- una pausa, una que uso para mirar con complacencia a la dueña del único corazón latente-. Cayo estará muy interesado en saber que sigues siendo humana, Bella. Quizá decida hacerte una visita.

Visita. Linda manera de decir asesinato.

-Ya se fijó la fecha. Quizá vayamos a visitarlos dentro de unos meses.

Mis ojos carmín se posaron en la menuda figura de bailarina de Alice, la vidente. Cabello corto, puntiagudo, perfil firme pero suave. Solo los ojos dorados lo arruinaban todo. Aparté la vista de ella.

Jane dejo de mostrarse tan jovial, por su posible plan fracasado, limitándose a encogerse de hombros como si no le hubiera afectado el comentario.

-Ha estado bien conocerte, Carlisle. Siempre creí que Aro había exagerado. Bueno, hasta la próxima.

Carlisle asintió sin saber que más decir al respecto. Su postura era defensiva, pero no temiendo por él. Temiendo por los demás, por su familia.

Inteligente, valiente, fuerte pero débil. En resumidas cuentas, eso era Carlisle Cullen. El vampiro que ponía todo en el carajo, si eso salvaba a sus seres queridos.

-Encárgate de eso, Felix- culminó Jane. Dando la ansiada orden, que no me hubiera molestado si me disponía a mí para cumplirla. Así podía sentir su piel, antes de cortarle de tajo la vida-. Quiero volver a casa.

¿Casa? ¿En serio? Sacudí la cabeza con fuerza, con mi mente volando al lugar donde nacimos, aquel donde también nos quisieron quemar como si fuéramos brujos. Ellos no comprendían. Jamás lo hicieron. Y pagaron por ello.

Miré la fogata, perdiéndome por un momento en el vaivén de recuerdos de mi infancia. Los pocos que habían sobrevivido con el tiempo. Todos eran escenas dolorosas. Nada bueno sobrevivió al tiempo. Y lo agradecía. Porque al igual que esos recuerdos, todo lo bueno en mí, se fue. Se enfrió y murió, eso desde el día en que me ataron las manos y pies al carrizo, condenándome a muerte.

Miré como luchaba con sus diminutas manos sobre las inmensas de Felix. Observé como intentaba forcejar por su vida, como si tuviera sentido alguno hacerlo.

Ya estabas muerta.

Su cabeza cayó rodando, el resto de ella formo una pila en el mismo lugar, antes de encenderse en las llamas, embargando el lugar con la dulzura de su muerte.

-Vamos- ordeno mi hermana. Los tres la seguimos, acomodándonos la capucha sobre la cabeza, ocultando del todo nuestro rostro. Unos pasos lentos, unos más rápidos, hasta convertirse en una carrera a nuestro lugar.

Mala sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora