Normas y costumbres

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Una vez logramos entrar al comedor, avanzamos hacia el lugar donde servían la comida, que básicamente consistía en un puré asqueroso y con grumos y un pedazo de pan. Posteriormente elegimos una mesa en la que poder sentarnos juntas a degustar, si es que se podía decir, nuestro alimento. No hacía falta posar mucho la vista en la estancia para percibir que no había lugar para todas, de hecho las que empezaban a entrar ya se sentaban en el suelo a comer o recostaban su espalda contra la pared.

-No me puedo creer que le hayas plantado cara a Margarita- comentó Violeta con más sorpresa que reproche mientras empezábamos a comer.

-¿Qué tiene de especial?- cuestioné encogiéndome de hombros.- No voy a renunciar a mi comida porque ella lo diga, aunque sea este mejunje asqueroso ¿No nos dan ni un triste vaso de agua para pasarlo?

-Aquí los vasos y utensilios de cristal están prohibidos, puede haber incidentes ¿no te fijaste que tampoco tenemos cubiertos? Los objetos metálicos también están muy restringidos.

-¿Qué clase de incidentes? ¿Cómo el de la entrada?

-Como ese o autolesiones o agresiones a los empleados por ejemplo.

Autolesiones... No imaginaba quién querría hacerse daño por voluntad propia ni cómo de rota debía de estar su mente.

-¿Y cómo voy a pasar esta bazofia sin algo de agua?

-No levantes la voz- me advirtió una siempre asustadiza María- si te oyen los empleados del comedor, te retirarán el cuenco aunque esté lleno y puede que te veten varios días.

-¿Cómo es posible algo así? ¿Acaso no tenemos derecho a comer?- cuestioné indignada.

-Si criticas la comida, lo pierdes. Aquí los cocineros tienen tanto poder como los médicos- me explicó Violeta.- Pero tranquila, puedes ir a por agua ¿ves esa fuente de allí?- indicó con su dedo apenas un grifo cubierto de óxido que había a pocos pasos de donde estábamos y una estructura en la pared que recogía el agua.

-El alimento te lo podrán negar, pero al menos te dejan beber- murmuró María.

A aquellas alturas del día me dolía tanto el estómago que me tragué aquel engrudo con aspecto de vómito sin respirar, ayudada del pequeño pedazo de pan y esperando que no estuviese en el mal estado que parecía tener.

-¿Cómo podéis soportar esto?

-¿Ves más opciones?- preguntó Violeta.- Aquí vivimos, o sobrevivimos como podemos. Procura no meterte en líos y tendrás comida y talleres todos los días, es el mayor privilegio al que puedes optar.

-¿De qué son los talleres?

-Labores, manualidades, baile, un poco de todo. Es importante que sepas que aquí hay tres estados. Primero tienes el de mayor privilegio que sería ese, por debajo sería estar castigada sin talleres, entonces tendrías que hacer tareas como limpiar, cuidar del invernadero y más o menos lo que se les ocurra encargarte. Si armas escándalo irás a aislamiento, ahí no tendrás nada, con suerte comida y agua, pero serán mucho más duros contigo en los tratamientos.

-Para empezar no sé qué tratamiento pueden ponerme si no me pasa nada.

-A nadie le pasa nada, sólo somos así- puntualizó María.

-Lo que quiero decir es que yo no debería estar aquí, han cometido un error.

-Mucha gente no debería, pero es lo que hay. Te sugiero que tengas cuidado con ese tipo de comentarios. Que niegues tu afección o la que te hayan encasquetado sólo provocará que prueben terapias distintas contigo y créeme, no quieres eso- dijo con seriedad mientras posaba su mano en la mía y me miraba con fijeza.

El hogar de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora