Confesiones nocturnas

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Desperté con el cuerpo entumecido y la boca pastosa, preguntándome cómo de desastrosa había sido mi jugada ¿Me habrían drogado igualmente aprovechando la sedación? No tenía respuesta, lo que sí sabía era que tenía un dolor de cabeza horrible, quizás por haberme golpeado al caer o como efecto secundario de la porquería que me habían dado. Aquello no hizo más que reforzar mi rabia y ganas de salir de ese abominable lugar ¿Cómo podían tratar así a las personas?

Me paré a observar la estancia donde estaba, apenas cuatro paredes tristes, sobrias y desnudas con una puerta metálica y la camilla donde no tardé en comprobar que estaba atada de pies y manos. Se me encogió el estómago cuando miré más detenidamente las ataduras de firme cuero que me inmovilizaban, dándome cuenta de que tenían marcas de dientes, posiblemente de alguien desesperado por escapar.

El repiqueteo de unas llaves en la cerradura de la puerta desvió mi atención, dejando paso próximamente al buen doctor Fuentes. Empezaba a cogerle asco a ese hombre.

-Veo que está despierta por fin ¿Cómo se encuentra?- preguntó de la forma habitual, casi sin mirarme, algo que cada vez me molestaba más tanto por su falta de educación como de interés real.

-Mal. No tenía que inyectarme nada a traición- le reproché.

-Es el protocolo cuando una paciente se sale de control.

-Ya veo cómo cura a la gente, en sueños.

Debió de parecerle gracioso mi comentario porque de nuevo tomó notas en su cuaderno. Entonces se acercó a la camilla y para variar me miró a los ojos por un momento fugaz, claro que sujetándome los párpados y enfocándome con una luz molesta.

-¿Se siente mareada? ¿Tiene náuseas? ¿El cuerpo pesado? ¿Se siente desorientada?

-Desde que entré aquí- dije mordazmente, quizás fuese una infantil rebelión, pero era lo único que tenía en ese momento para dar rienda suelta a mi rabia.

-Tómeselo en serio, señorita Aguirre, que entorpezca mis diagnósticos sólo hará que se quede más tiempo aquí.

Resoplé hastiada y me limité a responder de mala gana.

-No, no, sí y no.

Lo anotó todo durante unos instantes.

-¿Cree que pueda levantarse?

-No estoy segura.

Chasqueó los dedos e inmediatamente apareció una mujer fornida con cofia, indicando con ello claramente su oficio. Habíamos pasado de los gorilas custodios a una enfermera, algo de lo que no me quejaba, pero evidenciaba lo vulnerable que me encontraba como para no necesitar ser retenida. Me soltaron y me agarró para que no me desplomase, al principio el movimiento me hizo sentir mareada, pero o bien me acostumbré, o bien se me fue pasando. Me dejé llevar por los pasillos hasta mi habitación, donde una nerviosa María nos miraba con inquietud al llegar, resguardada en su cama como si fuese un tablón a la deriva. La mujer me acomodó en la mía con el mayor cuidado que habían tenido conmigo desde que llegué y se retiró, dejando al doctor con nosotras.

-Cualquier anomalía que sientas durante la noche comuníqueselo a su compañera y que ella me lo haga saber. Queda como una hora para que las luces se apaguen, pero como dije esto no es una cárcel, la puerta del dormitorio no se cerrará con llave, así que si precisa ir al lavabo puede hacerlo. Tiene una lámpara portable a su disposición para tal tarea, pero no está permitido merodear, sólo el estricto camino al baño- explicó antes de voltearse.- Ah y una última cosa, tiene cita conmigo mañana a la misma hora.

Cerró la puerta y tras de sí se llevó la tensión del ambiente, una que claramente procedía de mi compañera.

-¿Cómo estás?- preguntó con timidez, asomándose por el lado superior de la litera.

El hogar de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora