Encierro

16 3 0
                                    

Recuerdo la lluvia mojando mis mejillas encendidas con la furia, recuerdo la rabia, la impotencia y luchar como nunca antes en mi vida por escapar, salir de allí, huir adónde fuese, pero libre. Nunca la creí capaz de llegar tan lejos, pero para cuando quise darme cuenta ya se había hecho la fatídica llamada que me condenaría por tiempo indefinido a un confinamiento en la sombra, en el olvido.

Nunca fui alguien fácil de domar, mi espíritu libre no toleraba las órdenes ni las autoridades, sobre todo cuando consideraba que no tenían razón y mucho menos opinión en mi vida. No obstante allí estaba en camisón, empapada por la lluvia incesante y forcejeando contra dos hombres altos como armarios y recios como barcos, siendo arrastrada por estos hacia el interior de un edificio antiguo, rozando con los pies descalzos el humedecido suelo de gravilla y luego la baldosa.

Pasé por un par de pasillos siendo escrutada por las miradas inquisitivas de las monjas hasta que mis captores, con ayuda de un tercero, abrieron una puerta metalizada que tenía una ventanilla con barrotes en su parte superior, prácticamente me empujaron dentro y cerraron la puerta de golpe y con llave.

Y aquel fue el inicio de mis días en ese horrible lugar, en una celda, porque no se podía llamar de otra manera, fría y solitaria con apenas una bacenilla como compañía, mojada hasta los huesos y sin una triste toalla a modo de resolución de dicho contratiempo, sin ventanas por las que mirar el tiempo correr y el hambre rugiendo en mi estómago a cada rato. Pasé muchas horas ahí, de eso puedo estar segura, ya que el cansancio y aturdimiento se acabaron apoderando de mí, como niños que reclaman a su madre, bien por aburrimiento o bien por el paso de la noche.

El chirrido de la puerta me arrancó sin piedad alguna de mi sueño y una figura emergió tras ella junto con mis anteriores acompañantes, quizás para evitar mi huida.

-Buenos días señorita Aguirre- saludó el hombre ataviado con una bata blanca.- Soy el doctor Fuentes, desde hoy su terapeuta, mucho gusto- me saludó como quien pronuncia con desidia el mismo discurso durante años.

-Yo no debería estar aquí, esto es un error- dije con desesperación como todo saludo– yo no estoy loc...

-Señorita, me temo que eso es lo que todos dicen por aquí, como comprenderá me resulta bastante difícil de creer. Además he de advertirle que a partir de ahora tanto esa palabra que iba a pronunciar como cualquiera de sus sinónimos están totalmente prohibidos, crean inestabilidad y sólo estigmatizan su situación. Nosotros preferimos llamarles pacientes- me explicó con el mismo énfasis con el que alguien pediría sal a un vecino, empezaba a preguntarme si aquel hombre tenía algo de vida o sólo estaba harto de su trabajo.

-Entiendo, pero insisto en que ha habido un error.

-¿Qué error, señorita Aguirre? ¿Estar aquí o empujar a su madre por las escaleras?

-Madrastra- rezongué ante la acusación.

-¿Entonces la empujó o no?- preguntó con incredulidad.

-Sí- dije con firmeza.

-¿No le parece motivo suficiente?- cuestionó mientras casi ni me miraba en todo lo que llevábamos de conversación.

-Sinceramente no, no me lo parece. Me provocó ¿no quiere escuchar mi versión?

-Claro que sí, quiero entender por qué está tan obsesionada con ella ¿Es por miedo a que intente suplantar a su difunta madre? He oído que sufrió bastante por su pérdida.

-¿Desde cuándo es un delito echar de menos a un ser querido?

-Yo no lo llamaría delito, pero un duelo demasiado prolongado puede derivar en enfermedad, me temo. Pero ya ahondaremos en ello, tendrá sesiones programadas conmigo para comprobar su evolución- me anunció con ese continuo tono anodino.

El hogar de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora