Bajo amenaza

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-¡Lo sabía! Me dijiste que plante cara a los entes y se han enfadado contigo, ahora han ido a por ti- casi gritó mi compañera, bastante alterada.

-No han sido entes, María, han sido Margarita y sus secuaces- pude responder antes de la siguiente arcada, en esos momentos no podía ocuparme de su crisis.

Salí dirección al baño con la esperanza de quitarme aquella porquería con facilidad y de no dejar más del contenido de mi estómago en el intento. Con las prisas ni recordé coger la linterna, así que fui un poco a tientas, esperando recordar el camino.

"Veamos, nuestra habitación es de las más cercanas al ascensor, así que tengo que ir en dirección contraria hacia las escaleras y bajar un piso" empecé a decirme mientras luchaba contra la sensación de asco y por no oler lo que aún llevaba en la cara.

Una silueta envuelta en luz me asaltó en mitad del camino, peo respiré aliviada al comprobar que se trataba de Violeta.

-¿Qué ha pasado? Hacéis mucho jaleo- susurró y abrió los ojos de pronto cuando me vio bien.- ¿Quién ha sido?

-Margarita y su grupo, si me disculpas tengo prisa- dije y retomé mi intento de llegar al lavabo, mas ella me agarró del brazo al pasar.

-Vete con mi linterna, la vas a necesitar. Yo iré a calmar a María- ofreció.

Acepté su buen gesto y se lo agradecí antes de volver a mi ruta, esperando no encontrarme con nadie. El camino se me antojó eterno, mas fui rauda hacia la palangana y la jofaina. Me lavé repetidas veces, tanto que cualquiera temería que me fuese a arrancar la piel de tanta insistencia, no obstante no podía detenerme, no me sentía limpia del todo.

Desconozco cuánto me llevó mi tarea, mas cuando me di más o menos por satisfecha, regresé con cuidado a mi habitación, esperando no tener más altercados aquella noche y que mi compañera estuviese mejor. La encontré en el regazo de Violeta, quien la acunaba como si fuese su niña mientras la acariciaba el pelo con suavidad, componiendo con ello una escena bastante tierna. Ni crucé el umbral de la puerta cuando noté una presencia tras de mí de forma repentina.

-¿Se puede saber qué pasa aquí?- preguntó a mi espalda una airada Ángela.- ¿Qué haces tú en una habitación que no es la tuya? ¿Tú rondando por los pasillos? ¿Y qué es esa maldita peste?- finalizó el interrogatorio con cara de repulsión.

Me giré para hablarle directamente, no me iba a quedar callada tras lo sucedido.

-Verá señora, esta noche he sufrido un ataque...

-¡Al estómago!- se aventuró a interrumpirme Violeta, quien dejó a María y se incorporó hacia nuestra dirección.- Viene del baño ahora mismo, ya nos ha explicado cuánto lamenta no haber llegado a tiempo. Pero lo limpiaremos, no se preocupe.

-¿Y tú qué haces aquí?- cuestionó con desdén mientras yo la miraba incrédula por sus palabras a sabiendas de lo que en realidad había ocurrido.

-Precisamente escuché la situación y vine a ayudar.

-Ya veo que estás muy desocupada por las noches. No te preocupes, desde mañana ayudarás en tareas nocturnas, pero no creas que eso te eximirá del resto de tu rutina ¡Y limpiad esto!- profirió antes de marcharse.

Di algo de tiempo para que se fuese antes de cerrar la puerta y comenzar con la conversación.

-¿Pero por qué no me has dejado contarle la verdad? ¿Qué es esa parafernalia que te has inventado?- le reproché.

-¿No te ha parecido suficientemente malo lo que te ha hecho Margarita? ¿Acaso quieres más? Porque es lo que ibas a conseguir- respondió molesta.

El hogar de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora