Reto #2 Miguelito

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Mamá y papá por fin me van a dejar solo en la casa. ¡Estoy tan feliz! Creo que es el mejor día de mi vida. Aunque también me pone triste que Lucía no vaya venir a cuidarme, le dijo a mi mamá que estaba monstruando y que estaba sangrando mucho. ¡Pobrecita! Ese monstruo malo le debe estar haciendo mucho daño. Ojalá supiera dónde vive Lucía, yo puedo ayudarla a matar al monstruo con la espada sagrada que mi papá me compró en mi cumpleaños. Ella es tan buena, y siempre huele a flores. Me gusta que venga a cuidarme porque en las noches, cuando me voy a dormir juega conmigo y me hace cosquillitas en todo el cuerpo y me da besos en todas partes, pero más en mi pajarito, siempre me dice que está muy grande y le da besitos y caricias para que yo me duerma rápido. Pero mi mamá no lo sabe, Lucía me dijo que era un secreto y que debía guardarlo muy bien, porque si no en la noche el coco me va a comer, y yo no quiero que me coma el coco, ni el coco ni el señor que toca la puerta los domingos por la mañana para preguntarle a mi mamá si me he portado mal para llevarme. Ese señor es muy feo, está todo arrugado como mi abuelito, pero está peludo y siempre huele mal. No quiero que me coma, por eso siempre me porto bien.

—Miguel, por favor no vayas a comerte todos los dulces —me dijo mi mamá—. Vamos a estar afuera todo el día, pero te dejé comida servida. Ya tú sabes usar el microondas, y si con tus siete años ya te sientes grande para decir las palabrotas que escuchas en la calle, nada te va a costar calentar la comida. ¿Necesitas algo antes de que tu papá y yo nos vayamos?

—¿Puedo jugar con todos mis jueguetes en la sala? —le pregunté, nunca me dejaba sacarlos a la sala porque yo hacía mucho desastre, me decía.

—Sí hijo, pero mucho cuidado con romper algo, por favor —me dijo mi papá, acomodándose la corbata. Ya quiero crecer para usar corbata y ser todo un hombre como mi papá—. Y se dice juguetes. Ju-gue-tes.

—Ju-gue-tes —repetí, y mi mamá me dio un beso en la frente.

—Sí, mi amor, juega con tus juguetes, pero cuando termines los pones en tu baúl, ¿sí?

—Sí, mamá. Gracias.

Me dieron más besos y se fueron. ¡Por fin!

Me fui corriendo a mi cuarto para buscar a mis juguetes. ¡Los saqué todos! Los puse uno a uno en el sofá de la sala para ver televisión. Saqué a mis pokemones, a mis digimones, a los aliens, a los robots, a los soldados... ¡a todos todos!

Íbamos a ver televisión, pero me dio mucha hambre, así que fui a la cocina, arrastré una silla y me monté para buscar las galletas y los caramelos que mi mamá esconde en la alacena. Me costó mucho encontrarlos, quité las harinas, los aceites, los frascos de azúcar y de sal, hasta que vi el envase de las galletas con chispitas de chocolate. Lo malo es que se me cayó la botella de vinagre cuando me bajaba de la silla, pero como parece agua, seguro mi mamá no se da cuenta si echo el aromatizante en el piso para que no huela feo.

Cuando me senté con mis juguetes para comerme las galletas, encendí la tele y comencé a ver Hora de Aventura con mi peluchito de Jake sobre mis piernas. Estuve un buen rato viendo mis comiquitas hasta que sentí curiosidad por ver los canales que mi papá no me dejaba ver. ¡Me asustó ver tantas personas desnudas peleando y gritando! Se golpeaban en las nalgas como me golpean a mí cuando me porto mal, se halaban los cabellos ¡y se mordían! Yo una vez mordí a una niña porque me rompió mi creyón verde, y mi mamá me dejó encerrado en el ático todo el día hasta la noche. Lloré mucho, me sentía muy solito, pero lloré más cuando cambié el canal y una mujer con cara de mala comenzó a aporrear el pajarito de su hermano menor y de repente se lo metió en la boca para comérselo. Cerré los ojos muy fuerte, deseé al niño Jesús que librara al pobre chico de su castigo y entendí porqué mi papá no me dejaba ver esos canales: ¡Son docenas de programas que les enseñan a los padres a como castigar a los niños y adultos que se portan mal!

Me metí debajo del sofá con mi peluchito de Jake y estuve llorando por el pobre chico, a mí me dolió mucho cuando vi que la mujer se comió su parajito. Sólo espero que Lucía nunca me coma el mío.

Luego, cuando me volvió a dar hambrita, salí para buscar el envase de las galletas y me puse a jugar con mis soldados.

Un cabo que se portó muy mal, le dio un culatazo en la nalga a uno de sus compañeros, entonces llegó el general para saber qué pasaba, y cuando lo supo, le gritó al cabo.

—¡Diríjase ahora mismo a la celda de castigo, cabo! ¡Me voy a comer su pajarito! 

Sueños Lúcidos [Dreamy Words]Where stories live. Discover now