Miradas del tío

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El tío Max la ponía nerviosa. La miraba de una manera que la hacía sentir desnuda. No era de verdad su tío, como tampoco sus padres eran sus padres. La habían adoptado tres meses atrás. De todas maneras no era justificación para que la mirara de esa manera tan rara, ella era solo una niña.

A veces, cuando la miraba de esa manera, ella agachaba la mirada y se iba a meter entre las piernas de su padre o de su madre, para sentirse segura. Aunque llegado el caso, dudaba que sus padres fueran capaces de poner resistencia a tío Max. Últimamente parecían enfermos.
Muchas veces pensó en contarles que el tío Max la hacía sentir incómoda, pero no quería preocuparlos ni que enfermaran de verdad. Peor aún, podrían creer que ella tenía la culpa y terminarían castigándola. No quería que pasara ninguna de esas cosas. De modo que no dijo nada. Pensó que si nunca se quedaba a solas con el tío Max nada malo pasaría.

Pero el día que se quedaron a solas llegó.

Sus padres habían enfermado de verdad y guardaban cama sin ninguna posibilidad de salir de ella. Fue cuando escuchó a su tío llamar a la puerta. Tuvo que taparse la boca para no soltar un gritito. El tío venía por ella. Sabía que sus padres no podrían hacer nada.

Pensó rápido. El primer lugar en el que la buscaría sería su cuarto. Así que dejó la habitación y se escondió en el último lugar que se buscaría a una niña sola y asustada: el sótano.

Como nadie respondió, el tío forzó la puerta. La niña se encogió, asustada. ¡Había forzado la puerta! Alguien que se atrevía a tanto iba dispuesto a todo.
Durante cinco y hasta diez minutos lo oyó moverse por la casa, llamándola. Visitó el cuarto de sus padres y no pareció sorprendido porque aquellos estuvieran en cama, inmóviles. Fue a la habitación de ella, a la cocina, el cuarto de baño, a la sala, sin dejar de decir que fuera con su tío Max, que nada malo le pasaría. Jamás había escuchado una voz tan falsa.

Entonces se detuvo en la trampilla de acceso al sótano. Ella tembló y se abrazó las piernas. Temblaba. Oyó el rechinar de la trampilla al ser izada. Luego los pasos, la sombra del hombre descendiendo los escalones con cuidado. Hasta que se plantó frente a ella. Apuntó con la escopeta.

―¿Qué demonios eres? ―preguntó―. Sospeché desde hace mucho que no eras una niña cualquiera y te atribuí la repentina debilidad de mi hermano y su esposa pero no creí que los consumirías hasta la muerte. Ahora ya es demasiado tarde, debí haber actuado antes. ¡Pero los vengaré!

La escopeta temblaba en las manos del tío Max. La mirada de la niña que no era una niña lo tenía aterrado.
La niña se puso de pie.

―Yo no los hice nada, tío Max. Ellos murieron solitos. Y ahora me he quedado sin padres.

Empezó a acercarse.

―Aléjate o dispararé.

―¿Quieres ser mi nuevo padre, tío Max?

―Antes te mataré.

Pero no la mató. Bajó la escopeta, hechizado por esa mirada que había embrujado a su hermano y a su cuñada.

«Mírala, Max, es sólo una niña que ya no tiene padres. Necesita de nuestra ayuda», habló su conciencia.

―Ven acá pequeña, yo seré tu nuevo padre.

...FIN...

Cuentos cortos de terror (Volumen II) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora