El coco

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Martincito tenía cinco años cuando el coco lo visitó por primera vez, una noche de un domingo después de regresar de misa. El terror y dolor que experimentó rayaban la locura.

―Sí se lo dices a alguien, el coco se comerá a tus padres ―susurró la negra figura mientras Martincito sollozaba contra la almohada.

Martincito le creyó. Un monstruo capaz de hacerle eso a un niño sería capaz de todo.

A partir de ese día, el niño empezó a encerrarse en sí mismo, comía poco y hablaba menos. Cuando sus padres le preguntaban qué ocurría, él contestaba que por las noches el coco lo visitaba. El resto no se atrevía a decirlo, por miedo a las amenazas del coco. Los padres le decían que el coco no existía mientras confiaban que todo lo arreglaría el tiempo.

El tiempo transcurrió y el niño no recuperaba su habitual espontaneidad. En misa, que se celebraba cada quince días pues al pueblito en que vivían sólo iba el cura dos veces al mes, casi siempre se dormía en el piso y a veces despertaba de un brinco cuando la voz del cura se elevaba una octava.

Transcurridos varios meses sin que el niño mostrara mejoría, pues el coco seguía colándose a su habitación todas las noches después de misa, los padres decidieron ir con el sacerdote tras terminar el acto religioso. Estaban desesperados, esperaban que el cura pudiera hacer algo.

Cuando llegaron con el sacerdote, el niño, que dormitaba en brazos del padre, despertó de un salto al escuchar la voz del cura. Y al mirarlo sus ojos se abrieron de espanto y lanzó un grito. El rostro del sacerdote palideció.

―¡Papá, él es el coco que va a mi cuarto todas las noches después de misa!
 

Cuentos cortos de terror (Volumen II) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora