Capítulo 2.

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El volumen de la música era tan alto que había que gritar para ser escuchado, la gente bailaba mientras bebía u observaba a los demás bailar y beber y, en general, todos parecían estar divirtiéndose. El ambiente estaba contaminado por la acústica de los altavoces y el cuerpo de los jóvenes, por las sustancias que consumían de dudosa calidad y procedencia.
En medio del desmadre, Fran y sus amigos decidieron salir al callejón de al lado para fumar y conversar. Todos menos Jonathan, que estaba más ocupado enrrollándose con una chica desconocida, probablemente borracha o drogada, que al día siguiente no recordaría lo que habían hecho.
Cuando Jonathan no estaba delante, al grupo le gustaba charlar de cosas más casuales en un tono más tranquilo, sin la preocupación de no aburrir al chico de cabellos azabache.

¿Me das un cigarro? Mi padre se terminó los míos ayer.— Pidió uno cualquiera.

¿Tu padre te permite fumar?.— Preguntó otro, al tiempo que le alcanzaba lo que había pedido.

No, pero encontró los que tenía escondidos.— Explicó y siguió hablando, o más bien, pensando en voz alta. Mientras, encendía el cigarro y se lo llevaba a los labios.— Tengo que esconder casi todo de él, por esconder tengo que esconder hasta la novia.

¿Tienes novia?

El chico tosió humo al percatarse de lo que había dicho sin darse cuenta y su piel palideció ligeramente. El resto lo miraban con curiosidad, esperando su respuesta.

Sí, pero no se lo contéis a Jonathan.

Todos podían entender perfectamente su preocupación. Una vez Jonathan forzó la ruptura de uno de los chicos con su pareja, a través de amenazas y chantajes, sólo porque una de las amigas de la chica en cuestión era una ex-novia suya y le caía mal; aquel episodio acabó con Jonathan liándose con esa misma ex, pero el chico perdió a su novia para siempre. Desde entonces los miembros del grupo decidieron no hablar sobre sus respectivas relaciones si estaba él delante y, si era posible, preferían ocultar que estaban saliendo con alguien.

¿Cómo es ella?

Pues es…— Un suspiro enamorado salió de él involuntariamente.— Es muy tierna y perfecta.

No puede ser perfecta.— Le contradijeron.

Lo es.

Seguro que tiene algún pero o alguna manía.

Bueno… es bastante supersticiosa y le gusta creer en leyendas.— Confesó.

¿Enserio?

Algunas risas suaves salieron de los integrantes de la conversación, pero esta vez no eran carcajadas llenas de malicia o burla para humillar al contrario, de hecho, la charla se mantenía interesante para ellos.

¿Cómo de supersticiosa es?

—El otro día me contó una historia de un ente o demonio que se dedica a poseer a aquellos que pasen una noche solos en el cementerio de aquí.— Respondió, dando una calada a su cigarro.

Venga, tío, eso es una chorrada.

—Yo, por si acaso, prefiero no arriesgame.

—No digas que te has puesto gallina por un estúpido cuento de miedo para niños.— Intervino Fran, levantando una ceja incrédulo.

Pues quizá…— Reconoció avergonzado.

Hagamos una apuesta.— Sugirió Fran.— Si paso la noche entera en el cementerio sin ser poseído, me haces los deberes una semana.

La idea fue del agrado de todo el grupo, incluyendo al propio chico, quien aceptó la apuesta divertido.
Todos ellos empezaron a dirigirse al cementerio para ver cómo Fran se metía en él. De camino a este, todo eran risas, burlas y comentarios sarcástico de buena gana.

Ten cuidado, no vaya a aparecerse Satán enfrente tuya.

—Se me va a aparecer la Virgen María y le voy meter la cruz por el Santo Sepulcro.

El ambiente en ese momento era jovial y agradable, sin esa pesada sensación de estar caminando por un campo de minas, la cual predominaba cuando estaba presente Jonathan.

Finalmente llegaron al cementerio y, como era de esperarse, la verja, de un brillante metal azabache, estaba cerrada, pero eso no fue impedimento suficiente para evitar que Fran se colara dentro. Tras unos cuantos minutos, el rubio había conseguido escalar un árbol y saltar al otro lado.

¡Qué pases una buena noche!.— Escuchó exclamar a uno de sus compañeros mientras desaparecían en la distancia y regresaban a la fiesta, dejándolo solo consigo mismo y un montón muertos en la penumbra de aquella oscura noche.

No era la primera vez que se había colado en el cementerio. En anteriores ocasiones, todo el grupo se había colado para rayar tumbas, hacer pintadas y romper lápidas, flores y arbustos. De hecho, en aquella ocasión salió en las noticias el desastre que habían causado, en los periódicos también hablaban de una banda de delincuentes que habían hecho bandalismo en el cementerio y fue pura suerte que no los pillaran. Para ellos fue divertido estar jactándose de que sus actos delictivos habían salido en televisión.

Fran contempló el cielo nocturno. Un manto de estrellas centelleantes lo envolvía con su tenue luz, acompañadas por un diamante grande y radiante que se hacía llamar luna. Fran estiraba su mano hacía ella como si así pudiera atraparla y hacerse un magestuoso anillo en el que la luna fuera su joya más hermosa.
El chico bajó su brazo y suspiró, estar a solas en aquel sitio sacaba su faceta más poética y ridícula. No acostumbraba tener mucho tiempo para estar solo y sin nada que hacer, de alguna forma sentía que eso era relajante. Agachó la mirada para ver alrededor y por el rabillo del ojo le pareció ver una figura moviéndose, rápidamente se giró para donde creía haberla visto, pero no había nada.

«Deben ser imaginaciones mías. Ya me debe estar afectando el alcohol juntado con la leyenda esa tan estúpida que han contado.». Pensó buscándo una explicación lógica. «Aunque podría ser que haya alguien más aquí. No tiene porque ser un fantasma, podría ser un chaval como yo, alguno que me quiera gastar una broma o un guardia de seguridad.»

Con esa escusa se dispuso a buscar con cuidado aquello que se había movido. Aunque decía que lo que estaba buscando era otro ser humano normal y corriente, en el fondo lo que quería encontrar era algo sobrenatural que se saliera de su rango de razonamiento lógico.
Lo primero que hizo fue observar minuciosamente lo que lo rodeaba, enfocando más su vista en donde creía haber visto algo moverse. Pudo distinguir a una distancia media, que se camuflaba un poco entre las tinieblas, algo que se salía de lo común.
Fran se acercó a ello lentamente, vigilando donde colocaba sus pasos. A medida que se aproximaba pudo distinguir que se trataba de un ataud que había sido sacado de su enterramiento y un escalofrío recorrió su espalda. Miles de dudas se formaron en su mente ¿Por qué había un ataúd al aire libre? ¿Por qué lo habían extraído de su descanso bajo tierra? ¿Y quién lo había hecho? Por un momento se planteó que pudiera estar siendo testigo de un robo de cuerpos y que la figura que había visto moverse podría haber sido el ladrón escapando con el cadáver. De ser así, él sería el principal sospechoso si era encontrado en el cementerio.

«No, ¿Cómo va a pasar eso? Eso es algo que le ocurre al amigo de un amigo ¡Y te ríes porque sabes que es mentira!» Fran se puso algo nervioso. «Además, si un ladrón de cadáveres se hubiera escapado estando al lado mía, yo lo hubiera escuchado. Así es, me hubiera dado cuenta de inmediato.» Trataba de quitarse de la cabeza la idea de que realmente hubiera podido ocurrir un crimen así ante sus ojos, en vano. «Oh, rayos, ¡Esto no me puede estar pasando a mí! ¡No puede!.»

Fran seguía acortando cada vez más la distancia entre la escena de sus pesadillas y él mismo. Después rodeó el ataud hasta encontrarse en frente del mismo y contempló lo que se encontraba dentro de este en realidad.

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