Capítulo 3.

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Fran miró dentro del ataud con miedo y grande fue su sorpresa al encontrar un bello joven que yacía en él con los ojos cerrados y sus manos sobre su pecho. No habría sido tan extraño si el cuerpo del chico se hubiera estado descomponiendo o sólo quedaran unos huesos. Sin embargo, se conservaba en perfecto estado y era inimaginablemente hermoso, mucho más que cualquier otra persona que jamás hubiera visto.
El chico se veía joven, aproximadamente de una edad similar a la suya, y tenía una estatura alta, pero no de manera exagerada. Su cuerpo era esbelto y elegante, con una cintura delgada y hombros ligeramente más anchos. Su piel era tan pálida que casi parecía fúlgida y tenía un pequeño lunar en el cuello. Sus rasgos faciales eran delicados y su rostro parecía el de un muñeco esculpido por los mismos ángeles; sus mejillas poseían un pigmento rojizo como dos cerezas, sus labios eran carnosos y rosados y su nariz, pequeña y chata. Sus ojos, aunque estaban cerrados, eran grandes y redondos, con largas pestañas adornándolos. Su cabello era del color de las rosas y los mechones de su flequillo caían, por un lateral, como una cascada de pétalos rojos rizados hasta su mejilla, tapando parcialmente uno de sus ojos; en la parte de atrás de la cabeza y en la nuca su pelo se mantenía más corto y pegado. Sus ropas eran extrañas y muy formales, parecían sacadas de la nobleza del siglo XVIII o XIX, incluso llevaba guantes blancos en sus finas manos.

Después de unos momentos de contemplación, Fran realizó en que se había quedado anonadado, regresó en sí mismo y cerró la boca, que se le había abierto de la impresión. Si fuera un dibujo animado, su mandíbula hubiera chocado contra el suelo. Olvidando por completo el asunto del robo de cuerpos, quiso buscarle una explicación lógica a por qué había un chico tumbado e inmóvil en una tumba.

«Claramente este chico no puede estar muerto, es imposible que lo esté. Un cadáver no podría lucir como un Adonis.». Razonó. «Sólo se me viene a la cabeza que podría estar dormido, pero ¿Por qué alguien se echaría a dormir en un ataúd? ¿Y por qué viste con esas ropas tan antiguas? Hace dos siglos que ya no está de moda el vestir con un pañuelo metido en el cuello del chaleco.»

Fran se decidió a intentar despertar al chico para salir de dudas y extendió el brazo con la intención de tocar su hombro y llamar su atención, pegando más sus cuerpos por instinto. Sin embargo, antes de que siquiera pudiera llegar a rozarlo antes, los párpados del chico se levantaron cual hermosa Blanca Nieves despertando de su ensoñación, dejando al descubierto sus ojos, que parecían dos magníficos rubíes a la vista.
Las pupilas de ambos jóvenes se encontraron y al momento de hacerlo, Fran se dio cuenta de que la distancia que los separaba era demasiado corta y de un brinco se alejó de inmediato, con tan mala suerte que tropezó con una piedra y al caer sentado en el suelo, su espalda se golpeó contra una lápida.

«Oh, genial.». Se quejó mentalmente, adolorido. «Esto debe de ser una venganza del más allá por cuando vine con los otros al cementerio a reventar tumbas y a cagarme en todos sus muertos.».

El joven del ataud incorporó su torso con desgana, volviendo a ganar la atención de Fran. Su figura era dotada de un brillo místico cuando la luz de la luna le pegaba, dicho brillo dejó la mente del adolescente en blanco y, nuevamente, con la boca abierta de par en par. El pelirrojo dejó escapar de sus labios un bostezo, que, de no ser por todo lo extraño de la situación, habría resultado ciertamente adorable, después miró alrededor como si se sintiera desorientado o perdido y clavó su mirada carmín en Fran.
El joven rubio al tener a ese par de orbes rojas como joyas acariciándolo suavemente con la mirada, sintió el aire abandonar sus pulmones y detener su respiración, su corazón empezó a bombear sangre de manera desbocada en su pecho y esa misma sangre fue probablemente la que se alzó hasta sus mejillas, pintando su piel de un pigmento escarlata, al cual le faltaba un largo recorrido para siquiera aspirar a compararse con los hermosos tonos del rostro que lo enfrentaba.

Fran sacudió la cabeza para deshacerse, o intentar deshacerse, de esos pensamientos. En ese momento había dudas más importantes que debía aclarar antes de ponerse a fantasear con lo bello que era la persona que se encontraba delante suya.
Así que, con dificultad y ayudándose de la lápida a su espalda como apoyo, se levantó del suelo y con las manos se deshizo un poco del poco que manchaba toda su ropa. Acto seguido, puso en su rango visual al chico pelirrojo otra vez, este le seguía mirando con el mismo gesto indiferente e inexpresivo que había poseído desde que se despertó, eso puso al rubio algo nervioso, como si estuviese siendo juzgado.

Esto…— De pronto se le había olvidado cómo debía hablar o lo que quería decir. Se pegaba mentalmente con ello con la esperanza de recordar.— Eh… quiero decir… esto…

El pelirrojo lo seguía mirando sin mover ni un sólo músculo de su cuerpo, como mucho, parpadeaba de vez en cuando. Fran se rascó la nuca nervioso, odiaba que su faceta tímida hubiera regresado en un momento como ese ¿Acaso podía ser más inoportuno? Desvió la mirada a un lateral y sin mirar directamente al chico al cual se dirigía, pareció encontrar las palabras que no era capaz de decir cuando sus ojos se encontraban.

¿Qué… haces aquí?.— Preguntó con la voz cortada y un poco tartamuda.— Quiero decir, no es que no puedas, yo también estoy aquí. Bueno, supuestamente ninguno de los dos deberíamos estar aquí, pero… ehh… lo que quiero decir es que no soy quien para decirte que no puedes estar aquí, porque yo también estoy aquí sin autorización.

La conversación no iba precisamente bien. A cada palabra que salía de su boca parecía que Fran aumentaba su nerviosismo y el chico con el que estaba hablando se mantenía en silencio, sin proporcionarle ninguna respuesta.

¿Y por qué dormías ahí? No tiene pinta de ser el lugar más cómodo para tener una siesta, la verdad…

Nuevamente, nadie se dignó a responder su pregunta. Sólo el viento sopló, haciendo que el sonido de las hojas que se arrastraban por aquellas tierras de muertos fuera el único que se compadecía de él.

¿Y por qué vistes así? No es que este mal, bueno, no me gusta, ¡Lo que no quiere decir que tú no me gustes! Es decir, no me gustas. Eso sería una tontería, no te conozco y además ambos somos hombres.— Empezó a desvariar, en lo que escuchó un sonido proveniente del ataud en el que chico reposaba. Sin atreverse a mirar lo que estaba haciendo el pelirrojo, siguió hablando de forma apresurada.— Porque que dos hombres se amen sería raro, bueno, no estoy diciendo que tú me amarías en caso de que yo te amara a ti pero yo no te amo realmente, es sólo…

Sentía pasos acercarse hacía él, su corazón empezaba a latir cada vez más rápido y sus mejillas se ponían cada vez más rojas. Su respiración también se volvía ansiosa y sus piernas tenían un ligero temblor, mientras cada vez el contrario se encontraba más cerca suya.

¡Es sólo una suposición en la cual nosotros nos amamos, pero como somos hombres eso es algo estú…!

Sus palabras fueron calladas por unos labios ajenos. Aquellos carnosos y rosados labios estaban tocando los suyos finos y resecos en comparación. Fran abrió los ojos desconcertado y el pelirrojo aprovechó la sorpresa para introducir su lengua en la cavidad bucal del rubio. Poco a poco, Fran comenzó a dejarse llevar, correspondiendo igualmente el beso. Sus ojos se fueron cerrando igualmente y sus músculos dejaron de tensarse.

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