Magia

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        Lo seguí fuera de Tremble. Sus pasos eran rápidos pero firmes, y las mujeres se giraban a admirarlo. No era típica su belleza,  incluso de espaldas te sentías atraída por él. Observarlo era un privilegio.

        Una vez afuera se dio la vuelta, enfrentándome. Mis nervios eran evidentes, y mis sentimientos se tornaban entre el miedo y la curiosidad, poniéndome la piel de gallina.

-          Escucha. No tenemos mucho tiempo, por lo que seré rápido. – me dijo, luego de observarme fijamente por un par de segundos – Sabes que la magia existe. Lo sabes porque eres consciente de tus habilidades, pero no las comprendes. No entiendes lo mucho que significan y cuan grandes son en realidad. Sé que estás sola y sé que me recuerdas y que no te negarás a venir conmigo, pero no puedes hacer muchas preguntas. No por ahora.

        Tardé un momento en responder, mientras analizaba sus palabras. Le creía, pero no estaba segura de que eso fuera conveniente. Sabía de mis encantos pero… ¿Qué tal si era algún psicópata, algún loco que creía en cosas descabelladas y absurdas? ¿Cómo creer en lo que me dijera? ¿Cómo seguirlo?

-          Yo no… no lo sé, ni siquiera sé cómo te llamas, por Dios.

-          Assan. Assan de las Montañas Celestes.

Está loco, pensé.

-          Assan de las Montañas Celestes – pronuncie burlonamente- , lo lamento. Pero debo irme a casa.

        Volví a entrar, buscando a Sheila. No podía dejar de pensar en que ese era él, mi amigo, y se llamaba Assan. Pero tampoco quería dejar de ser racional. Los crímenes y asesinatos en Howklynd habían crecido considerablemente en estos últimos meses, y podría tratarse de algún loco que me había estado espiando. Ya me veía rodeada de gitanos lanzándome sus maldiciones en distintos idiomas y usándome para rituales. No gracias.

-          Nos vamos – le susurré al oído a mi amiga, que bailaba sola y descontrolada en el medio de la pista.

        Comprendí que no iba a acompañarme por las buenas, así que hice uso de todas mis fuerzas para lanzar un Encantamiento de Hipnotización, e intenté no desmayarme luego. Los Encantamientos eran geniales, pero no gratis. Te quitaban gran parte de tus energías. Había leído en El Libro casos de Otros que habían muerto al realizar muchos de estos seguidos.

        Una vez realizado, la miré a los ojos y le dije: “Sígueme”, y Sheila comenzó a caminar detrás de mí inmediatamente, como un zombi.

        Cuando salimos, Assan ya no estaba. Tomé un taxi, y no pude evitar pensar que nunca jamás me permitiría gastar en dos taxis en un mismo día. El dinero y yo no éramos grandes amigos, aunque él a mí me caía bien. 

        Le pagué al taxista y al bajar nos dirigimos hacia mi casa. Estaba demasiado cansada como para hacer una parada en lo de Sheila.

-          Duérmete, y mañana serás Libre de Magia – le ordené a mi pobre amiga, mirándola fijamente. Me obedeció de inmediato. Demasiados Encantamientos en un día. Estaba agotada.

        Me fui a acostar, e intenté dormirme, aunque el bello rostro de Assan, sus palabras, su espalda… no paraban de rondar en mi cabeza. Finalmente me dije que estaba loca, que jamás había visto a aquél muchacho. Que el ángel de mi niñez no había sido más que un producto de mi imaginación. Y que él ya no se cruzaría en mi camino. Jamás.

        Pero sin embargo, mis sueños eran traicioneros, y sus ojos me acompañaron en la noche,  y descansaron junto a mí, atentos, cuidándome, como si él jamás se hubiera ido.

        Me desperté al otro día con los ladridos del perro de mi vecino. El reloj me dijo que eran las doce del mediodía, y Sheila dormía como un tronco… o bueno, como un tronco que sabía roncar.

        Afortunadamente, no me tocaba trabajar ese día, y los exámenes habían concluido la semana anterior, por lo que tenía un gran día por delante.

        Nos hice un almuerdesayuno, bastante americano, que consistía en huevos fritos, tocino y un jugo de naranja exprimido, y desperté a Sheila para que comiéramos juntas.

        Le dije a mi amiga de hacer planes, pero se disculpó explicándome que tenía una reunión familiar aquel día.

        Genial – pensé – todo un día para recordar que estás sola.

            Cuando Sheila se fue, corrí a mi habitación y levanté el colchón, para tomar mi preciado libro… El Libro.

            Aquello era lo único que había tenido siempre. Lo único verdaderamente mío, que me conectaba a algún hogar, a algún pasado, que me hacía recordar que yo no había surgido de la nada, que tenía raíces, un hogar, una familia… O al menos eso quería creer.         

            Gracias al El Libro sabía todo lo que sabía sobre magia. Todos los Encantamientos, con sus secretos, sus pros y sus contras. Había buscado en internet para obtener pistas, ¿Qué era ese libro? ¿para quienes estaba hecho? ¿por qué yo lo tenía? Mas no había encontrado respuestas, como si fuera la única habitante de un mundo mágico y maravilloso.

            Me puse a practicar Encantamientos simples para matar el tiempo, pero abandoné de inmediato cuando comencé a sentirme cansada e inutil. Sola o acompañada, iba a disfrutar de ese día.

            Tomé mi chaqueta y las llaves, y abrí la puerta, lista para salir a divertirme.

            Entonces, me encontré con una figura en la puerta. Una figura que conocía muy bien.

-          Tú.  

AkilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora