Entrada al Infierno

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- ¡Abre la maldita puerta Nina!- Gritaba aquel muchacho de ojos grises - no hagas ninguna tontería- pasó sus manos sobre la puerta de madera, sintiendo cómo las astillas se clavaban bajo su piel - no te puedo perder- intentaba aguantar las lágrimas, pero los sentimientos eran más grandes - te quiero - dejó escapar en un sollozo mientras las gotas de agua salada descendían por sus mejillas.

A través de la puerta se escuchaban sollozos entrecortados.

A través de la puerta había alguien cuyo corazón estaba destrozado.

A través de la puerta se encontraba la chica sentada de espaldas contra la bañera, abrazando sus rodillas, desesperada y dolorida, intentando escapar del infierno. De su vida.

Su pelo rojizo ondulado como las llamas del fuego, descendía por su blanca piel, ocultando el rostro magullado y dolorido lleno de sangre.

No podía siquiera mirarse al espejo.

Tenía el labio inferior partido, goteando sangre roja como la alfombra del baño. La sangre descendía hasta su barbilla. Cada vez que intentaba abrir la boca para hablar, aquella herida se abría más, ocasionándole un dolor insoportable, pero no tanto como el que sentía en su nariz...

Con la mano derecha, intentó quitarse los pelos de su cara, haciéndose una coleta para poder tocarse la nariz y comprobar si estaba rota. Cogió su elástico de mano blanco, y con los brazos llenos de hematomas, intentó hacerse la cola de caballo que tanto usaba en el Instituto.

Pasando las manos por el pelo, apretó el elástico hasta que sintió cómo se tensaba y sujetaba su cabello.

Después intentó levantarse pero las piernas le flaqueaban, impidiéndole sostenerse como lo hacía antes de que aquella oscuridad la engullera.

Se suponía que el Instituto debía ser divertido, pero para ella, era como si viviera en la cárcel. Nada bueno salía de allí. Nadie era bueno. Todos eran mentirosos, despiadados y estaban completamente locos. No era un sitio normal. Era como si todos los delincuentes acabasen allí por que no había otro sitio en el que los aceptasen.

Al principio todo parecía de lo más normal, pero a medida que los días fueron pasando, las máscaras fueron rompiéndose, dejando salir al monstruo que cada uno llevaba en su interior.

Un psicópata. Un violador. Una Narcisista. Una Demente. Entre otras muchas personas de otros grados de peligrosidad.

Nina era la que brillaba en aquel lugar, era la chica normal, la que tenía una vida tranquila antes de conocer a esas personas, mas bien, a esos monstruos.

No podía más.

Ella quería estar sola, que todo acabase. No quería estar a su lado, esta vez, no.

Todo, absolutamente todo era un infierno para ella.

Nina estaba cansada de vivir bajo una máscara de felicidad, finalmente dejó salir su agonía cuando se levantó del suelo para dirigirse y mirarse al espejo, observando su rostro y cuerpo destrozados.

Al mirarse las cicatrices de sus muñecas, comprendió que si no hacía algo, seguiría una y otra vez en el infierno. No quería volver a clases, allí la esperaban con ansias y sonrisas macabras sobre sus rostros. No la dejarían. Ni nadie iba a impedir algo. Ni siquiera los profesores.

- Lo siento David- se disculpó al pasar sus dedos por la nariz, y ver cómo no dejaba de sangrar, sintiendo un dolor punzante. Estaba rota.- No puedo seguir así - con la poca fuerza que le quedaba, se dirigió al mueble blanco que había al lado del lavamanos. Lo abrió y entre todas las cosas, pudo distinguir lo que buscaba. Una cuchilla plateada.

Era simple. Eso pensaba.

Un solo pensamiento cruzó por su mente. Todo acabaría muy rápido. Con las manos temblorosas y sudorosas, cogió aquel frío trozo de metal.

Se sentó de espaldas contra la bañera una vez más y respiró profundamente cerrando sus ojos.

Por primera vez, quiso dar el paso.

David se encontraba al otro lado de la puerta, llorando y cabreado. Su rostro reflejaba rabia e impotencia por no poder hacer algo. Aunque ya había llamado a la ambulancia y a la policía, se estaban tardando más de lo normal cuando la comisaría estaba a unas cuantas manzanas de la casa de Nina.

No sabía qué más hacer. Aquella maldita puerta, por más golpes que recibiera, no flaqueaba ni se movía un poquito. Perdió los nervios y cogió lo primero que pudo: la silla del escritorio de Nina. Sin más paciencia, empezó a golpearla con todas su fuerzas contra la puerta de roble.

Ella escuchaba los golpes, pero ya era tarde. La pérdida de conciencia cada vez se presentaba más en sí.

- Nina, por favor - pasó su mano por el pelo castaño y se arrodilló contra la puerta que los separaba- abre la puerta... - Pero ya no escuchaba nada. No había respuesta.

Solo pudo comprender lo que pasaba, cuando un delgado hilo de sangre atravesó por debajo de la puerta sobre los azulejos blancos del suelo.

-¡Nina!- dejó salir un grito ahogado de su garganta - no puede ser... - se llevó las manos a la cabeza y empezó a llorar como nunca lo había hecho en toda su vida. Gritos de agonía se escuchaba por toda la casa.

Se podían escuchar hasta en la calle. A nadie en aquel pueblo le iba a importar su muerte. Menos a él. Era la única persona que había estado a su lado. La única en la que ella confiaba.

Pero al dejar de hablar con ella y mantenerse centrado en su novia, había dejado que los días fueran pasando sin siquiera darse cuenta de que poco o nada se hablaban. Habían perdido mucho contacto. Y no sabía siquiera las cosas por las que estaba pasando. Todo se había transformado en una amistad distanciada.

Al cabo de media hora, se encontraba la policía y la ambulancia delante de su casa. Entraron al no obtener respuestas de nadie, forzando la puerta principal. Subieron por las escaleras, hasta la habitación, llevándose las manos a la boca al ver al chico meciéndose de un lado hacia otro y la sangre que venía del baño.

Rápidamente se encontraron forzando la puerta de roble. Cuando por fin consiguieron abrirla.

La vieron.

Estaba con la cabeza hacia un lado y las muñecas ensangrentadas.

Buscaron su pulso. Pero nada.

Un Agente de Policía movió la cabeza en señal negativa hacia sus compañeros.

David, no podía creer lo que observaba con sus ojos rojizos de tanto llorar, aquella escena en el baño, todo cubierto de sangre, hizo que perdiera la compostura y se dirigiera hacia su mejor amiga, abrazándola y gritando su nombre. 





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Bienvenid@ a una nueva historia, donde Nina Black, no será una chica normal. Solo la compañera de Lúcifer... 

Todo se volverá un juego macabro, ¿estás dispuest@ a adentrarte y descubrir lo que pasará? 



Sin AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora