~ Máxima Felicidad ~

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Conforme pasaban los días, el rubio recién coronado como Rey aprendía más y más cosas nuevas con el apoyo de su esposa.

El rumor sobre el porque de su rápido matrimonio se hacía evidente al crecer el vientre de la peliplata.

Pero ¿Que más podrían decirle? Ella ya era reina y se casaron conforme a la ley.

Más sin embargo no todo podía ser felicidad, cierto día en la mañana fueron a despertar a la abuela de Elizabeth como era la costumbre y la encontraron muerta, según el doctor ella murió durmiendo, una muerte digna de una reina.

Elizabeth sintió tanta tristeza por el tan repentino deceso de su abuela, pero no había nada que hacer, en el funeral estuvo presentes todas las personas cercanas a ella.

Los días seguian irremediablemente su curso, y conforme avanzaban el vientre de la reina se hacía más y más notorio, se le comenzaba a dificultar ciertas actividades, así que Meliodas era el que tenía las mayores obligaciones, le gustaba hacerse cargo ya que de esa manera ayudaba a Elizabeth y ella podía estar mar tranquila.

El tercer trimestre de embarazo fue muy difícil, los cambios de humor, lloraba de repente, se sentía de malas después, incluso llegó a ser muy caprichosa con ciertas cosas.

Meliodas sabía que todo era por las hormonas, pero había días en los que simplemente no toleraba los tan repentinos cambios de humor de su esposa, pero no tenía otra opción, la amaba por sobre todas las cosas y le daría un bello hijo.

Elizabeth se sentía mal, sabía que no actuaba bien y que tarde o temprano hartaria a su esposo. Pero él era tan paciente y comprensivo, definitivamente el hombre ideal.

Tenía ya 37 semanas de embarazo cuando un dolor muy fuerte la dejó en cama toda la mañana, Meliodas ese día debía ir a una conferencia con un rey que llegaba de visita así que ella se sentía tan sola y abandonada, que se la paso llorando de dolor e impotencia.

El reloj marcaba las 12, medio día y el dolor se volvia más fuerte, llamaron al doctor por Elaine, quien se había mantenido muy cerca de la reina.

El doctor no demoró en llegar, la reviso y dio su diagnóstico.

-Tiene contracciones, en cualquier momento nacerá el bebé, aún quedan 3 semanas pero está en un tiempo estable, debemos prepararla para el parto.-

Afortunadamente Elaine era muy eficiente en su trabajo y ayudó al doctor a preparar todo para el parto.

Todas las reinas habían dado a luz a sus primogénitos en su hogar y Elizabeth decidió seguir con aquella tradición.


Colocaron muchas sábanas debajo de ella y tomaron las medidas necesarias.

Elizabeth sentía que el dolor se extendía a cada uno de sus huesos y músculos, se volvía más y más insoportable.

Deseaba que todo acabará ya, pero Meliodas no estaba ahí aún.

¿Acaso le importaba más su reino que ella y su bebé?

-Aun falta mucho majestad, tiene ya 5 de dilatación.-

-¿Falta mucho?-
Preguntó difícil mientras gemía de dolor.


-Si, pero sé que lo lograra.-

No le servía de mucho esas palabras, pero intentaba enfocarse en el momento y no desesperarse.

Meliodas llegaba recién al palacio, y lo primero que escucho al poner un pie fuera del carruaje era que su reina estaba ya en labor de parto.

Corrió tan rápido como pudo, llegó a las escaleras y de grandes saltos escaló hasta llegar al pasillo, corrió a todo lo que sus piernas podían.

Llegó a la puerta de la habitación y el panorama no era muy bueno.

Elizabeth gritaba y se quejaba mucho de dolor, sus piernas estaban abiertas y el doctor revisaba en sus partes íntimas, Elaine junto a ella sostenía su mano preocupada, mientras que dos enfermeras ya estaban listas para recibir al bebé.

-Majestad, llegó a tiempo aún no nace pero la reina ya tiene muchas contracciones.-

Le menciono Elaine, quien era la única que lo había visto entrar.

Elizabeth miro hacia el, estaba sudando y su rostro visiblemente se notaba muy adolorido.

Extendió su mano derecha con mucha dificultad y Meliodas se acercó tan rápido a ella y la tomó de la mano.

-Llegaste a tiempo cariño, creí que no verías nacer a nuestro bebé.-

Hablo tan pausado señal de que sufría demasiado.

-Tu eres lo más importante para mí elizabeth.-

La peliplata sonrió,pero aquella sonrisa se esfumó pronto, otro dolor más fuerte llegaba a ella, gritó tanto que asustó a todos ahí presentes.


-Ya viene majestad, debe pujar muy fuerte.-


Ella con todas sus fuerzas lo hizo, sentía que comenzaba a salir.

Exhausta se acostó de nuevo a la cama y respiró hondo y profundo.

Aún no nacía, pero quería agarrar fuerzas para pujar una vez más.

Meliodas la animaba y la apoyaba era lo único que podía hacer.

Una vez más se sentó a medias y pujo tan fuerte como sus fuerzas le permitieron y entonces se oyó el llanto que tanto esperaban.

Había nacido por fin, Elizabeth solo logró escuchar que lloró su bebé y cayó desmayada del cansancio.

Meliodas se preocupo mucho, pero el doctor le dijo que sólo era por el cansancio que sería mejor dejarla dormir.

Limpiaron a la reina y al bebé, el rubio no se despegó ningún segundo de lado de su esposa, no se había fijado en cuanto tiempo habia estado esforzandose Elizabeth para que el bebé nazca, hasta que el doctor mencionó la hora de nacimiento.

Estaba por anochecer ya, ni siquiera bajo a almorzar, no le importaba o más bien no había pensado en eso.

Acomodó los cabellos plateados revueltos de su hermosa reina y la dejó descansar, había sido muy valiente y fuerte.

Le dejaron cargar al bebé y no pudo evitar dejar caer unas lágrimas.

Era perfecto, sano, tan pequeño, frágil y tan hermoso.

Beso con mucho cuidado su pequeña frente y lo arrullo con una sonrisa.

Dejaron al bebé en una cuna cerca de Elizabeth, ya que ella seguía durmiendo, Meliodas pidió traer comida para el y para ella en lo que despertaba.

No demoraron en llevarle una bandeja de comida cuando Elizabeth abrió los ojos.

-¿Meliodas? El bebé...-

Estaba angustiada no sabía que había perdido la conciencia.

-Tranquila, el está bien, es un varón sano y fuerte, está durmiendo ahí ¿Ves?-

Apunto hacia la cuna, ella miró y sus lágrimas cayeron.


-Gracias al cielo, está bien.-

Meliodas la abrazó.


-Gracias por tu esfuerzo y dedicación, te amo mi amada reina.-

Se besaron fugazmente para admirar al pequeño bebé, fruto de su amor que dormía plácidamente en su cuna


El principio de una gran felicidad apenas empezaba.

~ Leal a ti ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora