-Más vale que se vayan ahora- dijo Honey mientras un par de chicos, uno moreno y otro mitad asiático, daban los últimos toques en su atuendo de la noche.
Hiro trataba de aplacarse el cabello con gel, cosa que nunca funcionaba ya que lo hacía verse como Lisa Simpson si lo combinabas con la rebeldía de sus mechones.
Por otro lado, Miguel trataba por todos los medios de tapar el maldito grano en la nariz.
Sin embargo la perseverancia del San fransoqueño fue la primera en flaquear. -Ay ya, estoy harto. ¡Vámonos Miguel!- gritó, apagando la luz del baño de arriba mientras bajaba las escaleras de la casa hasta la entrada.
-Maldita sea- dijo el mexicano para sí mismo. -¡Ya voy!- gritó, cosa que no era necesaria, ya que su pareja ya se encontraba en la puerta del baño, cubriendose la boca para esconder su risa.
-Es solo un grano, orejón.
El nombrado hizo un puchero y apagó la luz del cuarto resignado.
Se había pasado un mes preparando eso para que al final le saliera un maldito grano en medio de la nariz.
Ambos se dirigieron a la entrada de la casa donde se encontraban y con sigilo se escabulleron por la puerta, agradeciendole a una alegre Honey, que los apuraba para que fueran a tomarse una merecida copa.
El restaurante al que iban no estaba tan cerca, así que debían usar el auto para llegar. Pero Miguel tenía otros planes.
Mientras el hombre pelinegro ya se encontraba en la puerta del carro listo para abrir y conducir su pareja lo detuvo con una sonrisa y un movimiento de cabeza.
-Nop- tronó la "p" -Hoy irémos en Ramona- tras decir esto destapó una vieja motocicleta más antigua que los egipcios y más enpolvada que ese libro de romance adolescente que te regaló un familiar, a la que el mitad japonés puso mala cara.
-No creo que sea una buena idea...- dijo, tratando de convencer al moreno. No obstante, como dije antes, Miguel llevaba planeando esa salida todo un mes, y un viaje de dos horas en motocicleta estaba contemplado.
-No seas un amargado...- sonrió de lado como gesto de reto, al tiempo que se acomodaba el casco y se subía a su antigua compañera. -Hamarada.
El pelinegro se mordió el labio, sopesando la situación. Recordaba la época de preparatoria en la que empezó a convivir con Miguel, esa época de la que nacieron sus apodos tontos y la creación de un nombre que abarcará gran parte de su vida tiempo después.
Desde esos tiempos el mexicano ya solía llegar a la escuela en la motocicleta de su tío. "Ramona" había sido un regalo de cumpleaños que aunque sus padres y mamá Elena habían intentado por todos los medios de rechazar, habían terminado por aceptarlo, con la condición de "llevarás a tu hermana a la escuela todos los días, y no mas le pasa algo te mato"
¿Cómo Hiro podría rechazar un paseo por el camino de los recuerdos a lado de Miguel, justo ese día?
-De acuerdo.
El mexicano sonrió y tras colocarse el caso el mitad japonés se colocó detrás suyo.
Todo parecía bien. La moto había arrancado perfectamente, recorrido sin ningún problema y a buena velocidad los kilómetros que los llevarían a su destino.
...
Al menos durante una hora veinte, porque estando a 40 minutos de llegar una luz roja había hecho al par detenerse, y cuando fue tie.po de volver a arrancar, pues..., Ramona no encendió.
Genial.
Ninguno de los dos traía celulares para llamarle a alguien que acudiera a su auxilio, después de todo ese había sido una de las reglas que había impuesto Miguel "Sin tecnología" no quería que se preocuparan por nada, al menos por una noche. Así que ahora estaban varados, en medio de una carretera, sin manera de comunicarse.