Secreto bajo la luna » M. YoonGi

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— Y es que ciertamente; me caen del culo las personas que se apegan completamente a una moral indefinida— responde en un gruñido, luego de una breve pausa en la cual la expectación del contrario se podía notar en cada parte de su menudo ser— Y tampoco es como que si me quitara el sueño; sé perfectamente que yo tampoco puedo ser tan injusto cuando hice exactamente lo mismo, pero fingir algo que no era se me daba realmente bien— resopla con fastidio, metiendo sus manos dentro de los enormes bolsillos de su chaqueta.

Aquella respuesta le había dado mucho que pensar a la muchacha de piel morena, sin embargo, no hizo ningún esfuerzo por preguntar, puesto que a juzgar por lo poco y nada que sabía sobre él; es que jamás dejaba a nadie con la duda sobre sus creencias e ideales, algo que sin duda le podría salir caro.

De repente su boca se tuerce ligeramente en una media sonrisa, la cual se abastecía del evidente sarcasmo y la propia ironía, no obstante, de alguna u otra forma el brillo en sus ojos no era para nada malicioso.

"¿Qué es lo que pasa por tu mente?"

— Mi maldito problema es, mi querida y pequeña salta montes; que toda la mierda sale a relucir cuando se quieren engrandecer sobre aquellos que viven la plenitud de la vida, sólo porque no nos aferramos a una idea tan básica como la del pecado.... Quiero decir; obtenemos lo que por derecho y al mismo tiempo por obligación es nuestro, no hay que ser un genio para saber que el equilibrio es la base de la vida, y que sin un poco de perversión en la misma, todo sería totalmente aburrido.

Y en ese instante, el viento helado sopla sobre sus rostros, haciendo que sus cabellos bailaran con cierto recelo y con un sabor a miedo, terminando por acariciar un poco de su piel descubierta y erizada; su corazón golpea furioso contra su pecho y su labio inferior tiembla con frustración.

Ella realmente no lo entendía. ¿Por qué, por qué él no querría cambiar? Podrían lograrlo, podrían...

La mirada del mayor se había ensombrecido, y aquél tono tan voraz que le caracterizaba, ahora no era más que un susurro; un secreto.

— Recuerda que mientras sigas aquí, sólo eres un títere más de su colección.

Y luego, cuando la morena no se lo esperaba, una paleta de color cereza fue puesta sobre sus pequeñas manos congeladas, dando por finalizado un encuentro que sería el pionero de sus conflictos internos.

Porque aquella noche donde la ventisca se hacía presente y la luna se escondía entre las nubes, Jeon Sanae siguió a Min YoonGi antes de que fuera encontrado a las orillas del riachuelo; completamente desnudo y desfigurado, con una enorme cortada en cruz sobre su blanquecino pecho, el cual, aún con toda la sangre que lo cubría, seguía siendo hermoso.

Al menos para ella.

Porque nadie supo quién lo mató, nadie supo qué pasó aunque Sanae no quedaba eximida, porque después de todo, la pequeña hija del pastor tenía una arraigada creencia cristiana, casi que morbosa y enfermiza; tal como su asquerosa obsesión hacia Min YoonGi, un chico de claras tendencias hedonistas, cuya presencia repudiaban dentro del pequeño pueblo escondido entre un frondoso bosque; Si no era para ella, no era para nadie.



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