#1

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Día: #1

Alaska estaba en completo shock. En un momento estaba recorriendo el acostumbrado camino desde su escuela hasta su casa y al otro se encontraba en medio de una sala completamente desconocida. Esta era muy elegante, con un decorado exquisitamente tétrico. Los tonos de rojo abundaban por todas partes y en los lugares precisos.

Frente a ella se encontraba un chico no mucho mayor que ella. Sus ojos eran rojos y su cabello negro, al igual que su ropa. Combinaba completamente con el ambiente que lo rodeaba, a diferencia de ella que su ropa tenía colores mucho más vivos.

—Bienvenida, Reina Alaska.

El chico tenía voz rasposa, como si nunca la usara. Una alegre y escalofriante sonrisa se posó en sus labios. Alaska retrocedió un par de pasos al instante, buscando alguna explicación de cómo era que se encontraba en ese lugar.

Miro por un gran ventanal. La luna, de color rojo sangre, se encontraba en el cielo, rodeada de titilantes estrellas.

—¿D-Dónde estoy? ¿Quién sos y por qué me trajiste a este lugar?

La sonrisa del misterioso muchacho se ensancho aún más. Alaska estaba temblando de miedo, su cerebro trabajaba lo más rápido que podía intentando encontrar una respuesta a toda esa locura que estaba viviendo.

—Soy Memphis, Richard Memphis, y soy su ayudante, Reina. En este momento se encuentra en Espacio Profundo, más precisamente en el castillo de la ciudad Oscuros. La traje a este lugar porque es hora de que tome su puesto como la Reina de las Sombras.

—¿Reina de las Sombras? No, seguramente te equivocaste de persona, yo no soy ninguna princesa ni nada por el estilo, así que te pido que me devuelvas a mi casa ahora mismo.

—No puedo hacer eso, Mi Reina. No hay ningún error, usted fue la elegida de la Reina Natasha, su predecesora. Usted la tiene que reemplazar ahora que ella ha muerto. Su reinado fue largo y próspero, espero que el de usted este a la altura, pese a ser una niña de 16 años humanos.

La cabeza de la adolescente daba vueltas. No, no era posible que ella fuese una reina. Eso era algo completamente ilógico, sin contar con que esa tal Natasha no tuvo ningún derecho de haberla elegido a ella justamente para que sea su sucesora.

Alaska se paró lo más derecha que pudo, aunque aun así Memphis le sacaba una cabeza. Su voz sonó seria y demandante, pidiendo volver a su casa. Ella no quería tener nada que ver con esto. No sería nunca la reina de nada, aparte de que el lugar la intimidaba cada vez mas.

—Mi Reina, si usted quiere marcharse tendrá que romper las cadenas primero.

Fue en ese momento en el que reparo en las cadenas oxidadas que estaban en sus manos. No podía creer no haberlas visto antes. Supuso que era por la adrenalina del momento que lo había dejado pasar.

—Muy bien. ¿Y cómo las rompo?

—Las cadenas son irrompibles, su majestad.

La joven se quedó helada al oír eso. ¿Cómo? ¡Si eso era imposible! Todo material se puede destruir, aparte, las cadenas estaban muy oxidadas, seguramente debía haber un lugar lo suficientemente corroído por el tiempo para que se puedan cortar.

Las horas pasaban y no encontraba forma de romperlas. Memphis, mientras tanto, le había enseñado, a rasgos generales, un par de cosas del lugar. Este mundo no estaba en la tierra, no la que habitan los humanos al menos. También se enteró de sus trabajos. Mantener felices a los súbditos, cuidar el castillo de posibles invasiones, etc.

Pero casi se le salen sus ojos de las cuencas de la impresión que le dio escuchar su trabajo más importante. ¡Este era matar gente! ¡Así como lo oyen! ¡Tenía que matar gente! ¡Eso era una completa locura! ¡Ella nunca haría una aberración como esa! ¡Y, en sima, tenía que planificar miles de muertes por día!

Pese a dar múltiples negativas, Memphis le decía que se acostumbraría. ¡Como si pudiera! Poco a poco él le explico por qué tenía que matar gente. Ella lo entendió, a medias, pero lo entendió. Sin embargo, entender estaba a millones de años luz de aceptar.

—Lamento tener que hacer esto, su majestad, pero si no comienza a cooperar en este mismo instante me veré obligado a tomar medidas drásticas.

—¡No me importa! ¡Haz lo que quieras, yo nunca te ayudare!

Memphis levanto una mano y una luz brillante apareció en medio de la sala. Esta era como una pantalla y en ella se podía ver a su madre. Esta, de la nada, comenzó a convulsionar. Cayó al piso con un estrepitoso sonido y escupía espuma por la boca.

—¡No! ¡Para! ¡Déjala en paz! ¡Ella no te hizo nada!

—¿Va a cumplir sus deberes como Reina de las Sombras?

—¡SÍ! ¡Lo juro! ¡Pero, por favor, déjala en paz!

Las lágrimas empapaban las mejillas de Alaska. No quería que a su madre le pasara nada, mucho menos si podía evitarlo de alguna forma. Su madre dejo de moverse en ese instante. Su padre, el cual había entrado momentos antes a la habitación, la ayudo a pararse. La pantalla de luz desapareció.

—Muy bien, Mi Reina, hágame el favor de pasar a su despacho personal. Allí encontrara todo lo necesario. Más tarde, cuando termine su trabajo, podremos hacer un recorrido por el castillo y sus instalaciones, estoy seguro que le encantaran.

Memphis comenzó a caminar mientras hablaba y Alaska simplemente lo seguía cabizbaja. Parecía que esta sería su vida ahora. 

Pequeña ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora