El silencio me relaja. Es uno de los sonidos que más me gustan. He aprendido a apreciarlo cuando te fuiste porque sin ti dejé de hablar. Dejé de emitir sonidos para dar paso al silencio. Porque sí.
Yo soy silencio.
Siento que mi cuerpo está lleno de silencio y es quien me calma, quien me entiende. Siento que es quien vino cuando te fuiste.Nuestro silencio de ahora era demasiado confuso. Él no sabía si quedarse. Y tú y yo tampoco.
Intentaba decirte algo. Romper el silencio. Pero no era capaz porque en realidad se ha vuelto una necesidad en mí. Le necesito. Es mi oxígeno. Mi forma de vida.Decides apreciar el silencio tú también. Nos quedamos calladas y agudizamos los oídos.
Y entonces miramos alrededor y observamos.
Bueno, observas.
Observas los movimientos de los árboles pero yo no soy capaz porque has vuelto y me has puesto todo patas arriba. Porque tengo que centrarme en colocarlo para poder seguir viviendo.
Me levanto, apreciando el silencio.
Suena la silla crujir y yo suspiro lento, casi ni me escucho. Estiro los brazos y aprieto los nudillos de las manos. Dudo durante un segundo si he de ir. Pero debo hacerlo. Para cerrarte una etapa. Y cerrármela a mí.
Agarro el pomo de la puerta de cristal y lo arrastro hacia un lado para abrirla. Tú me observas lento, todos los movimientos.
Entro y tú te levantas, haciéndome girarme e indicarte que no. Que te quedes quieta. Te vuelves a sentar y no dejas de mirar hacia mí.
Ando por los pasillos de mi piso y abro la puerta de mi estudio de música. Miro encima de la mesa, buscando esa cajita roja oscura. No está. Busco de nuevo por los cajones. Nada.Intento recordar lo que hice con él. Me acuerdo que dormí con él puesto y que al día siguiente lo dejé en la mesilla para meterme en la ducha. Prometí volver a guardarlo en su sitio, pero es que sigo echándote de menos de vez en cuando. Sigo soñando con tenerte cerca. Y él me hace tenerte cerca. Aunque sea ese pequeño detalle que nunca tocaste. Que tan sólo quisiste y no me dio tiempo a darte porque te fuiste.
Ando por el pasillo. Está oscuro y tan sólo brillan algunos accesorios colgados en las paredes por la poca luz que entra de las ventanas de las habitaciones.
Observo todas las cosas que tengo en él. Los zapatos tirados al lado del mueble. La puerta del baño y el salón están justo detrás de mi, junto ala puerta de roble oscuro. Los cuadros de tus dibujos y mis poemas están allí colgados aún. Uno está torcido porque está cerca del lugar donde doy golpes cuando me cabreo conmigo misma por haberte dejado ir y no haber hecho nada. Ese es mi favorito.
Expresa todo lo que éramos cuando estábamos juntas, y a la vez el hecho de que esté torcido me recuerda lo mal que estoy cuando no estás. Cuando te fuiste.
El dibujo es la ventana de nuestra... digo, mi habitación abierta, con las cortinas blancas casi trasparentes y los muebles con nuestra ropa tirada por encima. Y me dibujaste a mí con el café de por la mañana al lado de la ventana. Apoyada en el mueble. Sonriendo porque tú estás ahí. Porque estábamos juntas.
Recuerdo la de horas que me tuviste sin poder moverme. Cómo me temblaban las piernas de estar tanto tiempo de pie y cómo el café se me quedó helado. Y aún así me dio igual porque eras tú quien me obligó a estar ahí. Y a ti te lo permitía todo.
Mierda.
Ya estoy sonriendo como una boba mirándolo.
Agacho la mirada y me borro esa sonrisa porque tengo que volver a la realidad. Y en la realidad tú no estás conmigo. Tú te fuiste y ahora has vuelto para ver si estoy tan mal como te decía Miki.
Sigo andando y llego a la puerta de mi habitación. la abro y veo esas cortinas blancas que ahora tienen un tono grisáceo. Veo cómo la ventana está cerrada y refleja las luces de fuera. Veo los muebles sin tu ropa por ahí. Tan sólo lápices y papeles con borrones. Con letras rotas.
Me da una punzada de dolor e intento volver a por lo que venía sin mirar demasiado alrededor, pero es imposible porque nada más acercarme a mi cama me embriaga el olor de tu cuerpo. De tu colonia. Intento aguantar la respiración porque cada vez me duele más que estés por todas partes.
Porque aunque estés, no estás a mi lado. Y dueles.
Abro el primer cajón de la mesilla y cojo la cajita granate oscuro. Cierro el cajón apretándolo en mi mano y salgo de la habitación con velocidad.
Paso el pasillo con la cabeza agachada porque si miro voy a volver a verte y me escuece. Nunca imaginé que el infierno serías tú. Nunca imaginé que el infierno dolería tanto.
Abro de nuevo la puerta de cristal de la terraza y tú, apoyada en la barandilla, te giras hacia mí con una expresión difícil de explicar. Extiendo la mano mirándote y tú me miras con curiosidad.
-¿Qué es?
-Ábrelo y lo descubres.
Lo miras por los lados como si tuvieses miedo de cogerlo y yo agito la mano para que lo abras ya.
-Es algo que tengo que cerrar.
Me miras a los ojos como si tú no quisieras abrirlo por miedo a lo que cierre esa cajita tan diminuta y yo no aparto mi mirada de tus ojos.
Bajas la mirada a la cajita y la agarras entre tus dedos no sin antes acariciar mis dedos sin querer, gesto que me hace temblar. Hacía mucho que nadie me tocaba. Yo te miro abrirla mientras meto las manos en los bolsillos intentando controlar mis temblores. La abres con cuidado y coges aire muy rápido al verlo, tapándote la boca con una de tus manos.
-¿Q-Qué...?
No puedes ni hablar de la ilusión que te hace verlo.
-No te lo pude dar porque te fuiste.
-¿Y lo guardaste?
-Tenía esperanzas de que volvieses algún día.
-Gracias.
-No hay de qué.
-De verdad, gracias. Es precioso. Me quedé con ganas de tenerlo.
-De nada Alba. Siempre ha sido tuyo.
Silencio.
Lo sacas y lo miras con los ojitos brillando. Me miras a los ojos y sonríes leve dejando la cajita junto al colgante en la mesa. Te quedas justo enfrente mía y miras nuestros pies casi rozándose.-Natalia... ¿Puedo pedirte algo? Si es que no no pasa nada, ¿Vale?
-Sí, claro. Dime.
-¿Puedo abrazarte?
-Hm...
-Bueno, no pasa nada. Gracias por guardar el colgante. Me sigue pareciendo precioso.
-No, Alba, espera.
-¿Sí?
-Que sí.
-¿Eh?
-Que me abraces.
-¿Segura?
-Sí.
Abro mis brazos lentamente y tú te agarras a mi cuello lento. Me acaricias la nuca y me dan escalofríos. Tus pies se ponen de puntillas para llegar mejor a mi cuello y yo flexiono las rodillas. Te ocultas en mi cuello y yo cierro los ojos lento. Me sumerjo en tu olor y de repente me abarcan todos los recuerdos de ti y de mi. Me aferro más a tu cintura y mis lágrimas empiezan a caer.
Te quiero.
-Tranquila.
-Te he echado de menos.
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𝐃𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐚 𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 - Albalia.
FanfictionEl café de por la mañana me ayuda a seguir con mi vida de mierda. El hecho de que pase algo caliente por mi garganta me calma la pasividad que tengo y me abre los ojos. Y el cigarro que lo acompaña también. Que me queme los pulmones me ayuda a segui...