Conocí a una persona, una de esas personas que te dejan un vacío cuando se van. Que te enseña, que te crece; pero no puede quedarse.
Miro al lugar donde solía sentarse a trabajar, hoy no está, me pesa tanto que no está, su presencia se extraña aquí y lo mas terrible es saber que no volverá. El sabía, me lo dijo en broma con su peculiar forma de hablar.
No, lo nuestro en definitiva no fue un romance, pero si una conexión. Nos entendíamos, y ¡Cuánto nos entendíamos!... tanto que se que él sabía que tenía implícito un "quisiera que no tuvieras que partir". Pero lo entiendo, aunque no lo quiero.
Miro al lugar donde solía descansar, donde me ofrecía una sonrisa involuntaria, casi automática cuando cruzábamos miradas, con complicidad. "No me pude despedir como quería" pienso.
No, lo nuestro en definitiva no fue un romance, pero ojalá lo hubiera sido. Puedo imaginarlo, como si hubiera pasado: Compartir el mismo sueño, el mismo espacio en tantos sentidos.
Miro al lugar donde solía comer: hoy solo está presente su ausencia, no hay nada ahí. Nada tangible al menos, pero me dejo más de lo que él cree...
No, lo nuestro en definitiva no fue un romance, pero qué regalo más grande haberlo conocido, haber coincido, haber forzado al destino unas cuantas veces, burlar las posibilidades para poder estar con él.