¿...?

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Ese no era yo, el que se acostó a tu lado deseoso de ternura, no era mi cuerpo el que se perdió entre tu piel blanca y tu olor a terror, el que atemorizado bajo el calor de tu cuerpo pidió que se apagaran las luces, no era yo el que convirtió esa cama de hielo en una hoguera inmortal.

 ¡No! no eran mis ojos los que contemplaban la belleza de tu rostro al contraste de la luz del farolito que encendía la habitación desde la calle, tampoco eran mis dedos los que tapaban tu cara con cada respiración de excitación, ni eran mis labios esos que mencionaban palabras inaudibles y reían cada vez que resonaba tu nombre en mi cabeza, no era yo, el que subió a la cima de la gloria con cada beso tuyo y al que se le agudizaban todos los sentidos con cada toque de tu piel, no era mi mano esa, la que se aferró fuerte a la tuya al experimentar tanto descontrol emocional.

No fui yo el que se envolvió contigo entre un mar de rayas sobre tu cama, no fui tampoco el que se asustó al escuchar los perros ladrar al pecado cometido, ese era un idiota, un ingenuo que pensaba ganarle a los sentimientos, a los recuerdos, ese era el estúpido que confunde el amor con la necesidad, ese fue el loco que cantaba canciones en tu ducha y te imploraba encender su cigarrillo porque el frío en su alma no le deja de apuñalar, ese fue un desequilibrado mental, el que se montó en tu carro de vuelta a casa, con las lagrimas retenidas por puro orgullo, no fui yo el que te miro de reojo en medio de tu desilusión.

¡Pero si! ese era yo, al que le quedó la idea de que esa noche ya la había vivido, que ya había estado a tu lado, si fui yo el que caminó lejos de tu cuerpo esa madrugada, esperando que volvieras, solo por sentir uno más; uno de esos besos con sabor a tabaco y placer, que calman y dejan la mente descansar en la inconsciente ilusión de un amor que era imposible. 

Mi café sabe a dolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora