Me alegro tanto de que nadie me haya advertido con cuánto dolor iba a recibir mi certificado el día de mi graduación;
Gracias porque mi jefa quien es nutrióloga no me dijo que durante algunas semanas no apetecería comer ciertos alimentos porque solo de verlos me darían náuseas a pesar de que un día antes hubieran sido mis preferidos;
Gracias a mi amiga de la infancia y la cual hace dos años recibió su certificado de médico, por no decirme que unos meses antes de mi graduación no iba a poder dormir boca abajo como tanto me gustaba; o que no podría tomar medicamentos cuando me enfermara de un simple catarro;
Gracias a mi tía, la contadora solterona, por no hacer el comentario de que después de mi graduación tendría que trabajar el doble o tal vez el triple;
Gracias a ese Ingeniero que no me dijo que era casado y me hizo su novia para obtener de mí una noche de lo que creí era amor;
Pero sobre todo gracias a ese chico que estaba en la entrada de ese hospital donde pensé que en menos de una hora me iban a hacer olvidar mi tragedia con el Ingeniero. Ese chico que parecía transparente de sus manos, y que de la espalda se reflejaba un destello plateado que no logré identificar.
--Si entras ahí te vas a arrepentir toda tu vida -me dijo sin dejar de mirar mis ojos.
--Tú qué sabes? -le pregunté en respuesta.
--Lo sé todo -respondió con una tierna sonrisa con la cual sentí casi que me abrazaba.
Fruncí el ceño y torcí mis labios; pude sentir que mis ojos se humedecían y enseguida resbalaban lágrimas por mis mejillas.
--No lo hagas -agregó él posando su mano izquierda en mi hombro izquierdo al momento en que intenté pasar la puerta del lugar.
De inmediato sentí un vuelco en el estómago. Me golpearon desde el interior. Él tomó mi mano y me alejó de ahí. No me opuse a sus deseos pues era más fuerte que yo lo que él transmitía por medio de sus ojos, de su manos, de su destello.
Caminamos unas cuantas cuadras y luego ya no estaba conmigo, de pronto me encontraba de pie frente a un letrero que decía: "TE AMO, MAMÁ".
En ese momento decidí continuar con mis estudios, aunque en ese momento no sabía que estaba estudiando porque no tenía maestros, ni había un director ni compañeras en las aulas... ni siquiera había aulas.
Pasó el tiempo determinado, pasaron los exámenes...los cuales fui aprobando con excelencia.
Durante cinco semanas no podía comer mariscos, los cuales eran mis preferidos. Sólo el olor me provocaba el vómito.
Cuatro meses antes de recibir mi diploma no pude dormir boca abajo... y eso que así era la única manera de conciliar el sueño. Mi madre me decía que si no me colocaba en esa posición cuando era bebé, no dormía en toda la noche.
Comencé a juntar dinero del trabajo extra que me conseguí en un círculo K, todo lo iba guardando en el último cajón de mi chifonier de madera.
Aguanté con valentía los primeros síntomas los cuales me avisaban que debía vestirme de gala para ir a mi gran fiesta: unos shorts manchados de cloro en la parte de atrás, una blusa de manga corta que tenía unas pinzas para colgar ropa prendidas en la parte delantera. Una sola sandalia pues la otra se me cayó cuando subí al viejo coche de papá.
Así me presenté al gran salón de fiestas. Y yo no era la única graduanda... nooo... había decenas de nosotras. Todas gritando de júbilo y de dolor al mismo tiempo.
Dijeron mi nombre y acudí al llamado... Mis padres no pudieron acompañarme hasta mi asiento, o mejor dicho... hasta mi camilla.
Los síntomas se hacían cada vez más fuertes y yo quería morirme. Por un momento me arrepentí de haber obedecido a ese joven que destellaba por la espalda.
--Seis -dijo una chica de blanco.
--Deben ser ocho -contestó otra igualmente vestida de blanco.
--¡Auxilioooo!!! -les gritaba yo.
En ese momento llegó un hombre maduro con un uniforme azul... me hizo recostarme en posición fetal y clavó algo en mi espalda. Eso me hizo recordar al chico de los destellos, no sé por qué.
El dolor desapareció y me relajé. Me recostaron boca arriba y con las piernas separadas.
--Ahí viene tu diploma -se burló una chica de blanco.
De una máquina se comenzó a escuchar un ruido constante y la gente que estaba a mi alrededor comenzó agitarse.
Otro hombre mayor vestido de verde me descubrió y comenzó a hacer algo en mi estómago. Yo quería saber qué era lo que pasaba pero nadie contestaba a mis preguntas.
No sé cuántos minutos pasaron desde que la chica de blanco vio mi diploma hasta que me lo pusieron cerca de la cara. Sí... ahí estaba el certificado de que había finalizado mi curso. Y con excelentes notas. Claro estaba que obtuve el primer lugar pues mi diploma era el bebé más hermoso que mis ojos hayan visto jamás.
Ahora llevo en mi vientre la firma de mi profesión. Esa marca de la cesárea que tuvieron que practicarme porque la vida del amor de mi vida estaba en peligro.
No cambiaría nada de este curso tan maravilloso que, sin pensar que lo tomaría, ha sido el mejor de todos los cursos, el mejor de todas las profesiones... SER MADRE.
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Donde Quiera Que Estés
RandomEste texto que Leerás a continuación se me ocurrió al ver a un joven llorar cuando le dijeron que su bebé había muerto a manos de su novia cuando decidió practicarse un aborto.