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Sus pasos resonaban por el piso de la parroquia. Se podía escuchar como sus zapatos se arrastraban con pereza mientras se encargaba de apagar los cirios y candelabros menores que estaban por el atrio de la iglesia, dejando como único medio de iluminación la vela entre sus dedos. La lluvia que azotaba fuera sonaba devastadora y presagiaba una mañana helada que seria dura para los campesinos del pueblo.

No dejaba de pensar en como los milagros de Dios podían llegar a convertirse en algo cruel para el resto de la humanidad. Pero, no estaba en el juzgar. Su único trabajo era promover la palabra del todo poderoso, oficiar ceremonias y evitar la perdición eterna de las almas que acudieran a él en busca del conocimiento de la vida eterna. Podía sonar como una hermosa profesión y, de hecho, era una de las razones por las cuales era tan apreciado en todo el pueblo. Todos amaban al padre Aziraphale y le respetaban enormemente, no solo era un párroco como cualquier otro, a el le importaban las personas. Ofrecía techo a aquellos que lo necesitaran, así como bebida y comida. Y en temporadas como esa, en las que la vida se tornaba demasiado dura como para solo aguantar, era cuando el padre tomaba el dinero que juntaba de las limosnas (Y lo que lograba ocultar de los encargados enviados de roma) para ayudar a su gente, por que eso es lo que Dios querría. Amar a todo el mundo.

Estaba por terminar su labor. Detrás de la iglesia tenía una pequeña cabaña donde residía, nada muy lujoso ni llamativo, pero en ese momento ni siquiera le pareció adecuado el salir, aunque fuese por unos segundos, por lo que dormiría en la pequeña habitación que había en el campanario, la cual solo la usaba en momentos precarios como ese.

Mientras avanzaba hacia la escalera desgastada de madera y se persignaba agradeciendo al creador por un día mas de vida, logro escuchar un pequeño conflicto afuera. Los truenos no lograron ocultar el sonido de lo que parecía ser un caballo galopando sin cuidado, algunas exclamaciones iracundas y finalmente un golpe seco contra los portones de la iglesia que retumbaron por toda ella. Aziraphale apretó la vela, sintiendo como un poco de cera resbalo por sus dedos. La lluvia seguía siendo fuerte. Mascullo un "Dios, ayúdame" y se encamino a los portones. Abrió uno y miro a todos lados, deseando que los vendavales no apagaran su vela. Creyó que no había nada, pero poco tardo en escuchar los quejidos dolorosos de una persona. Sus ojos azules vieron al suelo que más bien parecía una plasta de lodo, dejo caer la vela ante la sorpresa.

Ahí había una persona, envuelta torpemente en harapos y el rostro sucio. Sus cabellos rojos estaban hechos un lio y parecía inconsciente.

Lo mejor hubiera sido dejar a esa persona perecer en el frio.

Y ojalá lo hubiera hecho.

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Cuando ese par de ojos marrones se abrieron, las cosas a su alrededor lucían borrosas. Podía sentir un fuerte y perfumado aroma a incienso que más bien le parecía pestilente llenándole los pulmones hasta hacerlo toser. Intento moverse, pero su cuerpo crujía con cada movimiento y casi podía jurar que había tragado agujas y estas ahora se incrustaban en su interior con cada respiración. No iba a mentir, estaba aterrado y el único pensamiento claro en su mente era que tenia que salir de donde fuese que estaba y huir, huir lo antes posible.

-Buen día, querida. – La voz suave lo puso mas alerta. Se incorporo ignorando el gemido doloroso que se arrancó de la garganta y la suave cama que estaba debajo de él. Tampoco le importo que ahora llevaba ropa limpia encima e ignoro la religiosa indumentaria en los alrededores. Cuando por fin diviso a la persona dueña de aquella voz intento apartarse. – Debes estar confundida... Te encontré anoche, en la entrada de mi iglesia. – Aziraphale intento sonreírle, pero no hubo ninguna reacción favorable. Los ojos castaños de esa persona ajena en la cama se dirigieron a la pequeña bandeja que llevaba entre sus manos, tenía solo una taza de te de manzanilla y unos bollos que le habían regalado los Hemmin's como cada mañana. Pareció entender. Dejo la bandeja con suavidad en la cama, moviéndose lentamente, temiendo que un brusco movimiento pudiera alterar a su invitado. – Pensé que tendrías hambre... - Se aleja de la cama, dejando que el extraño tomara uno de los bollos y se lo llevara a la boca, devorándolo sin cuidado. Bebió la taza de te y engullo el segundo bollo siendo vigilado por la expectante mirada del padre Aziraphale. Cuando termina, el padre intenta acercarse para retirar la bandeja y la taza, pero apenas los ojos marrones del extraño lo ven acercarse, retrocede violentamente, al instante el de rojos cabellos se abraza así mismo haciéndose un ovillo mientras se retuerce del dolor. - Deja de hacer eso, vas a seguir lastimándote. - Exclama con preocupación Aziraphale. Por fin tiene la fuerza de quedar a un lado de la cama, donde intenta tranquilizar al pelirrojo, sosteniéndole de las muñecas, el le da un manotazo para que se aparte. – Solo quiero ayudarte... Por favor, déjame ayudarte. – Una sonrisa casi se forma en sus labios al ver como el salvaje forcejeo se detiene. Quiere creer que es porque esa persona sabe que es lo mejor para él, pero realmente solo se detuvo por que el dolor comenzaba a nublarle la vista.

Aziraphale no es médico. Pero tiene un par de conocimientos básicos. Solo necesita levantar el camisón de franela un poco y palpar el abdomen para saber que tiene una costilla rota. Esta lleno de moretones que van desde el verde hasta el purpura condecorando su piel y poco a poco su vista se va llenando de horror. Llamara al medico del pueblo, debe haber algo que hacer.

-Tengo que tomar algunas confesiones. Pero volveré mas tarde con el doctor Stevens y algo de comer... - Esta apunto de seguir hablando, pero pierde en sus pensamientos al notar que no tiene idea del nombre de la persona a la que ahora ayuda desesperadamente. – Supongo que, no vas a hablarme, pero, al menos me gustaría poder llamarte alguna manera... - La figura solo sigue tendida en la cama, mirando hacia el techo del campanario y luciendo casi desfallecida. Da un largo suspiro, tiene que prepararse para sus tareas matutinas. Desciende las escaleras cuidadosamente hasta que lo escucha.

Una voz gutural. Que parece mas el quejido de un alma en pena.

-Crowley... - Aziraphale queda estático algunos segundos. Repite el nombre en su mente y solo termina de bajar las escaleras. 

Una Pequeña Tentación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora