Capítulo 4.

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María José.

El martes desperté como a medio día, mi celular tenía mil llamadas y mensajes, todos provenientes de mi asistente Rodrigo, hace un trabajo excelente, pero ni siquiera me molesté en abrir un solo mensaje, no tengo animo de nada, investigué donde despedirían a mi amiga y partí al lugar, con los ojos muy hinchados y el corazón destrozado.

Cuando llegué al lugar, su madre corrió a mis brazos y me abrazo con tanta fuerza, que fue imposible no quebrarme, tengo corazón, amaba a Melisa y aun sigo sin comprender, ¿por qué ella?, ¿por qué las personas buenas se van de tal manera?

- Gracias por venir. – dijo finalmente.

- Lamento de verdad lo ocurrido.

- Ella estaría feliz, no tienes idea de todas las veces que hablaba de ti. – intento sonreír, tomando mis manos. – Se suponía que justo ayer, iba ir a verte, quería que celebraran juntas.

- ¿Celebrar? – pregunté con la voz quebrada.

- Dijo que cumplían un año más, de ser amigas. – se secó las lágrimas.

- ¿De verdad?

No pude decir más, me aferré al hombro de la señora Rosales, hasta que ya no pude, luego me acerqué a esa pequeña caja de veinte centímetros cuadrados, donde yacía lo último de Melisa. Sé que era en vano, pero al menos si lo hablaba, quizás algún día dolería menos, así que me despedí de mi amiga, la que fue cómplice de mis primeros besos, de mi primera borrachera, quien me arrastro cuando ya no podía más, quien se hizo pasar por mí, en mi examen final, la que me cubrió en tantas noches con mis padres, la que siempre estuvo ahí y entendí, que decir adiós, suele ser lo mas complicado del mundo, cuando amas tanto a alguien, como la amé a ella.

Me encerré en casa, escuchando música de antes, escuchando a la odiosa pero sensual Beyoncé, su artista, mientras bebo como alcohólica; esta noche, fumé cerca de treinta cigarros y luego, decidí que ir al Bar Vader era una buena decisión.

Ya estaba bastante tomada, me senté en la mesa de siempre, con la música de siempre, sintiéndome una completa mierda, aparecieron las chicas, pero ni siquiera intenté sonreírles, la verdad decidí que ahogarme en mis penas era lo más idóneo.

Victoria Pedrero.

Han pasado dos días, desde lo de Sara, no dejo de pensarla o de sentir la sensación de sus labios, sobre los míos, soy una imbécil por haberla besado, sólo arruine todo mi progreso, para recordarme, que no la he olvidado, sólo me estaba haciendo idiota en un pensamiento cuadrado.

Tomé mis llaves y salí tumbo a Vader, dejar de beber, fumar o amar, no es tarea sencilla, así que tampoco esperen que lo deje de buenas a primeras; crucé la puerta, ahí estaba esa chica, María José Covarrubia, solo que esta ocasión, se ve diferente, no es la mujer sexy y empoderada, está noche, ella parece la maldita liebre a la que todos pueden apuntarle.

Me acerqué a ella y corrí la silla de enfrente, levanto la mirada, sus ojos están muy hinchados y tiene el delineador y rímel corridos por el rostro. Varias lágrimas escurren por su rostro y está muy tomada.

- ¿Estás bien? – pregunté.

- ¿Te parece que estoy bien?

- ¿Puedo ayudarte? – pregunté de nuevo.

- No. Nadie puede ayudarme.

Se paro, dejo un par de billetes y salió trastrabillando de ahí, pobre mujer, ¿qué le puede estar sucediendo?, apenas soy las ocho de la noche y ella está ahogada del alcohol; estaba apunto de pedir algo, pero recordé que le debía el favor, tenía que ayudarla.

"Sin limites"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora