Salió a la calle. La claridad de la madrugada, el frescor matinal y el canto de los pájaros preludiaban la llegada del día. Cruzó la calle. La ventana de la habitación de Yanina estaba abierta.
-Yanina, ¿estás despierta? -llamó quedamente.
La pequeña se asomó adormilada. Vestía un camisón blanco y traía su osito de peluche en la mano.
-Buen día, Serperio.
Acodado en el alféizar, preguntó:
-Somos amigos, ¿no?
-Ajá -respondió en medio de un bostezo.
-Los amigos comparten los juguetes.
La nena se restregó los ojos con las manos.
-Vení, te invitó a mi casa a jugar.
-Sí, vamos a jugar-. La invitación hizo que terminara de despertarse.
Serperio la ayudó a salir por la ventana y se fueron caminando de la mano por en medio de la calle. Mientras se alejaban, se escuchó que Serperio le decía: ¿Querés jugar con mi muñeco?
***
El pueblo amaneció alborotado. Yanina había desaparecido. Primero la buscaron los que la conocían; cuando a la tarde seguían sin rastros de ella, se organizaron varias partidas para buscar en los campos aledaños.
Nadie se percató de la ausencia de Serperio, salvo los chicos de la cuadra que se habían reunido como siempre en la vereda de enfrente, pero esta vez todos estaban en silencio, con la cabeza gacha y de tanto en tanto miraban de soslayo hacia el árbol vacío. Ninguno decía nada, pero todos pensaban lo mismo: No había cuerpo para sepultar ni quien lo sepultara, el cuco se había llevado a un niño.