Prólogo

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Algunos pueden opinar que el espacio entre la vida y la muerte consiste en apenas unos instantes, o que simplemente no existe. Es un cambio de estado: primero estás vivo y un segundo más tarde, no. Pero para el moribundo, ese espacio se convierte en una eternidad, como si el tiempo se hubiera detenido para jugarte una broma pesada. Estás en el limbo entre el despertar y el sueño eterno, en un estado de consciencia que no roza la vida, esperando ver lo que te depara el más allá.

Son unos instantes inciertos y abrumadores. Terroríficos. ¿Qué hay después? ¿Un lugar para las almas perdidas? ¿Una nueva vida? ¿Una noche eterna sin estrellas para alumbrarte el camino? Y entonces la luz se hace más intensa, y tú no sabes si la puerta que se aparece ante ti y que te fuerza a cruzarla es para abandonar el mundo o volver a él.

La muerte es un tema que resulta tan terrorífico como fascinante. Tememos lo que no conocemos, algo que no debería avergonzarnos. Solo los necios y los locos niegan sentir pavor ante la muerte. Es precisamente este miedo el que impulsa nuestra fascinación y curiosidad. Millones de posibilidades desconocidas, cada una más loca que la anterior. ¿Y luego qué?

Cuando Lance cruzó la puerta encontró luces. Miles de luces de todos los colores habidos y por haber. A su alrededor flotaba una suave neblina que le envolvía y le acariciaba el rostro con suavidad. Una paz que no sentía desde hacía tiempo le inundó el pecho y se sintió sonreír. Se encontraba en un lugar que, pese a carecer de cualquier tipo de forma más que la suya, era verdaderamente bello y deseó poder permanecer para siempre en él.

Pero apenas unos segundos más tarde el mundo a su alrededor empezó a dar vueltas cada vez más rápido. Una fuerza le arrancó de aquel lugar tan cálido, alejándole del sueño en el que se había sentido seguro. Intentó gritar y luchar, pero sus esfuerzos fueron en vano.

Tras unos instantes de incertidumbre y miedo, delante de sus ojos se materializaron miles de imágenes. Sus amigos, su familia, el lugar en el que había crecido... Recuerdos maravillosos que pasaron ante él, dejándole atrás con una rapidez exorbitante. Estiró un brazo para intentar agarrar uno de ellos y vio como su mano se perdía entre los mechones azabaches de un chico que le observaba sonriente con los ojos más violetas que había visto jamás. Y tan rápido como había llegado, la imagen se fragmentó en miles de pedazos ante sus ojos. Sintió la necesidad de gritar un nombre, pero con asombro comprobó que no sabía cuál. Rebuscó en los lugares más recónditos de su mente, pero no encontró respuesta a aquel enigma. Sus ojos se inundaron de lágrimas de impotencia y unos instantes más tarde se preguntó a si mismo, confuso, por qué lloraba. El vacío se lo tragó y se llevó con él aquellas preciadas memorias, dejándole solo, convirtiéndole en un recipiente vacío.

• • •

Cuando recuperó la consciencia sintió el cuerpo pesado, como si la gravedad quisiera mantenerlo anclado al suelo irregular sobre el que se encontraba. Intentó abrir los ojos, pero sus esfuerzos fueron en vano, y con miedo comprobó que no sentía ninguna parte de su cuerpo. Intentando sofocar el pánico que empezaba a subirle por la garganta, respiró hondo y volvió a intentarlo. Poco a poco empezó a sentir un hormigueo en las yemas de los dedos, que le subió por las extremidades hasta el rostro. Los párpados le temblaron y abrió los ojos con esfuerzo.

Se encontraba estirado, con las facciones expuestas ante un cielo cubierto por nubes oscuras y plagado de truenos que anunciaban tormenta. No sabía dónde se encontraba ni como había llegado hasta allí. Le dolía la cabeza y notaba la garganta seca, como si hubiera pasado días en el más árido desierto sin lograr encontrar una fuente de agua en la que saciar su sed.

Sintió la necesidad de dormir, pero se resistió a ello. Pronto la lluvia empezó a caer y a golpearle con fuerza en el cuerpo. La tierra se humedecía y convertía en barro a su alrededor. No podía mantenerse despierto. Intentó pedir ayuda. Un sonido gutural escapó de su garganta mientras el mundo empezaba a desvanecerse ante sus ojos. De repente, una figura se cernió sobre él. Desesperado e incapaz de formular ningún tipo de pensamiento coherente boqueó sin emitir sonido alguno durante unos instantes. Todo rastro de razón que le pudiera quedar desapareció y con desesperación se aferró a la única certeza que le quedaba:

-        Lance – susurró con la voz ronca, esperando que aquella sombra que se cernía sobre él comprendiera sus palabras. – Me llamo Lance.

Y el día se apagó.

King ~ Klance AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora