Después de cinco horas de viaje por la carretera. Antes de llegar se elevaba una lengua de humo negro, como si de un volcán activo se tratase. Las montañas en un tono gris; los árboles caídos, y la hojarasca a sendos lados de la vía. Mientras el humo se elevaba, las nubes grises le daban una imagen de soledad y melancolía indescriptible. El auto tras su paso levantaba hojas, formando pequeños remolinos con ellas. Cuando pasaron por las primeras casas; todo estaba vacío, en silencio, algunas con los jardines secos, y otras con sus setos destrozados y con ventanas rotas. Las siguientes estaban igual. El centro de la ciudad, aún seguía con algunos transeúntes, que se daban prisa por irse. Algunos caminaban cabizbajo, como si la ciudad les recordara tiempos mejores. Allá al fondo, se veía una vieja estructura de una casa, que ardía; nadie se esforzaba por apaciguar las llamas. De ahí se elevaba la estela negra. Mientras rodaba el auto, en la calle, vimos un anciano sentado en la banca, tranquilo, con las manos juntas como si rezara; pero en eso un cuervo se posó a su lado, subió a sus hombros, y empezó a sacarle los ojos. Estaba muerto. Recorriendo aún está escena, pasamos por la calle en la que solía vivir Adrián, todas las casas estaban abandonadas; sólo las hojas marrones caídas adornaban el lugar, los árboles que un día estaban en la acera, ahora yacían en el suelo, junto con los cables de tendido eléctrico entre sus ramas.
Al llegar a casa, está aún seguía cerrada, pero las cosas del jardín, y de la cochera, habían desaparecido. Habían forzado la puerta, y tenía unas ventanas del desván rotas. Al entrar todo estaba sucio, miles de huellas, y cosas por el suelo, lo único que seguía intacto, eran un par de libros que nadie se había molestado en mover, y algunos empolvados que yacían en el suelo.
Eran como las tres y media; el sonido distante del tren, se hizo perceptible a través de la distancia, Nathan con el pelo castaño corto, se esforzaba por descifrar ese sonido, aunque pensó que era un tren levitante, mi padre, con un poco de empatía, dijo que podíamos ir a recorrer los alrededores mientras él acomodaba las cosas que necesitaba.
Llevé a Nathan a la vía del tren, caminando sobre los rieles; hasta que llegamos al puente, ahí, mientras se oteaba todo, le señalé cada lugar al que solía ir con mis amigos. Y el Instituto, que se veía al fondo, allá a lo lejos. Le expliqué tanto sobre Hillderburg Park, que se sintió inferior, al haber pasado su adolescencia solo, en un cuarto de un edificio y la otra mitad en una mansión en medio del bosque.
—Me hubiera gustado ver este lugar, cuando era diferente. Ahora todo esto es como un recuerdo triste —dijo Nathan—. Algo que sólo tú logras imaginar bien...
—¿Y tus amigos, aún seguirán aquí?
—No lo creo, pero no sé si tengamos tiempo aún.
Nos callamos. Mientras intercambiabamos miradas de lado a lado; abstraídos contemplando el desolado panorama.
Luego de volver a casa, mi padre había desaparecido.
Lo esperamos durante dos horas, mientras seguíamos arreglando cosas que queríamos llevar; pero no volvió. Con la idea de que tuviera un contratiempo, ambos salimos a recorrer las calles, algunas lámparas alumbraban en las aceras, ya no había personas en las casas, todas habían desaparecido. Así parecía. Cuando llegamos al Centro, el Mall estaba manchado, sucio, con los vidrios rotos: parecía un pueblo fantasma todo esto. Cuando de pronto nos encontramos con un automóvil, dando la vuelta en la encrucijada; mientras hacía sonar su bocina. Las luces delanteras nos cegaron momentáneamente, mientras nos llevavamos las manos cerca de los ojos para poder ver, cuando a los lados dos hombres robustos, nos tomaban por la fuerza, y nos llevaban al interior del auto. Mientras desaparecíamos en la infinita carretera.
Cuando despertamos, nos encontramos frente a una especie de cuarto pequeño. Con dos asientos alargados a ambos lados, miré a través de la persiana, el paisaje se movía: ¡Íbamos en un tren!
¡¿Como diantres llegamos hasta aquí?!
Nos quedamos observando tras la persiana, en silencio, como perdidos en un punto indefinido; mientras las ruedas avanzaban sobre el riel. Aturdidos, sin saber que hacer, decidimos salir, pero al parecer este compartimiento no tenía salidas, parecía abrirse solo de fuera. Lo más misterioso fue: ¿quiénes eran aquellos hombres? ¿dónde estaría mi padre? Y ¿Cómo desapareció? Cosas muy extrañas eran estas...
El tren siguió su camino innterrumpidamente. En un arranque de ira Nathan había arrancado la persiana. Ahora se veía claramente: el paisaje espléndido, pero allá a lo lejos, se levantaban densas columnas de humo, y el gris de los árboles contrastaba con lo demas. Se veía que iba a oscurecer. Asimismo el tren dobló en un recodo. Mientras dejaba escapar un silbido estridente. El pequeño habitáculo color blanco, daba una sensación de vértigo o mareo; pero ahí estaba la salida. De fuera, una especie de cerradura, donde se levantaba una argolla que funciona como seguro, para poder abrir el hábitaculo, la cuestión era ¿cómo?... la argolla la podía ver apenas, al topar mi vista al vidrio. No se miraba ninguna mella, o así parecía, el vidrio era plástico, no había forma de quebrarlo. Apenas se le hizo un rasguño, cuando Nathan dio una patada hacia el, sólo tembló, y no pasó a más. Anduve buscando en algún recoveco, un pequeño agujero, o algo para poder conseguir empujar esa argolla. Seguía sin conseguir hacer mucho.
El tren empezó a dezlizarse en una velocidad más reducida, el tren se iba a detener. Lenta, muy lentamente iba reduciendo, hasta que dejó salir un silbatazo. Al parecer habíamos llegado a una estación, pero no podíamos ver nada: estábamos al lado opuesto de la estación. Sólo se veían los árboles.
—Tengo una idea... —dijo no muy convencido Nathan—; quítate las agujetas de los zapatos, ¡rápido!
—Y de que va a servir esto... Nadie vendría aquí —dije— es una pérdida de tiempo.
—Solo hazlo. Ya verás.
Nada.
Silencio.
Momentos después el tren reanudaba su marcha. En mutismo, Nathan no se atrevía a mirar al otro: me había fallado. Pero volviendo a hacer algo, miró por entre todas las posibles cosas. Nada. Cientos de tornillos. Entonces la luz se hizo en su mente.
Pero en ese momento, al otro lado de la pared se escuchó una voz asexuada que decía: <<Hora del desayuno, son las siete de la mañana>> El compartimiento se abrió al lado contrario de la ventana, y dejo ver un pasillo alfombrado. Mientras seguía. Pero allá al fondo, se escuchaban voces de adolescentes, y la cacofónica monótona del repicar de cubiertos, y máquinas de café...
—Hay que buscar una salida y rápido...
—Yo pensaba en... —se interrumpió cuando un hombre había aparecido de imprevisto.
—¿Buscar una salida? Bah, si ya llegaremos a la estación, en un par de horas estaremos en la ciudad. ¿No irán a desayunar? —inquirió mientras se tocaba su bigote.
—¿A dónde va el tren? —añadió Nathan—; ¡nos han secuestrado, y no sabemos a donde.... va está cosa, o lo que sea!
—Ya lo verán, ¡salgan! —dijo el hombre conminatoriamente.
A regañadientes salíamos. En el comedor, varios chicos tomaban un desayuno ligero. Ahí estaban, mientras otros chicos comían plácidamente, y pocos se percataron de su llegada. A los diez minutos, la misma voz asexuada, habló.
—Vuelvan a sus respectivos lugares. Repito: vuelvan a...
Mientras la puerta se deslizaba, lentamente, empecé a comprender cómo podíamo salir de aquí...
—Mira —dijo, Nathan, enarbolando un cuchillo de metal—, ¿esto nos va a ayudar?
Mientras tanto agregó nuevamente:
—Como la punta es a la misma anchura que un desarmador convencional —dijo—, mira empiezas a dar vuelta, y ¡Paf! Se acabó. Fuera tornillos. Hay que salir. Date prisa...
Trabajé con ahínco, sin tregua. A los minutos había destornillado muchos de ellos, había uno, que por mera casualidad conspirativa, estaba detrás de la argolla. Pero no encontraban la forma de empujar esa anilla hacia adelante, al hacerlo, ésta dejaría deslizar hacia abajo, una de las compuertas, y la otra se elevaría, como un toldo.
No encontraban la forma de empujar esa anilla...
Pasaron minutos así, sin lograr nada; era un plan frustrado.
Entonces, Nathan, iracundo; tomó el cuchillo, y lo hundió en los asientos alfombrados, ahí fue cuando lo tiré a un lado para escarbar entre la espuma del asiento, ahí encontré un alambre. No recto, pero era eso, un alambre.
Pasé unos minutos, intentando poder empujar la anilla, nada, se movió poco de los muchos intentos. Cansado, con escozor en los dedos, me dejé caer en el suelo del habitáculo. Nathan, con modestia e indiferencia, sacó el alambre, lo tiró, e insertó uno retorcido de dos hebras; lo suficientemente fuerte para lograr empujar esa anilla.
Momentos después, la anilla se movía hacia adelante, cediendo lentamente...
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Donde termina la carretera...
PertualanganLa historia está basada en mas d esos siglos adelante a nuestra era. Un mundo destrozado y corrupto donde tres chicos logran sobrevivir a un mortífero virus extraño del que se da un pequeño avance. ¿Listo? Descúbrelo...