razón 3: Nadie puede amar tus rarezas.

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En efecto, el diario no estaba. Molesta, quizá furiosa pensé en llamar a Marco. Quería el diario, sabía que él lo tenía. Aunque solo había echado un vistazo, no había revisado a profundidad entre aquellos quinientos libros.
Salí de casa una hora antes de que mi madre llegara. Y de nuevo, me escondí tras los arbustos para verificar que no existiera peligro, la señora Germina sí estaba en la puerta, pero ésta vez estaba sentada en su silla de aquella vieja madera, con el tono rojizo desgastado. Ella tenía una expresión apática, parecía ver fijamente el cielo y ni siquiera notó mi existencia. Sus ojos rojos daban un aspecto aún más tenue a su rostro y en su expresión no había más que una abundante tristeza.
Continué caminando, tratando de olvidar aquella expresión que solo había visto en otra ocasión: el día que su hija se fue.
Seguí caminando con la vista fija en mi móvil para poder elegir la canción correcta. Una vez que llegué, busqué el salón para poder ir a la primera clase. Estaba por entrar al salón, cuando de pronto alguien tomó mi muñeca de forma brusca.
Me giré molesta, encontrándome con el rostro afligido de Marco.
— Lamento haberla leído, pero solo tengo esto —dijo asustado—, no me odie señorita.

Sin más palabras, él se fue corriendo mientras su mochila negra hacía ruido por los evidentes cubiertos que llevaba dentro.
Doblé la hoja sin verificar y simplemente la metí en el bolsillo de mis pantalones confiando en que Marco me hubiera entregado lo debido. Me senté en mi lugar de siempre, para luego sentir la presencia de Mishel junto a mí.

Pero ella también tenía aquella expresión de miedo, también tenía una mirada opaca y pronto comenzaba a asustarme.

— ¿Qué sucede? —dije preocupada.
Ella tomó su teléfono y me mostró la nota de prensa.
La universidad estaba en riesgo de ser privatizada, lo cual era un grave tema por el hecho de que sin ésta universidad muchas cosas no fuesen posibles. Exaltada, continué leyendo y pronto me encontré con la novedad de que algunas otras sedes habían cerrado en acción de huelga por el abuso de recursos.
— ¿Qué clase de basura es ésta? —dije molesta.
— Todos leímos esto hoy por la mañana.
Imagino que muchos están celebrando el hecho de que quizá ésta sede también deba cerrar, es sumamente preocupante porque quien pretender hacer esto, está jugando con la educación de casi doscientos mil personas.
Por suerte, las clases ese día habían transcurrido con total normalidad.
En el resto del día no había visto a Marco y Lucas parecía tener una expresión de aflicción al igual que muchos ahí.
— Marco se irá al interior —dijo Lucas—, al parecer la universidad será tomada y cerrada en acción de huelga la semana próxima y sus padres decidieron llevarlo a jornadas médicas —nos dice desanimado.
— ¿Es malo si él se va? —pregunto, porque supongo que es normal si sus padres son médicos.
— No estará para mi fiesta…
Y yo tampoco, hermano.
Pero prefiero quedar en silencio porque estoy hasta los cojones de aquel tema así que el silencio es mi mejor arma en aquel momento.
De pronto, sentí una mano en mi hombro derecho así que giré para ver: Marco.
— ¿Podemos hablar? —me pregunta.
Me puse de pie y le seguí mientras nos alejábamos unos cuantos metros. Él prosiguió— ¿Entonces sí saldrás conmigo?
— Debo trabajar, lo sabes —digo desanimada, porque mentalmente he hecho una lista de ocupaciones y ni siquiera la audición está en eso.
¿Pero porqué me desanimo? No es la gran cosa, solo sería sentarme a comer con un chico de cabellos desordenados.
Y por supuesto, mi inminente capacidad para vomitar o sentir necesidad de orinar en ocasiones no debidas.
Ejemplo: la ocasión en que debía decir la jura a la bandera. Tenía diez años y terminé vomitando sobre la directora… junto a ella estaba el alcalde, así que todo el colegio vio mi bolo alimenticio ya procesado, además de cada padre o padres de aquellos alumnos. ¡Más de mil personas!
Sí, luego de ello hasta fui reconocida por vomitarle a personas importantes.

— ¿Sabes? Tengo tu número, así que yo te llamaré cuando tenga el tiempo debido para salir.
Mentira número uno para decir “no” disimuladamente: yo te llamo.
Debo admitir que esa respuesta ha sido el maná de mi vida.
Entonces quedamos en que simplemente me llevaría al trabajo, caminaríamos y aquello me hacía sentir aún más nerviosa porque me molestaba no hablar pero a la vez me agradaba.

— Te consume la duda ¿No? —dice Mientras me da un leve golpe con el codo.
— Estar contigo es más fácil cuando no hablas mucho —digo molesta.
— Entonces te escucharé —dice animado.
— Tampoco quiero hablar.
— Entonces juguemos a verdad o confesión —dice como si la idea fuera a resolver la hambruna.
— ¿Y eso en qué consiste?
— Tú eliges verdad o confesión, entonces hago una pregunta.
— Eso es una conversación normal —digo con todo de obviedad.
— La idea sonaba mejor en mi cabeza —dice frustrado—, pero ya estamos aquí ¿Quieres conversar conmigo? —pregunta serio.
— ¿Dejarás de hablar tanto?
— Dejaré de fijar la atención en mí, usted también tiene una opinión importante, señorita.
Entonces asiento con un leve movimiento de la cabeza. Él me mira, esperando que yo haga la primera pregunta.
— ¿Cómo es tu familia?
— Oh, vamos —dice con un tono de frustración—, señorita, ese es un tema poco cómodo. Pudo preguntar sobre mi comida favorita o algo más fácil, no lo sé, como cuántos dedos tengo.
— ¿no tienes veinte o qué?
— Digo, sí tengo veinte. No sé, sólo haz otra pregunta —expresa molesto como un niño berrinchudo.
— ¿Tienes mascotas? —digo con una pizca de emoción porque los animales siempre son interesantes.
— ¿En serio? —me mira con un puchero—, tú sí que sabes confundirme —dice molesto—, tengo un loro súper odioso.
— ¿Por qué odioso?
— Porque fue un “obsequio” que le dieron a mis padres, pero ese loro es el peor de todos. Siempre hace comentarios sobre mi cuerpo, sobre mis tareas y hasta sobre la forma en que como un pedazo de pizza.
Solté una carcajada porque él hablaba como si una persona viviera en su habitación y le fastidiara todo el día. 
Yo lo siento pero me tengo que reír.
— Necesito conocer a ese loro —digo emocionada.
— No, ni loco, llamó anoréxica a mi exnovia. No tienes idea de que lío se armó ese día —dice con una mirada de horror.
— Ahora tú debes hacer una pregunta —digo para continuar.
— ¿Cómo es tu familia?
— Solo somos mi madre y yo.
— ¿Y tu padre? ¿El falleció? —pregunta con cautela.
— Creo que encontró el trabajo de sus sueños, lo que buscaba —digo mientras meto las manos en mis bolsillos delanteros—, porque no volvió.
— Oh, no debí preguntar, lo siento —comienza a disculparse—, este juego ya no me gusta.
— Marco, estamos conversando. Esto es normal —digo mientras suelto una risa.
— Entonces… hablemos de lo que nos gusta comer.
— No me gusta el chocolate y tampoco el té.
— ¿A qué clase de persona no le gusta el chocolate? —dice indignado.
— No lo sé, creo que tengo gustos muy delicados porque me empalago luego de algo poco dulce.
— ¿Cuál es tu pastel favorito?
— No me gusta el pastel —digo indiferente.
El recuerdo firme vino a mi mente. Mis primeros años de vida fueron celebrados sin un padre, aunque el colegio autorizaba una pequeña fiesta en el establecimiento, algunas niñas lo arruinaban con aquellas burlas de odio, y supongo que era odio, aún no entiendo cómo aquellos pequeños seres podían albergar tanta maldad en el alma. Sus voces tremendamente chillonas resonaron en mi mente los primeros diez años de vida hasta que me cansé y fui expulsada por romper la nariz de una de esas niñas.
Mi madre estuvo de acuerdo en que yo no pidiera disculpas para evitar ser expulsada, aquello no había sido mi culpa de cierta manera.
Una vez que le cuento el relato a Marco, él me observa con una expresión de sorpresa. Con un leve movimiento le doy a entender que simplemente no me interesa saber si le ha parecido correcto o no.
Pero él contesta:
— Me encanta tu cerebro.

Lo veo extrañada, él sonríe de lado y relajado me observa.
— No estás loca, quizá sí pero no es tan malo.
Eso dijo una de mis maestras en el jardín de niños. Tengo tantos uniformes distintos y quizá hasta he estado en el 70% de los establecimientos en este lugar porque siempre fui una niña muy extraña, víctima o rompiendo narices de pura rabia.
¿De dónde salió Polly? Ella vivía al final de la calle, así que nuestras casas estaba sumamente cerca.
Muchos niños me tenían miedo, por mi reputación violenta, mi gusto excesivo por la lectura, mi está manera de bailar… pero a ella le gustaba que no encajara en ningún lado.
¿La forma en que alguien introvertido puede hacer amigos? Algún extrovertido decide entrar a su mundo, luego de mucho esfuerzo.
Me acostumbré a reparar aquel tonto panda para que ella no llorara, cuando en realidad sólo presionaba el botón de apagado en el costado dentro del juguete. Ella decía necesitarme pero yo siempre decía que en realidad yo la necesitaba por su increíble personalidad contagiosa.
La mochila de Marco había hecho bastante ruido todo el camino y una vez que llegamos al trabajo, él directamente buscó una mesa. Se sentó y abrió uno de sus libros, un clásico por cierto, luego sonrió y siguió leyendo aquella novela de romance.
— Así que mi predicción se cumplió —dice Daniela una vez que está junto a mí.
— ¿Cuál predicción? —pregunté.
— La de tu noche de “fusi fusi” —dice mientras hace una expresión pícara.
— ¿Fusi fusi?
— La del fusilamiento, mami. Ya sabes, el calentón y duro contra el paredón.
Entonces comienzo a reír desenfrenadamente porque jamás había pensando en cuánta virginidad tengo.
— Dani, ni siquiera he besado —digo divertida.
— Eso es una vil mentira —dice mientras me señala.
— Es en serio Dani, no podría mentirte.
Ella me ve amenazante, un cliente interrumpe nuestra conversación. Decidí atender y Dani fue por algo a la cocina.
— Mientes, no puedes ser tan virgen—me dice una vez que se acerca a mí mientras le pone aguacate al pan.
— No soy la única persona así, de eso estoy segura —digo en mi defensa.
— Yo di mí primer beso a los cinco años —me presume. Shirley se acerca para luego regañarnos:
— Dejen de hablar frente a los condimentos, es antihigiénico.
— Deja de ser tan culera —dice Dani con un tono de molestia—, las personas siempre ríen cuando escuchan nuestras conversaciones —continúa para luego señalar al anciano frente a la caja. Quien nos mueve las cejas con una sonrisa pícara.
Shirley mueve la cabeza en señal de disgusto y toma uno de los recipientes de pepinillos para llenarlo de nuevo.
Levanté la vista y entonces noté que Marcó ya no estaba ahí. Tomé un limpiador y me acerqué a la mesa para quitar su huellas que de seguro estarían ahí.
Salí con el spray en mano y me dirigí a la mesa.
Cuando llegué, me percaté de la nota.
“Zombie:
Tuve que irme, perdón por no despedirme. Es una emergencia, por favor no me vomites en venganza”
¿venganza porqué?
Una vez que mi turno terminó, decidí ir rápido a casa.
Llegué quizá una hora antes, el programa del guerrero aún no comenzaba y con el cansancio siendo mi único seductor, saludé a mi madre con un abrazo de “oso”. Me quedé aferrada a ella, tan suave y con su olor característico, no podía evitar estar así porque durante tres largos días no le había visto, gracias a que le pagarían cada hora extra si se quedaba otro día. Era tanto dinero como para decir no.
— Te escucho triste —dice preocupada—, ¿Hay algo que quieras decirme?
¿Cómo le dices a tu madre que solo estás cansada de la vida pero que ella es tu motivo para vivir?
Mientras me agobiaba lentamente, un ruido como de alguien cayendo se escuchó en la segunda planta.
Mi madre y yo nos separamos; Arceus, quien dormía plácidamente en el sofá, levantó las orejas exaltado y bajó del sillón para subir las escaleras como loco. Mi madre tomo el bate y yo una sombrilla. Subimos las escaleras, con miedo pero alerta.
Revisamos la habitación de ella, la habitación de cosas varias y el baño, pero nada, todo estaba bien. Hasta que llegamos a mi habitación y encontramos todo en el suelo. Mis libros estaban bajo la librera derribada, aunque todo estaba en su lugar y ese era el único desastre. Asustada me eché al suelo mientras trataba de levantar la librera, mi madre hizo lo mismo y juntas logramos que los libros dejarán de asfixiarse con aquel peso.
En mi mente los libros se asfixian.
Ahora estaban sucios y otros habían caído mal por lo que sus hojas estaban dobladas. ¿Qué clase de monstruo había hecho esto?
Juntas levantamos la librera y la pusimos en posición vertical, ella salió de la habitación para traer algo con qué sacudir el polvo. Comencé a recoger libro por libro, recordando cuáles robaron mi corazón por primera vez.
— Te traje algo —dice sonriente cuando entra con el coco en mano.
— ¡Gracias! —digo con emoción.
Recibí el trozo de tela y comencé a limpiar para luego colocar cada libro en el orden específico. En el primer nivel de arriba abajo, están las novelas negras, en el segundo las novelas rosa, en el tercero fantasía, en el cuarto  ficción y hasta el quinto, bajo una manta vieja están los clásicos.
Los niños amaban las películas de Disney, a los siete años me había arruinado la existencia leyendo cuentos originales que había encontrado en la biblioteca de la comunidad.
Comencé a limpiarlos lentamente mientras sonreía con algo de disgusto.
— Está bien que seas diferente —dice mi madre una vez que se sienta a mi lado—, está bien que seas tú.
Acomodó mi cabello tras mi oreja y acarició mi mejilla.
— Sé que últimamente hay un chico junto a ti —dice mientras sonríe.
— No es nadie mamá —digo mientras siento que mis mejillas hierven—, ¿Cómo sabes de él?
— Soy tu madre, lo sé todo —me contesta mientras sus ojos avellana me observan fijamente.
— A veces va conmigo al trabajo o nos vemos en la universidad, no es gran cosa —contesto tratando de evitar el tema.
— La última vez que te gustó un chico, tenías doce años y luego de ellos algo pareció romperse en ti —comentó con tristeza.
— Mamá, esto es incómodo —digo mientras me pongo de pie—, tanto como mi sostén vacío.
— No está vacío —dice mientras se pone de pie junto a mí—, solo está solitario.
La veo mal, ella me abraza y da un beso en mi frente.
Decidí devolver la lista a el maravilloso diario, el cual sí estaba ahí. Una vez que la abrí, con la idea de leer de nuevo todo aquello que un día decidí estando cansada de todo lo que alguna vez pasé… la lista era falsa.
“Zombie:
Si quieres recuperarla, tendrás que cenar conmigo mañana.”
La arrugué molesta, no era nada complicado el simple hecho de devolverla.
Me desperté por el horrible ruido de dos gatos haciendo gatitos en mi balcón. Molesta, con las babas aún mojando la comisura de mis labios, me puse de pie y fui hacia el balcón para espantarlos. ¿Dónde está Spike? Se supone que él es la seguridad en ésta casa.

Aún molesta, traté de ordenar las macetas porque hasta eso habían tirado aquellos gatos con la temperatura alborotada.

Entonces me detuve y vi el cielo, eran las cinco en punto por lo que aún no amanecía. Pronto lo haría y sería hermoso. Así que fui por aquella cámara vieja con el lente dañado y apunté. La peculiaridad de aquella cámara es que no funciona del todo bien, entonces recibe la luz de otra forma que permite fotos inusuales.
Lo inusual es más llamativo.
Primero fueron dos, luego tres y cuando sentí ya habían pasado treinta minutos entre fotos y capturas extrañas.
Me alisté para salir, cuando bajé a desayunar noté cierta preocupación en el rostro de mi madre.
— ¿Qué tienes? —pregunté.
— Anoche, cuando te quedaste dormida y te envolví con una cobija, una ambulancia vino por la señora Germina —escupí el chocolate que a penas había tocado mi paladar.
— ¿Está muerta?
— Espero que no —dice mientras continúa embarrando mantequilla de maní en la tostada.
Me senté en el desayunador para tratar de distraerme con alguna noticia en el periódico  y solo conseguí ahogarme con el chocolate.
Terminaré saliendo de casa, también en ambulancia, si sigo sorprendiéndome así.
“Cierre de la Universidad Central”
¿es acaso una broma?
¿Por qué me entero siempre al último?
— Nadie me llamó para avisarme sobre esto —digo desanimada mientras se me revuelve el estómago.
— Dramática, dijiste que pondrías tu teléfono en modo avión para no distraerte al estudiar —dice mi madre mientras niega divertida.
Tomé mi teléfono y muy avergonzada confirmé lo que ella había dicho. Pronto los mensajes de Mishel comenzaron a entrar como una tormenta, parecida a la que se llevó mi ropa interior la semana pasada.

— Carajo —susurro molesta.
— Hey, nada de groserías —dice mi madre con un tono amenazante mientras me señala con el cuchillo.
— Pero tú a veces las dices —trato de justificarme.
— Sí, pero soy tu madre —contesta de la misma forma. Padres y sus habilidades secretas.
Una vez que me despido de ella, decido salir de todas formas para asegurarme de que todo esté bien. Luego de llamar a Mishel fui informada que desde temprano la huelga había comenzado exigiendo la liberación del campus.
Corrí como loca para tratar de llegar lo más pronto posible.
Hasta que mi tobillo tuvo la gracia de hacer una flexión que ni yo sabía que podía hacer sin romperse y caí de rodillas sobre un charco.
“ ¡Carajo, carajo, carajo! “ grité con furia. Al menos mi madre no estaba aquí para regañarme.
— Vaya boca tan sucia —escucho la voz de Marco—, pero no tan sucia como tu ropa —dice mientras se pone de rodillas para ayudarme a levantrame.
— Ya sé, solo no le digas a mi madre —digo molesta.
— Mi loro se refiere a mi vecina como “la zorra rosa”, no tienes idea de cuántos problemas me ha causado —confiesa mientras sujeta mi antebrazo y juntos nos ponemos de pié.
— Deberías añadirlo a la lista de cosas que tenemos en común: no tenemos buenas relaciones con nuestras vecinas.
Y era cierto, mis vecinos siempre evitaban invitarme a las fiestas de cumpleaños de sus hijos. Aunque no los culpo, desde que le prendí fuego al cabello del payaso que la señora Germina contrató para animar la fiesta de su hija, nadie me ha invitado a otra fiesta en la comunidad.
— Añadiré que también somos torpes.
Y vaya si no, comenzamos a caminar juntos. Con la idea de llegar para al menos saber por cuántos estaríamos así o si podíamos apoyar en algo.
— YSigo vivo —dice mientras se toca el cuello—, creí que ya estaría muerto o al menos castrado.
— Igual no saldré contigo, por tramposo —digo molesta. Al menos tampoco verificó la otra zona de su cuerpo.
— Está bien —dice, para luego verme con cierta tristeza—, ¿qué puedo hacer para que salgas conmigo, señorita?
Condición #16
Si alguien desea salir conmigo, deberá demostrar un interés sincero, los sentimientos efímeros están de sobra.
— Quizá ya deberías saberlo, tuviste la lista en tus manos.
— En realidad, supe lo de los libros por una pedazo de esa lista —confiesa—, es todo.
— ¿O sea que no sabes nada de mí? —pregunté incrédula.
— Solo que jamás has leído algo erótico —dice burlista—, además de que eres muy misteriosa.
— Soy muy virgen, ya sé.
— ¿Ya diste tu primer beso?
Negué en respuesta, a lo que él me vio concierta ternura. Como si fuera una niña.
— ¿Cómo sueñas que sea?
Lo vi confundida porque nunca me había detenido a pensarlo específicamente.
— No lo sé, no pienso en eso —dije indiferente.
— ¿Por qué no? Hasta he imaginado mi boda —dijo sonriente.
— ¿Los chicos piensan en bodas y compromisos?
— Bueno, al menos yo sí —dice apenado.
Sonreí divertida, él era diferente.
Cuando cruzamos la esquina, vimos los cientos de personas ahí paradas, gritando y haciendo todo el ruido posible.
Me detuve e intenté llamar a Mishel, ella no contestó por lo que Marcó comenzó a llamar a Lucas, pero tampoco respondió.
— ¿Nos quedamos o prefieres ir y ver una película conmigo? Es obvio que no habrán clases.
— ¿Cómo una cita?
— Si usted quiere —dijo mientras se iniciaba hacia mi con una sonrisa coqueta.
— Y no quiero —me quité y comencé a caminar de regreso.
Él me siguió, así que la decisión fue: ir a su casa. Porque diez minutos después, Lucas le había dicho que el turno de la facultad de medicina sería mañana así que por ahora era mejor que comenzaran a hacer tareas en casa y recibir las clases en línea.
Decidimos tomar el transporte público, por lo que nos separamos al quedar en lugares muy distantes.
Una de las veces que giré para verlo… él ya me estaba viendo.
Y en vez de sonreír como alguien normal, hacía gestos tan ridículos que no podía evitar reír.
De nuevos nos unimos para dirigirnos a su casa y por lo que sé, sus padres lo dejan solo por las jornadas que organizan.
— ¿Ésta es tu casa?
Pregunté asombrada, porque estamos en un país tercermundista y debo tener en cuenta que esta zona de la ciudad es para personas de mucho dinero. Incluso los narcotraficantes se escudan aquí.
— Sí.
Le seguí al ingresar, él empujó mi quijada una vez que entramos para que dejara de asombrarme y evitar que tragara una mosca.
— ¿Vemos una película? —me pregunta sonriente.
Acepté indiferente mientras tomaba asiento en el sofá de su lujosa sala. Él se acercó con dos documentales, una película de terror y otra de romance.
— Elige —dijo luego de colocar los Blu-ray en la mesa.
¿Qué esas cosas no estaban extintas?
— Decide tú.
— No, eres la invitada —dijo necio.
— Pero no sé tus gustos —dije en mi defensa.
— Y tampoco sé los tuyos —me contesta de la misma forma.
— Entonces el documental sobre el asesinato —dije mientras señalaba molesta.
— Bien, entonces el bendito documental —dice molesto para luego tomarlo y levantarse para ponerlo.
Permanecimos en silencio mientras soltábamos risillas culpables.
Él fue hacia una puerta en el muro y al abrirla pude notar algo:
Es un nerd.


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