Capítulo 1:

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"El comienzo de la historia"

A las afueras de la Aldea de Konoha y oculta entre el frondoso bosque, una pequeña casa de estilo tradicional se alzaba entre la espesura de los árboles resguardando en su interior a una pequeña niña de singulares ojos morados.

Esa mañana, en particular, la pequeña se había despertado mas temprano que de costumbre y ahora se dedicaba a envolver con esmero la cajita de su almuerzo para llevar. En su pecho, una ligera sensación de alegría y euforia se extendía dando paso a una mueca de felicidad en su rostro.

Deslizó el último nudo y bajó con cuidado del banco para por fin ponerse en marcha.

Se dirigió a paso ligero hacía la entrada de su casa y abrió con suavidad la puerta cerrando los ojos al sentir la fresca brisa matutina sobre sus mejillas. Sus pequeñas orejas se volvieron frías y un escalofrío puso a sus cabellos de punta indicando que no era una buena decisión seguir tomando duchas por la mañana. No amenos que quisiera pescar un resfriado, y esa era una muy mala idea.

En menos de pocos segundos, deslizó las mangas de su chaqueta negra por sus brazos sintiéndose relajada por el cálido abrigo que aquella prenda le brindaba.

Agradeció en silencio siempre tener cerca una chaqueta y se encaminó hacia afuera como ya tenía planeado.

-Una ligera llovizna llegará en algunas horas así que no habrá necesidad de alimentarlas hoy, pero no se preocupen, terminará antes de que llegue así que no regresaré empapada -vociferó en voz alta al pasar por el jardín y saludar a sus amigas. -Nos vemos luego, adiós.

Una corriente de aire agitó los pétalos de los capullos simulando una despedida de su parte.

A consecuencia de vivir sola y en un bosque, la soledad formaba parte de su día a día y el deseo de formar lazos con los demás era latente. Pero el tener que caminar varios kilómetros para llegar a las civilización más cercana arruinaba sus planes, así que sus preciadas flores parecían ser la única opción mas adecuada para fraternizar.

Ellas se encontraban cerca todo el día, eran lindas, coloridas, y por supuesto, sabían escuchar muy bien. Aunque claro que por desgracia no eran parlanchinas todo el tiempo (de hecho nunca), pero para eso podía contar con la compañía de su amigo Yuta, un lindo oso pardo que solía visitarla de vez en cuando para jugar.

La vida de la pelinegra consistía en despertar temprano para preparar su desayuno, practicar un rato, cuidar sus plantas, atender sus propias necesidades básicas y salir de vez en cuando a dar una caminata por el lugar. Una rutina bastante normal para una persona que vivía sola, pero de seguro nada adecuada para una niña de ocho años. Aveces Harumi se consideraba una persona rara por eso. Aunque, ese día, si el evento marcado en su calendario se llevaba acabo con éxito, sin duda sus penas acabarían muy pronto.

Aceleró el paso con más ánimo imaginando las distintas posibilidades que le esperaban una vez llegara a la aldea de la hoja. Llevaba varios meses tratando de imaginar de distintas formas como sería el momento pero su mente no parecía poder decidirse por un solo escenario. Y eso aunque le resultaba algo frustrante, era igual de agradable para pasar el tiempo.

De esa manera continuó pensando en ello por un buen rato, hasta que el sonido de voces llegó a sus oídos sacándola de su ensoñación.

Levantó la mirada despacio encontrándose con los guardias de la puerta frente a ella y no pudo evitar que un semblante sombrío reemplazar la cara de felicidad que hasta hace unos momentos lucía en su rostro.

-¡Buenos días Harumi-chan! -una ninja de aspecto amable y cabello castaño la saludo en la entrada con entusiasmo.

La pequeña asintió sin ganas y pasó por un lado de ella sin decir ni una palabra.

-Deberias dejar de hacer eso, Kora -habló fastidiado su compañero en turno. -Nunca te responde y lo único que logras es verte como una tonta.

-¡Eso no es cierto! -exclamó con enojo para después calmarse al ver cómo la pequeña se alejaba sin darle importancia. -Es solo que,.. Creo que Harumi-chan es algo tímida.

Su compañero puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

-Mhm, lo que tu digas.

Una pequeña sonrisa apareció entre sus labios al ver a la pequeña pelinegra partir. -Ten un buen día en la academia, Harumi.

Sus palabras susurradas se perdieron en el viento sin ser escuchadas, igual que la linda chica de ojos morados.

(...)

-¡Eso fue muy vergonzoso!

Sosteniendo su cara roja, Harumi se encontraba oculta tras un árbol tratando de sobre llevar su vergüenza.

Es inútil.

Pensó para sus adentros, pues cada intento e iniciativa que daba por socializar con alguien, era arruinado por su horrible cara larga.

Harumi dejó salir un suspiro y se deslizó lentamente para dejar su cuerpo caer sentado sobre la tierra.

Su pequeño problema pronto se convertiría en un asunto grande si no lo controlaba bien ese día, y solo de pensar en ello una ola de tristeza embargaba su pecho.

Tal vez, su destino era pasar toda su vida sola, haciendo creer a las personas que era una amargada, viviendo su infancia apartada de la civilización y siendo amiga de sus plantas junto a un oso parlante eternamente.

¡Por supuesto que no, eso sería demasiado lamentable!

Tomó impulso y se levantó de un salto del suelo.

-¡Nunca puedes rendirte sin antes haber dado todo de ti! -una resplandeciente sonrisa apareció en su rostro al recordar aquella frase -Será mejor que siga tu consejo.

Apretando su collar con fuerza dio un gran respiro y se dirigió hacia el lugar donde recordaba era la academia.

Muy bien primer día, ¡Aquí voy!

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