Formó un puño con su mano, logrando apretar con todas sus fuerzas el collar de plata de su madre, lágrimas salían incontrolablemente de sus ojos, como la odiaba. La abandonó. Sólo quería transformarlos a ella y a sus hermanos en vampíro, sólo eso quería y después sólo se marchó como si nada, como si no necesitaran su ayuda.
—Rebekah— llamó su hermano, Elijah Mikaelson—. Madre quiere que bajemos todos a comer.
Miró el collar que le dio su madre antes de preparar todo para irse de allí. Desvió su mirada del collar y miró a su hermano, asintió.
—Claro— respondió—. Dile a madre que ya en un segundo bajo.
Asintió y le sonrió—. Claro Rebekah, ya se lo digo.
Su vestido bajó, rozando con sus rodillas y piernas, hasta llegar a rozar el suelo de madera. Cepilló su melena rubia y ondula, ante el espejo sólo se veía; Rebekah Mikaelson. Una de los cinco hermanos del vampíro híbrido más conocido de la historia, Niklaus Mikaelson. Hermana rubia, de tez color media pálida, ojos muy oscuros, hasta se podrían decir que son negros y cabellos ondulados.
Tendría que ir al "funeral de su madre". Aunque en realidad ella no estaba muerta, estaba viva pero en el otro lado. Tendría que asistir sí o sí, para que todos creyesen que su madre en realidad estaba muerta y no sospechasen nada sobre lo que en realidad sucedió.
No paraba de llorar, ¿cómo su madre la podía dejar de esa manera? Sí ella sabía las consecuencias de hacerlos vampíros, pero igualmente los hizo. Los abandonó.
—¿Se puede pasar?
Levantó la mirada y pasó sus dedos rápidamente por sus ojos, echando cualquier lágrima que se notara, no quería que la descubriesen llorando por su madre, ya que ella no se merecía sus lágrimas y sus penas, pero igual las tenía.
—Sí— contestó, mientras veía como la manilla se movía y la puerta se abría dejando ver la silueta de su hermano—. ¿Qué sucede?— preguntó, enarcando una ceja, se preguntaba porque su hermano tenía esa mirada tan sombría.
—Tenemos que hablar.
Sus tacones resonaban cada vez que los apoyaba en un escalón, el lugar del funeral era impecable. Los asientos de madera relucían, el piso de mármol blanco brillaba debido a la luz solar, la bella alfombra roja y suave, decoraba aquel vacío suelo. Sus hermanos, su padre y su tía.
Todo el mundo lucía hipócrita, aunque lo eran, nadie sufrió por la muerte de su madre en realidad. Esas miradas tristes, esas lágrimas, esos sollozos, esas cabezas apoyadas en el hombro de otros mientras sollozaban o lloraban y esos abrazos, eran falsos. Esas acciones no justificaban sentimientos verdaderos, justificaban falsedad.
Frunció el ceño levemente—. ¿De qué tenemos que hablar?
—De ti.
—¿De mí?— Preguntó, auto-señalándose. Elijah Asintió—. ¿Por qué de mí?
—No creas que no me doy cuenta— dijo directamente—. Ya te he visto varias veces llorando y viendo el collar de madre. Y no creas que tampoco no me he dado cuenta que no estás tomando nada últimamente— le lanzó una bolsa de sangre que mandaron a donación.
La abrió y empezó a tomarla hasta quedar vacía. Se sentía satisfecha, por fin su ansia de sangre desapareció.
—No he podido superar lo de madre. Es inútil no llorar por ella, es inútil no olvidarla, porque es imposible.
Sus piernas danzaban rectamente hacía delante, mientras se dirigían hacía el altar, dónde debía decir dichas palabras por la muerta de Ethel, su madre, como se hacían en todos los funerales.
Sonrió. Apoyó sus palmas en la madera del altar y se acercó al micrófono, dispuesta a empezar a dar su discurso.
—Lo sé, Rebe— rodeó sus brazos por los hombros de Rebekah, atrayéndola hacía él—. Lo comprendo, lo hago perfectamente.
—No, no lo haces Elijah— respondió, soltando un sollozo al final—. Si lo hicieras estarías soltando lágrimas, como yo. Pero no lo haces.
—En realidad no sabes si lo hago. Nunca sabes lo que siento, así que no puedes justificar como me siento sin siquiera saberlo.
Se alejó del altar y se fue corriendo de allí, necesitaba respirar aire fresco, se sentía ahogada con sus propias lágrimas y su propio nudo en la garganta. Había abierto viejas heridas que había intentado cerrar desde hace tiempo, heridas que no sanaban tan fáciles como una simple cortada en la espalda.
—Padre me odia, Klaus me odia porque por mí culpa fue acosado por un fantasma por 50 años y...— se silenció, intentando agregar algo más, pero no sabe que más agregar.
—Rebekah, padre tendrá que superarlo sos su hija, no puede pasar toda su vida odiándote por algo tan insignificante. Ya pasaron 10 años de lo que le pasó a Klaus, él podrá superarlo, después de todo no te puede odiar por toda la eternidad— la abrazó y apoyó su barbilla en la cabeza de Rebekah—. Rebe, nadie te odia. Deja de andar desperdiciando tus lágrimas en cosas tan insignificantes y en personas que no valen la pena, ya que no merecen tus lágrimas.