Los rayos del sol resplandecían cada parte de su rostro, sus zapatos pisaban el pasto de hace quince días y su afilada espada de plata rozaba con cualquier hoja u flor marchitada o recién nacida.
Su única mano libre sostenía su bolso, que contenía; el agua, sus ropas y obviamente la leyenda que él estaba buscando. La famosa leyenda del Dragón de Oro, la famosa leyenda que nunca fue encontrada por ningún humano y que ahora es la búsqueda de el joven y campesino; Pierce Lennon.
Dando un suspiro de cansancio sacó una botella de agua, la destapó tan rápido como la bebió. No podía rendirse tan fácilmente, tenía que demostrarles al pueblo que no por ser joven no podía llegar a descubrir cosas que nunca fueron descubiertas, cosas que nunca se encontraron un significado para ellas, cosas que nunca fueron vistas.
Guardó la botella en el bolso y siguió su largo camino.
Bajó más su sombrero, los rayos del sol se volvían más molestos con cada día que pasaba, él no tenía idea de como podían llegarle tantos rayos de sol cuando en aquel bosque estaba todo cubierto de altos y grandísimos árboles.
Sacó la hoja en donde se encontraba la leyenda escrita en una hermosa letra cursiva.
—El poderoso Dragón de Oro habita en la gran isla de Komodo hace más de 50 años — leyó para él mismo —; así que aquél dragón existió desde 1801 hasta ahora, 1869 — murmuró —. Así que eso me da chance de poder encontrarlo y verlo por mis propios ojos — sonrió.
Plegó elegantemente la hoja y la guardo con sutil delicadeza para que no llegase a arrugarse, ya que la letra fue escrita con tal suavidad, y por culpa de cualquier arruga en el papel o un mal plegamiento la letra puede llegar a no verse claramente. Así que mejor Pierce intenta no pasar por eso y guarda delicadamente la mediana hoja.
Sigue caminando y se promete a él mismo que intentará no interrumpirse más por cualquier tontería.
Mientras camina mira sus uñas con cierto desinterés y saca la sangre seca que se le juntó por haber matado a aquel pescado que se tuvo que comer para no pasar hambre.
Con cada pisada que da por encima del pasto seco oye un ruido que proviene de detrás de él, pero cuando se voltea no hay absolutamente nada, sólo pasa una brisa fría y que le da escalofríos por toda su espalda.
Muerde su labio inferior con delicadeza, se encuentra nervioso, odia no poder ver la cosa o el ser vivo que lo está siguiendo, ya que eso lo pone realmente ansioso y eso es algo que relativamente odia.
Agotado de haber caminado por horas se detiene y cae rendido sobre el pasto y apoya su cabeza contra el gran tronco.
Aunque no se lo permita, cierra sus ojos, dejando que sus pestañas inferiores se mezclen con las posteriores, quedando completamente dormido.Al abrir sus ojos encuentra a una mujer enfrente suya, aquélla mujer tenía un largo vestido azul oscuro que contrastaba con su blanquecina piel, aquella mujer estaba de brazos cruzados, mirándolo completamente seria, como si lo estuviera asesinando con la mirada.
—Largo de aquí — demandó la mujer, dejando completamente atónito a Pierce —. No tienes nada que hacer aquí, tú no perteneces a éste lugar.
—No me iré — hizo caso omiso a lo dicho de aquella mujer y se levantó agarrando su bolso y acomodando su sombrero—; no hasta que descubra lo que nunca fue descubierto.
La mujer lo siguió viendo, pero ésta vez no demandante, sino irritada y furiosa.
—¡He dicho largo de aquí! — gritó fuertemente, logrando que el piso se quebrará, como si tan sólo se tratará de hielo.
Pierce se tambaleó, mientras veía como cada árbol, como cada planta y como cada flor caía al vacío. Suspiró de alivio no ser él el quien cayó al vacío.
—¡Yo no me iré de aquí tan fácil! — exclamó Pierce, con los puños apretados —. ¡No me iré dejando que todo mi pueblo se burle de mí por ser tan absurdo por defender a los jóvenes! ¡No dejaré que ellos piensen que un joven no puede descubrir una leyenda que nunca fue descubierta por ningún hombre!
La mujer simplemente rió y empujó a Pierce al vacío, pero él logró agarrarse antes de caer, aunque no sabía si sus manos iban a soportar por mucho tiempo.
La mujer se puso de cuclillas frente a él y le sonrió burlonamente.
—Haber niño — agarró fuertemente la mano de Pierce para que no cayera —; en éste mundo los significados que nunca se han encontrado, no existen. Las cosas que nunca fueron vistas por el ser humano, no existen. Las cosas que nunca fueron descubiertas, no existen.
—¿Por qué? — Pierce frunció el ceño levemente.
—Porque todo lo que dicen son leyendas y bueno... — delinea el pulgar del muchacho con sutil delicadeza —. Simplemente las leyendas no existen — le sonríe por última vez, soltando su mano y dejándolo caer suavemente, como si de una pluma se tratase.