Prologo

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Por Yolanda Navarro, escritora de Rassen.

Alguien dijo una vez que la vida es solo el preámbulo a la muerte. Quizá sea esta la única certeza entre las respuestas a las cuestiones que nos plantea nuestra existencia, y el único aliciente que nos empuja a enfrentar nuestro destino con valentía.
Pese a quien pese, desconocemos si habrá una oportunidad futura para redimirnos de nuestros errores; para recuperar aquel tiempo que perdimos, para sanar los corazones que rompimos o para replantar las flores que no dudamos en pisotear.
Intentamos llevar una vida saludable, establecer relaciones afectivas, mantener nuestra alma limpia, nos ponemos el cinturón de seguridad cuando subimos al coche y miramos recelosos a los extraños. A pesar de todas estas precauciones, que nos ayudan a mantener la ilusión de que podemos controlarlo todo, no podemos evitar que el destino caiga sobre nosotros con todo su peso. Ni siquiera podemos prever con exactitud las consecuencias de las más insignificantes de nuestras acciones.
Fantaseamos con la idea de que lo que nos ocurrirá no está escrito, de que nuestro futuro es algo moldeable, y nos centramos en diseñar una estrategia de vida que nos ayude a avanzar con paso seguro sobre el tablero de juego. Y es que realmente eso es la vida; un juego en el que las reglas están en constante cambio (y ni siquiera son las mismas para todos).
Mientras jugamos, nos enfrentamos a nuestros propios demonios y a los demonios ajenos. Cada pequeño avance supone acortar distancias, con la fortuna o con la desgracia, con la luz o con la oscuridad, alternativamente, pero siempre con la Parca.
Es fácil deducir pues, que nuestro premio no nos esperará al final como en cualquier juego ordinario. Debemos recoger nuestras ganancias durante el duro camino; amor, amistad, experiencia, lealtad y honor, a cambio de de todo el veneno que irán vertiendo sobre nosotros nuestros enemigos, a veces inidentificables, a veces disfrazados de amigos.
Probablemente nuestra historia, como la de los grandes héroes mitológicos, está sellada desde el primer momento en el que abrimos los ojos. O tal vez solo sea un pasaje más en algún libro polvoriento, plagado de miles de historias igual de insignificantes. Sea como sea, no podemos cambiar esa realidad, pero podemos vivir con intensidad cada instante de nuestra aventura, sentirnos privilegiados por el simple hecho de ser jugadores y llegar al final, que no meta, exhaustos, con la sensación de no haber dejado nada a medias y con el bagaje suficiente como para guiñarle un ojo a nuestra amiga de la guadaña y pedirle la revancha. ¿Jugamos?

El Susurro Del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora