2. Lo que la luna ata

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Nara

—¿Nara? ¿Todavía estás despierta? —preguntó mi papá cuando me encontró en el invernadero de nuestra casa a las tres de la mañana, la víspera del gran día.

—No, recién me desperté. Tuve una pesadilla y vine a tomar un poco de aire fresco —respondí, llevando mis rodillas y rodeando mis piernas con mis brazos.

A mi lado, Homero se acurrucó cerca de mí para proporcionarme algo de calidez. Aunque ya estábamos a principios octubre, las noches aún eran un poco frescas a las afueras de la ciudad. Pero las luciérnagas y grillos ya comenzaban a visitar a las plantas el invernadero, al igual que los molestos mosquitos.

—¿Querés hablar sobre lo que soñaste? —preguntó tímidamente mi papá, sentándose en el banco junto a mí.

Había soñado con aquel cazador, mi... mi alma gemela. El mismo sueño de siempre. Un gran mar, nosotros y una luna roja en el cielo. La misma luna que nos había unido para la eternidad.

—Sabés que no, pa —respondí en cambio.

—Sé que es difícil. Lo sueños, la profecía... Las almas gemelas —agregó mirándome de reojo—. Sé que todo esto es injusto.

—Es una completa mierda, papá.

—La boca, Nara —me regañó como siempre.

—Perdón —dije sin lamentarlo realmente, como siempre.

—Pero tenés razón, lo es —contestó luego de un momento y nos quedamos un largo rato en silencio.

Era agradable estar así. Simplemente los dos, sentados en un banco del invernadero, con su brazo envolviéndome y el suave latido de su corazón arrullándome.

Y aun así...

—¿Estás seguro que lo de mañana es una buena idea? —pregunté en voz baja, con miedo de lastimar los sentimientos de mi papá.

—No hay mejor época para una boda que en medio de una guerra —respondió con una sonrisa pícara.

—Eso dijo Yem —lo acusé y pensé por un momento en sus palabras—. Me pregunto si tiene razón.

—A pesar de cómo se ve, Yem es un hombre sabio. Ha vivido mucho. Si alguien aquí sabe sobre guerras y amor, es él —dijo con una sonrisa nostálgica y agregó con más humor—. ¿Sabías que estuvo casado como cinco veces?

—No me extrañaría —exclamé antes de volver a ponerme seria—. Pero Yem es Yem y vos sos vos. Nocta, el Concejo, la muerte del abuelo y ahora tu casamiento con Esther. ¿No será mucho?

—Sé que parece precipitado —dijo—. Pero todo lo que pasó es justamente lo que me hizo darme cuenta de que nuestra vida puede irse en un abrir y cerrar de ojos. Si llegara a pasarme algo...

—Papá...

—Lo sé, nadie quiere pensar en la muerte, bebé. Pero esta existe. Y si llegara a venir a buscarme pronto...

—O dentro de mucho —agregué.

—O dentro de muchos años —se corrigió—. El caso es que no quiero que la muerte me encuentre arrepentido de mis decisiones. Quisiera que, en el mejor de los casos, me encuentre viejo y rodeado de las personas que amo. O en el peor, luchando por protegerlas. Y esas personas te incluyen a vos y a todas tus hermanas, mis nietos y mis compañeros. Y también a Esther.

—Papá, ¿qué se siente estar al fin con tu alma gemela? —le pregunté, intentando ocultar mi expresión detrás de una cascada de cabello oscuro.

—Se siente... se siente como ir a la deriva y al fin llegar a tierra firme, a un lugar seguro —respondió sin poder ocultar el incipiente rubor de su rostro y orejas—. Se siente como encontrar el lugar al que perteneces. Se siente paz.

La chica sangre de luna - Arcanos 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora