Bermellón

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—Estás obsesionado con eso ¿sabes?— El tono burlesco en su voz no amortiguó el cariño asfixiante que llegaba a mis oídos como suaves algodones, era algo tan banal pero a su vez tan poético el sentir mi ser siendo consumido por su voz profunda y fresca como el mismísimo océano.

Lo miré, miré como su cabellera rizada bailaba suavemente por la ligera brisa del aire que nos cubría y como los faroles que tenía como ojos brillaban por la luz del intenso sol. 

¿Cómo no mirarlo? Si parecía que irradiaba luz propia y que sus hoyuelos al sonreír me invitaran a imitar la acción jovial de sus mejillas al expresarse hacia arriba junto con las dos lineas carnosas llenas de ambrosía que tenía por labios.

Cómo no mirarlo, si me he dedicado cada día a hacerlo meticulosamente.

—Sí, estoy enterado de ello— Murmuré secamente, inclusive si quise decirlo con tono aterciopelado simplemente no pude, las palabras tajantes abandonaron mi boca antes de siquiera pensar una respuesta más amable y simplona.

Pero él, en vez de retirarse lentamente con andares incómodos y torpes, río suavemente y me miró: —Louuuu trátame con más amor, le haces daño a mi corazoncito.

Un atisbo de sonrisa se adueñó de mis expresiones inconscientemente. Sólo él podía hacer que mi rostro hiciera cosas que no hacía regularmente. Él, con su manera infantil de dirigirse a mí y sus pies que jugaban torpemente cuando creía que nadie lo miraba, nadie más que él podía traer tanta calidez con su simple presencia.

Él, que en realidad se llamaba Harry, me miraba desde el otro lado del cercado de mi jardín delantero como lo llevaba haciendo desde hace ya varios meses. A veces la rutina cambiaba y me observaba desde una silla acolchonada situada en mi porche, pero siempre se trataba de ese rizado con camisas de vestir de pulcro blanco con las mangas arremangadas hasta sus codos, sus brazos cruzados y barbilla sobre la palma de una de sus manos, con la mirada verdosa y suave sobrepuesta en mi espalda barnizada por el sol de la tarde mientras arreglaba mis flores.

Aún no entendía por qué le intrigaba tanto mirarme mientras sacaba hierbas malas de mi jardín, pero tampoco se lo cuestionaba. Tenía miedo de que en cuanto le preguntara el por qué viene cada tarde simplemente dejara de hacerlo.

—Tengo algo para ti, Lou—Soltó sin más tomándome por sorpresa, lo miré mientras hurgaba en el bolsillo de sus pantalones negro azabache de vestir—Sé que te encantará, al menos a mi me encantaron, me recordó a ti en cuanto las vi.

—¿Las viste...?—Susurré intrigado mientras tallaba con mis guantes de jardinería el sudor de mi frente, me incorporé para intentar ver qué tanto buscaba el ojiverde en sus bolsillos. Empecé a especular lo que sería, pensé en unos botones por alguna razón aparente y quizá en algún llavero con una figura infantil, o tal vez eran unas...

—¡Ajá, aquí están traviesas!—gritó el rizado extendiéndome una bolsa pequeña de papel color bermellón, lo miré con curiosidad y su rostro me recibió explotando en una enorme sonrisa entusiasmada— Son semillas de claveles. Claveles color bermellón, tus favoritos.

Estaba seguro que mis mejillas igualaban al bonito papel que cubría las semillas. Semillas. Harry me había regalado semillas de mis flores favoritas.

—Oh, harry...—Cubrí mi rostro con mis antebrazo cuando ya no pude más con el sonrojo enorme que se apoderó de mi, hasta ahora, inexpresiva cara. Reí temblorosamente mientras me acercaba para agarrar la bolsa.

Mi reacción era un poco tonta por un regalo que le puede parecer simple a cualquiera, pero Harry estaba dándome algo que a la larga se convertiría en una de mis cosas favoritas en el mundo y eso no dejaría de ponerme feliz durante los próximos meses quizá.

No te quiero (a ratos) 【𝔥𝔞𝔪𝔬𝔫𝔠𝔦𝔩𝔬𝔲】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora