- sinful

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Renjun llegó envuelto en una bruma de humo negro y chispeante fuego a su alrededor, fuego infernal que resistía la suave llovizna de la mañana fría en Seúl.

Llegó a mitad del otoño, impaciente y siendo recibido por un espectáculo digno de admiración. Nubes grisáceas dándole el tono blanquecino y tranquilo a la agitada ciudad, con gotas suaves rociando las calles perezosamente. No había sol que quemara su blanca piel, y los humanos vistiendo abrigos oscuros le resultaban fascinantes.

Vestido de negro completamente, atuendo que resaltaban la palidez de su piel, Renjun caminó por las lluviosas calles, disfrutando un poco del ambiente terrenal antes de encontrar su objetivo. Pese a que los humanos no podían verlo, todavía se sobresaltaban ante la sensación invisible de su aura intimidante y mirada penetradora, sentían su piel erizarse y una brisa gélida congelarles los huesos, como si pudieran percibir el terror de las tinieblas.

Entonces pudo sentirlo más cerca, Renjun levantó la mirada y le vio por fin, sentado en el techo de un edificio barroco, con las piernas largas colgando de una de las esquinas. El demonio quiso desvanecerse y ascender hacia él, pero el deseo creciendo en su pecho le orilló a relajarse primero antes de convertirse en bruma ennegrecida.

Subió entonces hacia donde él se encontraba, en la azotea, donde le recibió una brisa helada que endureció la piel de su rostro; sin embargo, no le molestaba. Su amado tenía algunos mechones color chocolate al aire, vestido de blanco y resaltando su piel morena.

Siempre eran tan opuestos.

—Ya me extrañaba que no aparecieras aún.

—Sé que me extrañaste, siempre lo haces ―murmuró con descaro.

El moreno sentado giró el rostro, su mirada apacible hizo temblar el corazón del hijo del infierno. Torció una sonrisa calmada y se levantó con las manos en los bolsillos de sus pantalones. Las mangas de su suéter de lana casi brillaban con el ligero destello del sol que se colaba a través de la primera nevada de ese año.

Ellos no eran como los otros demonios, ni como los otros ángeles. No eran como Jaemin y Jeno en el infierno, tentando a otros y a ellos mismos en un juego infinito del que se alimentaban a diario en su propia eternidad; tampoco eran como Mark y Donghyuck en el paraíso, revoloteando entre nubes de algodón y jardines soleados como si tuvieran el infinito entre sus alas.

Ellos no eran así.

Ellos estaban prohibidos.

Renjun recuerda haberlo visto cuando era solo un ángel novato del ejército de Dios, les habían enseñado que los ángeles debían ser puestos fuera del camino, y que eran molestos como insectos zumbando en el oído, pero el verle abatido en la cornisa de una iglesia le hizo justificarse a sí mismo diciéndose que se trataba de mero morbo, y que alguien tan débil como él no podía resultar peligroso.

Se había equivocado tanto.

Yukhei se convirtió en su condena más dulce desde el primer día que posó su mirada sobre él.

—Siempre te extraño, Renjun —sonrió antes de tomarle de la cintura y atraerlo en un suave beso que podía destruir la fuerza más poderosa en el universo.

Pese a que faltaban unos meses para las pascuas, se las arreglaron para encontrarse antes de temporada. Sus corazones ardientes se llamaron sin dar tregua, y los latidos furiosos solo encontraron alivio al momento que se sostuvieron el uno al otro, bajo los primeros copos de nieve, compartiendo un beso que originó chispas de fuego entretejidas en perlas.

―Te necesitaba tanto ―confesó el bajito luego de separarse solo para mirar al ángel a los ojos―. Siempre lo hago.

No era la primera vez que se besaban, pero sí que era nueva la sensación de las alas blancas envolviendo su cuerpo demoniaco, como si buscara protegerlos a ambos del exterior, de cualquier vigilante que pudiera pasar por ahí o percibir sus auras. Renjun se dejó hacer cuando Yukhei lo sostuvo con mayor vehemencia y lo tomó en brazos como si fuera un pequeño muñeco de porcelana, alejándose de aquella terraza hacia dirección desconocida.

Chasing an angel | lurenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora