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Christian sigue conduciendo junto a unas casas de madera de planta baja
bien conservadas, donde se ve a niños jugando a baloncesto en los patios y recorriendo
las calles en bicicleta. Las casas están rodeadas de árboles y todo tiene un aspecto
próspero y apacible. Quizá vayamos a visitar a alguien. Pero ¿a quién?
Al cabo de unos minutos, Christian da un giro cerrado a la izquierda y nos
detenemos frente a dos vistosas verjas blancas de metal, enclavadas en un muro de
piedra de unos dos metros de alto. Christian aprieta un botón de su manija y una
pantallita eléctrica desciende con un leve zumbido en el lateral de su puerta. Pulsa un
número en el panel y las verjas se abren dándonos la bienvenida.
Él me mira de reojo y su expresión ha cambiado. Parece indeciso, nervioso
incluso.
—¿Qué es esto? —pregunto, sin poder disimular cierta inquietud en mi
tono.
—Una idea —dice en voz baja, y el Saab atraviesa suavemente la entrada.
Subimos por un sendero bordeado de árboles, con anchura suficiente para
dos coches. A un lado los árboles rodean una zona boscosa, y al otro se extiende un
terreno hermoso de antiguos campos de cultivo dejados en barbecho. La hierba y las
flores silvestres han invadido el lugar, recreando un paisaje rural idílico: un prado,
donde sopla suavemente la brisa del atardecer y el sol crepuscular tiñe de oro las
flores. Es una estampa deliciosa que transmite una gran tranquilidad, y de pronto me
imagino tumbada sobre la hierba, contemplando el azul claro de un cielo estival. La
idea es tentadora, aunque por algún extraño motivo me provoca añoranza. Es una
sensación muy extraña.
El sendero traza una curva y se abre a un amplio camino de entrada frente a
una impresionante casa, de estilo mediterráneo, construida en piedra de suave
tonalidad rosácea. Es una mansión suntuosa. Todas las luces están encendidas y las
ventanas refulgen en el ocaso. Hay un BMW negro aparcado frente a un garaje de
cuatro plazas, pero Christian se detiene junto al grandioso pórtico.
Mmm… me pregunto quién vivirá aquí. ¿Por qué hemos venido?
Christian me mira ansioso mientras apaga el motor del coche.
—¿Me prometes mantener una actitud abierta? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—Christian, desde el día en que te conocí he necesitado mantener una
actitud abierta.
Él sonríe con ironía y asiente.—Buena puntualización, señorita Steele. Vamos.
Las puertas de madera oscura se abren, y en el umbral nos espera una mujer
de pelo castaño oscuro, sonrisa franca y un traje chaqueta ceñido de color lila. Yo me
alegro de haberme puesto mi nuevo vestido azul marino sin mangas para impresionar al