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Sawyer vuelve a hablarle a su manga.
—Taylor, el señor Grey ha entrado en el apartamento.
Parpadea, coge el auricular y se lo saca del oído, probablemente porque
acaba de recibir un contundente improperio por parte de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
—Por favor, déjeme entrar —le ruego.
—Lo siento, señorita Steele. No tardaremos mucho. —Sawyer levanta
ambas manos en gesto exculpatorio—. Taylor y los chicos están entrando ahora mismo
en el apartamento.
Ahhh… Me siento tan impotente. De pie y completamente inmóvil, escucho
muy atenta, pendiente del menor sonido, pero lo único que oigo es mi propia
respiración convulsa. Es fuerte y entrecortada, me pica el cuero cabelludo, tengo la
boca seca y me siento mareada. Por favor, que no le pase nada a Christian, rezo en
silencio.
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, y seguimos sin oír nada.
Probablemente eso sea buena señal: no hay disparos. Me pongo a dar vueltas alrededor
de la mesa del vestíbulo y a contemplar los cuadros de las paredes para intentar
distraer mi mente.
La verdad es que nunca me había fijado: hay dieciséis, todas obras
figurativas y de temática religiosa: la Madona y el Niño. Qué extraño…
Christian no es religioso… ¿o sí? Todas las pinturas del gran salón son
abstractas; estas son muy distintas. No consiguen distraer mi mente durante mucho rato.
¿Dónde está Christian?
Observo a Sawyer, que me mira impasible.
—¿Qué está pasando?
—No hay novedades, señorita Steele.
De repente, se mueve el pomo de la puerta. Sawyer se gira rápidamente y
saca una pistola de la cartuchera del hombro.
Me quedo petrificada. Christian aparece en el umbral.
—Vía libre —dice.
Mira a Sawyer con el ceño fruncido, y este aparta la pistola y da un paso
atrás para dejarme pasar.
—Taylor ha exagerado —gruñe Christian, y me tiende la mano.
Yo le miro con la boca abierta, incapaz de moverme, absorbiendo cada
detalle: su cabello despeinado, la tensión que expresan sus ojos, la rigidez en lamandíbula, los dos botones desabrochados del cuello de la camisa. Parece que haya
envejecido diez años. Sus ojos me observan con aire sombrío y preocupado.
—No pasa nada, nena. —Se me acerca, me rodea con sus brazos y me besa
en el pelo—.Ven, estás cansada. Vamos a la cama.
—Estaba tan angustiada —murmuro con la cabeza apoyada en su torso,
disfrutando de su abrazo e inhalando su dulce aroma.
—Lo sé. Todos estamos nerviosos.
Sawyer ha desaparecido, seguramente está dentro del apartamento.