1.7) Una taza de mortalidad, por favor

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—Dicen que cuando un nuevo vampiro surge, este bosque y la vida avanzan un paso más allá de la muerte. Yo que tú, me sentiría especial. Entonces ¿por qué te sientes tan insignificante, pequeña?

Aquella elocuencia en su voz le era nauseabundo, lo repudiaba tanto junto con esa sonrisa ensangrentada que le dedicaba solo para provocarla. Tanto lo hizo, que desconoció su fuerza y sus nuevas garras al penetrar sin contemplación la fría piel de sus muslos. Aún se desprendía sangre como rocío, una sangre que no la sentía como suya, una sangre putrefacta que no sentía fluir en su cuerpo. Ni siquiera percibía el latir de su corazón si es que aún latiese.

Era una noche sin estrellas, donde bajo la luna nueva que se escondía para observarlo, veía a solo dos distantes entes sin alma y vida, sentados en frente de una larga mesa blanca. Ella no sintió la brisa que hizo susurrar los árboles. Mucho menos entendería su mensaje tras sus ramas y agitar de sus hojas, un lenguaje que ella entendía cuando era solo una niña, un lenguaje olvidado.

—Porque ¿qué es un vampiro después de todo? —respondió ella, tan pedante como el anfitrión lo era. El anfitrión de una macabra fiesta del té—. ¿No es acaso un simple moribundo andante, sediento de vitalidad? Porque no existe nada más vivo que la sangre, y nada más muerto que la misma a la vez. Porque un vampiro nunca sabrá lo que es estar vivo, y la sangre viva de un humano muere entre sus colmillos. La muerte es lo que único que probará. Y ni siquiera es una muerte real.

—¿Por eso quieres volver a ser humana? —Aquella pregunta la descolocó de repente, asustándola. Para luego decepcionarse de sí misma al ser tan predecible. El anfitrión iba beber de una taza pero la dejó de vuelta sobre la mesa, rodeándola con sus dedos—. Vamos a recordar viejos tiempos ¿sí? A tu mano derecha hay una taza que me muero porque la pruebes. Te va a encantar, preciosa.

Ella no se explicó como aquella tacita digna de la aristocracia del siglo XX llegó a rozarle los dedos con su asa. Contempló su contenido, y el verse reflejado el rojo infernal en ella, bajo la luz de la luna que se empezaba a asomar, enfureció.

—Tú nunca... me darías lo que estoy buscando —masculló, cada vez más desquiciada—. Y sé que lo tienes ahí, entre tus manos justo ahora.

—Solo pruébala, querida, si es que tanto deseas el pasado de vuelta. Seguro te equivocas y sí es la única sangre que quieres saborear.

Tomó la taza con ambas manos y la elevó hasta sus labios, dejando el metálico sabor entrar en su garganta, y se le hizo tan apetecible y dulce como aquellas fresas que cultivaba de pequeña. Momentos igual de dulces de pronto rondaron sus cabeza. Pero solo una pesadilla en particular se sentiría tan real.

La noche aún era joven. La luna llena resplandecía más que nunca entre los árboles y ella aún tenía un lugar al cual regresar. Usaba el mismo vestido pomposo color celeste pastel, que por esos momentos aún estaba impecable.

Corría. Sin dejar de mirar atrás. Sin rumbo más que salir de allí. Nunca fue tan consciente de cada agitada respiración. Cada latido desesperado. Cada paso sobre la hierba. Era libre y su risa se mezclaba entre sus suspiros.

Y cuando su alivio y felicidad de haberlos perdido embriagó todo su cuerpo en confianza y hasta en descuido, él apareció, saltándole encima como un depredador, y atrapándola con sus colmillos su cuello.

Los vampiros no pueden amar, pero él creía que estaba muy cerca de sentirlo, aunque todos le dijeran que, una vez solo deseara una sangre de un solo cuerpo, estaría condenado.

La sangre de ella no solo lo alimentaba, sino lo excitaba, lo aplacaba. La necesitaba en su haber hasta acabar cada gota de su sangre vital. La quería eterna, sin que el tiempo diluyera su belleza, su precioso recipiente.

Ella gritó y se resistió con fiereza hasta que le dolió todo el cuerpo, hasta que perdió la voz, hasta que se sintió desfallecer.

La sujetó con ambas manos sus muñecas, aquellos brazos estaban tan rígidos como el acero. Veía un rostro borroso entre sus ojos encharcados de lágrimas. Se había resignado a que ese rostro pálido y ensangrentado de su sangre fuera lo único que vería. Un rostro satisfecho que, para su sorpresa, mordió con tal ímpetu su propio labio que dejó fluir una sangre muerta dentro de sí como un río desbordado. Le sonrió, y sin aviso o premonición, se abalanzó a sus labios en un posesivo beso donde dejaba esparcir su propia sangre en la garganta de su presa.

Y una vez entrando dentro de ella, le diría adiós para siempre a su humanidad.


Revivió todo y la cabeza le amenazaba con estallar de una vez por todas. Revivió su transformación, su muerte en vida, por segunda vez ante la mirada divertida del anfitrión.

Pero algo más despertó en ella, lo dejó fluir por su cuerpo en reemplazo a la sangre estancada de su ser. Y fingiendo sus últimos llantos de dolor, se abalanzó a su anfitrión con la misma fiereza que él en su recuerdo. Aunque, no era la sangre de su cuello lo que quería, y prefirió sentirla fluir entre sus garras.

El anfitrión no podía estar más satisfecho. Sintió amarla más que nunca, pero sabía que era mentira, ni que tampoco moriría por ella como tanto se lo juraba.

Ella lo miró y le imitó la sonrisa, como si fueran viejos amigos.

Pronto su mirada se desvió en la taza de sangre de su anfitrión, al lado de un reloj de oro que marcaba las manecillas en sentido contrario.

Tenía que ser esa taza, esa sangre.

La tomó del asa y se dejo deleitar por su sabor, esperando ansiosa a que pronto le fuera amarga.

¿Así recuperaría su mortalidad, verdad?

Antología de mi universoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora