El contador del reloj avanza lentamente y me pierdo en su constante "tic tac". No parecen más allá de las diez de la mañana, pero en realidad, ya pasan de las siete de la tarde. Me ha costado acostumbrarme al cambio de horario, y es que Japón no es lo mismo que Estados Unidos.
Jugueteo con una lapicera entre mis dedos y miro alternativamente a mi padre y luego a mi madre. Ambos conversan con el doctor, alegando la poca iluminación en mi cuarto. Niego con mi cabeza, el cuarto tenía el espacio y la iluminación suficiente para convertirlo en una sala de arte si quisiera.
Llamo la atención de ambos al dejar caer por "accidente" mi bloc de notas. Ellos voltean y les sonrío.
— Estaré bien. — Se miran entre ellos, mi madre deja caer un suspiro.— De verdad, esta vez funcionará.
Sé que es una mentira, un engaño.
Los tres habíamos perdido toda esperanza desde que el doctor Volker nos advirtió que la infusión de plasma no había arrojado resultados positivos. Recordar el rostro compungido de mi madre aún hace que se me apriete la garganta.La doctora hace una inclinación de setenta grados antes de retirarse, dando los últimos consejos en un perfecto francés. Esto a pesar de que habíamos estudiado el japonés durante semanas. Vaya manera de arrojar mis nuevas habilidades lingüísticas a la basura.
— Killian, ¿sucede algo? — Mi padre no pierde tiempo en sentarse a mi lado. Mi madre recoje mi bloc de notas y yo tiendo mi mano en su dirección.
— No pasa nada, en absoluto. Sólo pienso que es inútil todo esto. Están gastando dinero que podrían usar para darse ese viaje por el Caribe. — Bromeo, arrepintiéndome luego de haber abierto la boca.
Siento sus miradas sorprendidas sobre mi, especialmente la de mi madre. La miro esperando algún comentario, sin embargo ella boquea unos segundos y se retira en completo silencio de mi nueva habitación. Mi padre deja caer su pesada mano sobre mi hombro izquierdo y sé lo que quiere decir: está en cierta manera decepcionado de mi comentario.
Observo la espalda ancha de mi cansado progenitor desaparecer detrás de la puerta y me dejo caer sobre la cama, volteando a ver directamente a las máquinas que pronto estarían conectadas a mi gastado cuerpo. A mi marcado y agonizante ser.
Cada movimiento que hago es soltar un quejido de dolor. Mis órganos arden cada cierto tiempo, mi cuerpo me grita que descanse de una buena vez. Sin embargo, ver a mis padres pelear tan duro contra mi cruz es quizás lo único que me motiva a curarme.
Observo los tímidos copos de nieve caer contra el vidrio de la ventana, más allá de las máquinas, y extiendo mis dedos, queriendo tocar aquel milagro. Apenas recuerdo cómo se sentía aquella sensación entre mis yemas, apenas recuerdo lo que era sentir el viento en mi pelo.
El ASHUa me había quitado todo. A mí y a mis padres, las únicas personas que siguen luchando.
Ya me he dado por vencido.
*[…]*
La enfermera Saho me ayuda a ponerme la incómoda mascarilla en el rostro, me tiende mi bloc y acomoda la manta sobre mis piernas. Le doy una sonrisa como agradecimiento.
Ya habían pasado un par de días desde mi llegada y, aunque la mayoría de enfermeros y doctores hablaban en un japonés fluido, ya podía entender lo que me decían. No fue difícil ganarme la simpatía de mis cuidadores. De hecho, bastó contarles mi triste historia para que cumplieran un par de mis caprichos. Como dejarme disfrutar la vista del exterior desde el casino.
Pronto la medicina vaporizada comenzó a ingresar por mis fosas nasales y, mientras sentía mis pulmones respirar, comencé a escribir un par de garabatos en el papel.
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ᝰ𝘌𝘭 𝘤𝘭𝘶𝘣 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘥𝘰s˚̣̣̣͙༄
RandomLa historia de seis chicos que comparten algo en especial: 𝐄𝐥 𝐬𝐮𝐢𝐜𝐢𝐝𝐢𝐨