Diario de Insomnio I

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Lo primero que percibí de ella fue que sus dedos desprendían un ligero olor a pastas de limón. Sucedió en el instante en el que aposentó la taza frente a mis ojos. No tardé ni un segundo en abandonar el libro que estaba devorando para engullir su mirada. Sus ojos, del color del café tostado, me ensimismaron; aunque lo que —definitivamente— me atrapó fue el sonido de su voz escapando de su preciosa boca en forma de corazón. «¿Desea acompañarlo con algún dulce?» Asentí; embobado con la diastema que asomaba entre sus carnosos labios. Su cálida sonrisa antes de partir significó para mí una invitación  diaria al Candy's Tea.

No era un cotidiano del barrio. A decir verdad, aquélla fue la primera ocasión en la que me dejé caer por la zona meridional de Samhain. Aburrido de mi monótona vida busqué con desespero un local para pasar el tiempo, donde mis cinco sentidos se deleitasen con los placeres más primitivos.

Necesitaba adormilar al hombre y despertar a la bestia. Sentirme vivo.

Lo logré. Gracias a ella.

Desde el primer cruce de miradas, me entregó todo cuanto siempre había anhelado. Llenó el vacío que desconocía tener. Tras intensas jornadas de trabajo, los pies que tanto me costaban arrastrar en mi día a día volaban hasta la tienda. La fui conociendo, memorizando cada pequeño detalle de su ser. Aún suena en mi cabeza sus sinuosas risotadas; todavía puedo ver el humo mentolado huyendo de su boca. La gracia de sus andares de pequeña bailarina o los mechones de su lacia coleta balanceándose sobre su blanca nuca.

Incluso recuerdo el número exacto de la lluvia de pecas que bañaban la punta de su nariz de duendecilla.

Y sin embargo, por mucho que me estruje los sesos, no recuerdo su nombre.

El dolor me obligó a borrarlo. Para evitar el susurrarlo en sueños. El delirio de llamarla a sabiendas de que no responderá.

Jamás.

Mi nínfula y yo estábamos predestinados y ninguna barrera podía impedir lo inevitable.

Hasta que me la arrebataron. 

¡Oh Humbert Humbert! Cuán grande debió de ser tu delirio cuando la dulce Lolita te arrebató su amor. Sólo tú comprenderías cuánto extraño a mi amada niña.

Tal es mi horror que he soñado con un código repetidamente. Se me aparece y se esfuma como si de una ola de mar se tratase, acariciando sutilmente mi sien para luego marchitarse sin dejar apenas rastro.

Hoy lo he escrito nada más levantarme, quería asegurarme de atraparlo antes de que ese escurridizo pensamiento se escapara de nuevo. ¿Y si soy yo cómo esos excrementos de la ciudad de vida fugaz? No me importaría exprimir mi existencia al límite si con ello logro pasar un día más con mi hadita risueña.

Quizá, yo también poseo un sexto sentido. Sí, lo presiento, el amor ha despertado en mí una habilidad hasta entonces desconocida. Como esas madres que lo arriesgan todo y prostituyen su decencia a cambio del bienestar de sus retoños.

Soy un hombre nuevo. El súper hombre profetizado por Nietzsche. El único capacitado en esta ciudad para salvar a mi doncella.

Para ello, he empezado a apuntar por toda la casa el código y no dormiré hasta encontrarla. Se lanzará a mis brazos cuando la salve de su tormento.

Seré su héroe. 

 

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