Simone (II)

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Le escocían las llagas de las plantas de los pies

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Le escocían las llagas de las plantas de los pies. Recordó a Ada sin zapatos, hundiendo los dedos entre las motas de arena purpúrea. El asfalto duro de Samhain desprendía un halo de humedad; nada que ver con los inciensos repartidos por Lupercalia. Ambas ciudades le resultaban tan semejantes como dispares.

Lupercalia se caracterizaba por la música constante, las fachadas coloridas, las fragancias recargadas y el polvillo violeta recubriendo la superficie. Mientras que Samhain, a excepción del barrio púrpura, presentaba un aspecto tosco y lineal. Una gama de grises fortificaba la Ciudad de Plata, cuyo aspecto lúgubre se acentuaba con la borrasca. Las aguas siempre arrastraban un cúmulo de cadáveres consigo y, por mucho que éstos se separasen de los corredores, Simone percibía el hedor del agua putrefacta tras la cristalera.

Jamás había imaginado detestar tanto una ciudad como la suya natal, pero en efecto, odiaba con creces a los samhaianos. Paseaban frente a los muertos como observando una pared vacía, restando importancia a la pérdida de la vida. Pese a todo, culparles no era justo. Las clases desfavorecidas se acostumbraban a las atrocidades, adaptándose a la miseria y eludiendo las injusticias. Obviar la gravedad del asunto se convertía en una manera de aceptar la realidad sin plantearse cambios. Ella tampoco había sido diferente en el pasado. De no haber conocido a Ada, se habría podrido en el prostíbulo sin creerse merecedora de un destino favorable.

No; era más que eso. Sin ella, las pesadillas le hubiesen consumido mucho tiempo atrás.

Unos años después de conocerse, la casa del placer que las acogía quebró. Lejos de lo que pudiera pensarse, su caída no fue excepcional. La competencia constante del mercado provocaba un desequilibrio entre los diferentes barrios de Lupercalia. Gran parte de la clientela perdía el interés en cuanto se había saciado con todo el repertorio de un local, buscando con desespero nuevas «presas» que catar. Para renovar los servicios se requería de unos ingresos desorbitados, y al no poder cubrirlos, muchas casas del placer cerraban. Algunas de éstas recurrían a la caza de chiquillos, organizando secuestros para garantizar «novedades» a sus clientes sin necesidad de pagar los costes de adquisición de un ser humano. Para los burdeles, que los trabajadores se sometiesen a la castración para evitar embarazos suponía un problema añadido, así que las criaturas se exportaban de otras ciudades con mayor densidad de población infantil.

Dicha información había sido un misterio para ellas hasta su inclusión en la Asociación. Simone ni siquiera se planteaba de dónde sacaban los niños las casas del placer. Hasta ese nivel lo había normalizado.

En consecuencia, su recelo hacia los habitantes de Samhain carecía de fundamento. La ceguera de los individuos se comparaba a su «yo» del pasado. En ese sentido, no podía evitar divagar sobre la existencia de otro tipo de paralelismo y preguntarse: ¿poseía Samhain un grupo clandestino enfrentado al sistema? Al fin y al cabo, Ada se había introducido en la ciudad gracias a una ayuda interna hasta la fecha desconocida para ellas y por mucho que hubiera insistido en sonsacarles información, la Asociación se había negado a proporcionarle ningún dato sobre su infiltrado. Sin embargo, la chica del Palacio de las Nínfulas les había proporcionado un contacto, Dadá, y un símbolo asociado: una luna negra sobre una pirámide roja. ¿Sería la susodicha el vínculo de la Asociación en Samhain?

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