Edén (I)

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Se despertó de un sobresalto tras una noche movida

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Se despertó de un sobresalto tras una noche movida. Sentía malestar en el cuerpo, una arcada le recorrió la garganta y a punto estuvo de expulsar por la boca hasta el demonio que vivía en sus entrañas. Los mechones de pelo negro y lacio se le pegaban en la frente, cubriendo casi por completo sus rasgados ojos de idéntico color a su cabello. Las gotas de agua fría recorrían sus mejillas hasta precipitarse por su barbilla. Estaba empapado, con la mitad inferior de su cuerpo sobre un charco y la lluvia salpicándole la ropa. Se puso de rodillas como pudo, observando la ausencia de reloj en su desnuda y pálida muñeca. «Algún cerdo ha aprovechado para desvalijarme»

El agua caía a borbotones. Pronto la calle se convertiría en un río donde morir ahogado.

Levantó su cuerpo y echó un vistazo rápido a su entorno. Un callejón sin salida cargado de graffitis de dudosa calidad, dibujados en las paredes de los grises edificios que lo rodeaban. No tenía ni idea de su ubicación, ni recordaba los sucesos acaecidos en las últimas horas. Un escalofrío recorrió cada vértebra de su columna, provocando ligeras descargas en la definida musculatura de su espalda. Una sensación arenosa en la garganta y un tic con el chasquido de sus uñas. Miró su muñeca como siempre solía hacer para comprobar la hora, recordando que apenas unos segundos antes había advertido que ya no contaba con su preciado reloj. Le temblaron las manos al percibir una presencia detrás suya, se giró, alertado, buscando al intruso.

No vio más que paredes de cemento.

—Mierda —murmuró para sí mismo— ¿cuánto tiempo ha pasado desde mi última dosis?

Se dirigió con celeridad en busca de Cinesucre, el hogar de sus amigas de confianza.

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Las lluvias torrenciales habían empujado a Samhain hacia la más abrupta soledad. La ciudad siempre ajetreada parecía un núcleo desértico aderezado por cuerpos hinchados de tez azulada que flotaban a la deriva en las amplias calles ahogadas por el agua. El repentino cambio climático de las últimas semanas los había tomado desprevenidos y eso que estaban avisados de antemano. 

Cada año, se repetía el mismo proceso: una gota helada cubría la ciudad dejando un torrente de lluvias que duraba semanas. La diferencia residía en las fechas, normalmente dicho proceso sucedía hacia finales de año, no en inicios. En consecuencia, la urbe no había logrado reformar su sistema de alcantarillado, por tanto, la infraestructura subterránea no estaba preparada para tolerar la fuerza inagotable de la naturaleza, manifestada en un gran diluvio que, de no frenarse, inundaría toda la ciudad. Los sectores más bajos de ésta eran los primeros en padecer las consecuencias, pues sus casas habían sido arrolladas por el riachuelo formado entre la lluvia y los residuos pertenecientes a las alcantarillas. Para sorpresa del joven, el hedor a putrefacción, fruto de la explosión de heces y el aumento progresivo de los cadáveres, resultó ser cada vez menos insoportable.

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